Todo el mundo conoce desde pequeño el refrán de que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Quizás esta sea la clave que nos permite explicarnos por qué en algunos sectores políticos, lo que para cualquier espectador sereno y que trate de captar la realidad es aparentemente fácil de entender, para otros, lo más simple de ver se convierte en un enigma indescifrable.

En Francia, Raymond Aron, cuando vino de su estancia de estudios en Alemania se dice que comentó con Sartre y otros contertulios de algún bar de Saint Germain- des-Prés, digamos que el Café de Flore, que la novedad filosófica en aquel país era la fenomenología, que permitía que se pudiera hacer filosofía sobre los temas más corrientes de la vida cotidiana. Por ejemplo, sobre el cóctel que tomaba uno de ellos.

Dado lo que se está viendo en algunos lugares de América Latina y también en Europa, aunque no sean fenómenos idénticos, tienen un elemento en común que suscita en mis algunas reflexiones que, aunque no sean filosóficas, si están relacionadas con la capacidad cognitiva y con el buen juicio que debe ser consecuencia necesaria de una argumentación bien construida.

En Chile, por ejemplo, el presidente Boric, después de tener una intención de voto muy alta, ganó las elecciones presidenciales con un margen de votos importante, pero muy lejos de lo esperado, ya que se produjo la sorpresa de que el candidato Kast avalado por las derechas y desde posiciones muy de derecha radical recortó sensiblemente el margen de votos que lo separaba de las izquierdas plurales que apoyaban a Boric en 2021.

Ahora, en 2023, en las elecciones al Consejo Constitucional de Chile, la derecha obtiene algo más del 35% de los votos computados. En la discusión sobre la Asamblea Constituyente y la redacción de una nueva Constitución, las propuestas de algunos grupos de izquierda muy centradas en los temas identitarios, han provocado un más que evidente rechazo de la amplia mayoría de los ciudadanos chilenos.

Me parece que esa reivindicación de poner en la Constitución que Chile sea un “Estado Plurinacional” ha sido un revulsivo que ha indignado a la mayoría de los chilenos, que no son y, sobre todo, no se sienten, ni se identifican con ser “indígenas” mapuches o de otra identidad originaria del espacio geográfico  precolombino, que es hoy el Chile republicano.

Quizás en Bolivia, donde la mayoría de la población es indígena, lo de Estado plurinacional tenga alguna racionalidad –no tengo una posición política definida al respecto-, pero es más que evidente que no es el caso de Chile donde el peso de los inmigrantes de origen europeo y del mestizaje con los indígenas constituye la mayoría de la población, por lo cual es una barrabasada venir con esas consignas identitarias, que si en un sitio tienen alguna pertinencia en otros lugares es una pura y simple impertinencia.

Y es que en sectores de la izquierda chilena ya se ha estado criticando a Boric por tener posiciones “reformistas”, por negarse a adoptar las consignas simplistas y desubicadas de la realidad nacional chilena que enarbolan aquellos que están simplemente alienados por un izquierdismo de cafetería, de aulas universitarias o de mentalidad de ONGs que se caracterizan –como es su esencia- en centrarse en lo particular y darle a eso la categoría de reivindicación cuasi universal.

La alienación ideológica. La desubicación de los hechos sociales fundamentales de la gente que vive en las sociedades reales, y no las ficticias de sus paupérrimas elucubraciones ideológico-políticas, les llevan a ir cosechando derrotas tras derrotas y, cuando logran una victoria, casi nunca por méritos de esos grupos, son pese a ellos, no gracias a ellos.

Basta ya de irse por la tangente. Hay tradiciones de la llamada “izquierda tradicional”, en el caso de Chile, del Partido Socialista y del Partido Comunista, que deberían ser rescatadas e interiorizadas por la izquierda radical y alienada de Chile, que está creando una brecha entre la izquierda y la mayoría de la población. El riesgo evidente es un proceso de retroceso del voto a la izquierda, disminución de su influencia política y social, y emprender el camino que conduce a la irrelevancia.

Como ha ocurrido ya en otros países, tanto de Europa como en otros lugares de la llamada América Latina y el Caribe, donde la izquierda hoy no tiene importancia política relevante. Son una voz en el desierto donde solos no llegan, en muchas ocasiones,  ni al uno por ciento de los votos y si van unidos entre sí apenas llegan sumando sus votos a un tres por ciento.

Por ende, con esa cuasi nula atracción del voto popular son incapaces en cualquier ley electoral de tener una mínima representación en los parlamentos nacionales. Ese es el camino que hay que evitar. Boric y los partidos Socialista y Comunista deben impedir que ello ocurra en Chile. No hay mayor alienación ideológica que pretender que la realidad social y política se adapte a consignas desfasadas o que no tienen incidencia en las motivaciones del pueblo.

Es al contrario, el político que quiere actuar sobre la realidad para transformar, mejorar e incluso hacer un cambio estructural, tendría que tener el oído pegado al suelo, como hacían los Sioux, para escuchar el lejano paso de los jinetes y elaborar tácticas adecuadas para neutralizar al adversario, para engañarle o para intentar vencerle.

Pero hacer eso es hacer política con mayúscula. Cuando lo que se tienen son ambiciones pequeñas, reducidas a hablar para una audiencia marginal de adeptos acríticos, o hacer demagogia que no conducen a nada bueno ni eficaz, es claro hacia dónde conduce esa estrategia: convertirse en un forjador de derrotas.