Las escuelas no son burbujas independientes de la sociedad y a medida que los problemas sociales cambian y evolucionan, cambian y evolucionan los problemas dentro de las mismas escuelas. Sobre todo, los casos se hacen más mediáticos por la irrupción desenfrenada de las redes sociales en la vida de escolares y maestros.
Durante los tres primeros meses del año, el Listín Diario señala que se han reseñado diversos hechos escandalosos que tienen que ver con planteles escolares en toda la geografía nacional. Para mí estos visibilizarían lo que está pasando desde hace mucho tiempo en algunas escuelas del país. No son siempre fenómenos nuevos y su control depende en gran medida del tamaño del plantel, de la calidad de su dirección y de la implementación o no de una política de prevención de la violencia.
Todos los hechos mencionados en la prensa giran alrededor de una forma u otra de violencia que atañe a escolares. Nuestros muchachos y muchachas de sectores desfavorecidos se enfrentan a todo tipo de violencia en su vida cotidiana: verbal, intrafamiliar, barrial, policial, escolar, cibernética, sónica o sencillamente violencia de la pobreza, para citar algunos ejemplos.
La investigación Estar, ser y convivir en la Escuela. Una mirada profunda a la violencia escolar en la República Dominicana, de Berenice Pacheco-Salazar, publicado en el 2019, nos orienta sobre el componente escolar de la violencia a la cual están sometidos los NNA, sus formas de reaccionar frente a la violencia en función de su cosmovisión, la violencia del cuerpo docente y del mismo plantel.
Sin embargo, es bueno señalar que, a pesar de la violencia que puede existir en las escuelas, los estudiantes la consideran muchas veces como un lugar de menos riesgos que la calle o la misma familia.
Tanto docentes como alumnado provienen en muchas ocasiones de los mismos sectores regidos por la violencia, están inmersos en una cultura popular del presente, forman parte de un mundo y de una ciudad poco conocido pero real. El libro habla de esta dinámica de la violencia, de la violencia sexual y del acoso a dentro de los planteles.
Para la investigadora los estudiantes han interiorizado un modo de relacionarse violento como parte de la identidad masculina que ejercen hacia sus compañeras; el cuerpo femenino construido como objeto sexual, las redes sociales como escenario para las ciber violencias. Para los estudiantes el no quedarse dao, o la intolerancia, es la principal estratégica de afrontamiento.
Los juegos sexuales, masturbaciones, exhibicionismo, posible mangueos, embarazos adolescentes, consumo de pornografía y violencia cibernética ya eran realidades entre los entrevistados y entrevistadas en 2019.
No hay nada nuevo bajo el sol, sino remangarse las mangas y trabajar en el diseño impostergable de planes integrales para la convivencia escolar y por el abordaje y prevención de la violencia escolar. Estos planes deben girar alrededor de la prevención, el diálogo, la confianza, la participación, la coeducación y la empatía.