Debemos deplorar la mala suerte de ciertos analistas que por cronología no respiraron los aires de la “democracia” trujillista, para que hubiesen palpado si el gas pela. Esos ciudadanos se han pronunciado defendiendo de modo vehemente al nieto del tirano, alegando no se le pueden imputar los crímenes del asesino congénito que fue su abuelo. Estos “abogados de oficio”, soslayan que no es estrictamente su condición de pariente directo del “Jefe” que se le cuestiona, sino que este individuo se ha erigido en el principal panegirista del matón que fue su tristemente célebre ascendiente. Violando no solo una ley que prohíbe esa promoción tóxica, sino profanando con sus burdas mentiras la memoria de miles de mártires que sucumbieron por el “grave delito” de disentir de la tiranía y por eso hoy no pueden expresar sus verdades. Como el sujeto que aludimos defiende esa obra “portentosa” pretendiendo justificar sus crueles procedimientos para que se le admita como candidato presidencial, en este artículo abordaremos el triste espectáculo del ámbito electoral en la “Era de Trujillo”.
Se trataba de procesos pletóricos de falsedades y atropellos, que su descendiente de marras pretende replicar retomando la mano dura, que sin lugar a dudas sostenía el hacha ensangrentada.
El presidente Horacio Vásquez de los responsables del ascenso de Trujillo estaba enfermo e inhabilitado para el mando, pero insistía en mantenerse en la presidencia, se prolongó dos años de 1928 a 1930 y con un pie en el cementerio intentaba postularse para un nuevo cuatrienio 1930-1934. El 23 de febrero de 1930 se inició el horripilante “movimiento cívico” trujillista en Santiago, bajo la fingida dirección de Rafael Estrella Ureña, declarado simpatizante del fascismo, quien emergía transitoriamente como principal socio político de Trujillo y derrocan a Horacio. Estrella Ureña asumió la presidencia provisional.
Los seguidores del destutanado presidente y líder del Partido Nacional o rabuses y sus antiguos aliados del Partido Progresistas, dirigido por Federico Velázquez, ante la grave tormenta política que se presentó de repente, echaron a un lado sus graves diferencias y reactivaron su otrora alianza Nacional-Progresista para enfrentar a Trujillo en las urnas.
Las elecciones estaban pautadas para el 16 de mayo de ese 1930. Se conformó la candidatura de la Alianza Nacional-Progresista, presentando a Federico Velázquez como aspirante a la presidencia y Angel Morales a la vicepresidencia. Hoy podemos sentenciar que fueron muy ingenuos, pensaron podían contener el alud que le venía encima al país mediante el recurso de las urnas.
Iniciaron una campaña electoral exitosa, multitudinaria, el pueblo acogió la consigna de «No puede ser», o sea el llamado a no votar por un asesino y ladrón como Trujillo, que ya todos conocían. Este individuo era el candidato contrario, propuesto por una coalición de ventorrillos políticos. De inmediato entendió que la vía del sufragio le perjudicaba y apeló a un plan B, impedir la participación electoral de sus adversarios en base a su reconocida capacidad para la maldad.
La 42 una banda de forajidos dirigida por Miguel Angel Paulino entró en acción, desbaratando a palos y tiros los mítines de la Alianza Nacional-Progresista. También se utilizó en ocasiones aviones del ejército, que realizaron vuelos rasantes sobre mítines en plazas públicas, como el Parque Colon. En cierto momento mientras una caravana de la alianza se desplazaba de Santiago a Moca la movilización electoral fue ametrallada. El candidato vicepresidencial Angel Morales muy relacionado con funcionarios norteamericanos, le explicaba este incidente a Sumner Welles en comunicación del 5 de abril:
“Para que Ud. se dé una idea del régimen de terror y de anarquía que reina en el país es bueno que Ud. sepa que antes de anoche día tres, viajando en actividad política entre Santiago y Moca el Dr. Alfonseca, Martín de Moya, Luis Ginebra, Nene Ricart, Pedrito Lluberes y yo, acompañados de cinco o seis amigos fuimos agredidos con ametralladoras, acribillados a balazos los tres carros en que viajábamos, librándonos milagrosamente de morir, pues Nene Ricart, Martín Moya y Julio Cuello fueron rozados por las balas”.
“Si tales violencias se cometen con nosotros imagínese las barbaridades que están cometiendo con los lideres campesinos y con la masa ignara e impresionable”. (Bernardo Vega. Los Estados Unidos y Trujillo. Colección de documentos del Departamento de Estado. Año 1930. Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 1986. T. 1 p. 464).
Félix E. Mejía en su brillante libro Viacrucis de un pueblo, escrito en el exilio, describió una de las escenas más espeluznante de esta sangrienta campaña electoral:
“Los choferes de la capital se organizaron en manifestaciones de protesta y lanzaron desde sus carros unos volantes con esta única frase: “No puede ser”. Tan pronto “La 42” se dio cuenta de eso, a los pocos momentos, lanzóse en su persecución armados de ametralladoras y los masacraron. Unos cuantos quedaron con vida y hasta hace poco andaban por las calles de la ciudad dando pena: mutilados y harapientos”. (Félix A. Mejía. Viacrucis de un pueblo. Relato sinóptico de la tragedia dominicana bajo la férula de Trujillo. Segunda edición. México, 1960. p. 48).
Charles Curtis, ministro o embajador representante de Estados Unidos, escribió al Departamento de Estado que se entrevistó con el presidente en funciones, Estrella Ureña, en torno a los incidentes que ocurrían en el proceso electoral, acentuando que:
“Este mediodía he tenido una conversación larga y franca con el presidente, quien me admitió que el general le está dominando e impidiéndole prometer una actuación sincera del Ejército durante las elecciones, con la consecuencia de que estas no podrán ser justas […] (Lauro Capdevila. La dictadura de Trujillo. República Dominicana 1930-1961. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 2000. p. 42).
Trujillo conocía esos comentarios, pero no se inmutaba; lanzó un manifiesto al país el 24 de abril resaltando con sus habilidades innatas para la demagogia:
“No hay peligro en seguirme, porque en ningún momento la investidura con que pueda favorecerme el resultado de los comicios de mayo servirá para tiranizar la voluntad popular a la cual sirvo en este momento y a la que serviré lealmente en el porvenir”. (Julio G. Campillo Pérez. Elecciones dominicanas (contribución a su estudio). Academia Dominicana de la Historia. Segunda edición. Santo Domingo, 1978. p. 167).
No había peligro en seguirlo, era la mejor manera de burlarse de los dominicanos, solo él representaba las dificultades que encaminaban al naufragio. Los crímenes se extendieron a nivel nacional, los opositores protestaron ante la Junta Electoral. Los jueces impotentes renunciaron y fueron colocados nuevos árbitros electorales dóciles ante la hecatombe que se veía venir.
En el lapso de campaña Jacinto (Mozo) Peynado ocupaba la presidencia provisional, por licencia del presidente Estrella Ureña que era compañero de boleta de Trujillo. Luis F. Mejía alto dirigente horacista, en su libro De Lilís a Trujillo, refirió la actitud inconsecuente de Mozo Peynado ante ese vendaval de crímenes, cuando logró conversar con este en la puerta del Club Unión:
“Como había sido mi profesor en la Universidad y teníamos desde entonces buena amistad, quéjeme amargamente de la actitud pasiva del Gobierno frente a los crímenes que se cometían. Me oyó en silencio y sólo me contestó: -ten cuidado y habla más bajo; en la esquina hay un espía y te puede oír. Eso me lo decía el Presidente interino de la República”. (Luis F. Mejía. De Lilís a Trujillo. Historia contemporánea de la República Dominicana. Editorial Elite. Caracas, 1944. p. 245).
Finalmente la Alianza Nacional-Progresista debió desistir de participar en las elecciones del 16 de mayo, y la mayor parte de sus cuadros y dirigentes solo les quedó tratar de huir del país por la vía más rápida, no pocos fueron eliminados. En la farsa electoral participó Trujillo como candidato único y obviamente “triunfó”. Campillo Pérez en su análisis de las votaciones destacaba que por lo menos 45.32% se abstuvo de votar. Se anunció que de los 412,931 electores o personas con derecho al voto, 225,796 sufragaron y 187,135 se inhibieron. Por Trujillo y Estrella Ureña supuestamente votaron 223,926 y solo depositaron boletas en blanco 187,931 . (Julio G. Campillo Pérez. op. cit. p. 168).
El embajador Curtis escribió al Departamento de Estado explicando los cómputos, estableciendo sobre los resultados obtenidos en las urnas: “Como el número dado excede en gran cantidad el total de votantes del país, comentarios adicionales sobre la honradez de las elecciones son escasamente necesarios”. (Lauro Capdevila. op. cit. p. 45). El periodista norteamericano Albert C. Hicks publicó una investigación sobre la tiranía en 1946, al pasar balance a los atropellos cometido por Trujillo en ese proceso “electoral”, acotó.
“Durante el periodo post-electoral, es decir desde el verano del 1930 hasta octubre del año siguiente cayeron por lo menos mil dominicanos que figuraban en la lista negra de Trujillo. varios miles más fueron encarcelados y torturados. Y de tal manera lo fueron que Trujillo no tenía nada que temer si los dejaba luego en libertad”. (Albert C. Hicks. Sangre en las calles. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Primera edición en español. Santo Domingo, 1996. p. 63).
Trujillo decidió extinguir todos los partidos políticos e imponer un exclusivo organismo partidario que respondiera a sus intereses, así surge el 16 de agosto de 1931 el Partido Dominicano, siguiendo el modelo hitleriano.
Al aproximarse las elecciones de 1934, con todo el control del país empieza a montarse la nueva bufonada electoral. El turno correspondió a las inefables “revistas cívicas”. Con estas maniobras se organizaron marchas y mítines en todas las principales ciudades del país, las “fuerzas vivas” de cada localidad desfilaron apoyando a Trujillo, actividades encabezados por enemigos arrepentidos.
Al finalizar las “revistas cívicas” se solicitó a la Junta Electoral que se ahorrara el dinero que se dispondría para las elecciones, porque de modo “plebiscitario” la población había decidido la continuidad de Trujillo en el poder. Para santificar esta propuesta electoral se realizó una encuesta a 150 personalidades, solicitándoles su opinión sobre el particular. Las respuestas fueron publicadas por el Listín Diario: una parte de los encuestados no respondió, otra como era lógico lo hizo afirmativamente, Félix A. Mejía nos dice sobre el particular:
“Sin embargo, hubo dos valientes, dos que decidieron llegar hasta la inmolación si fuere necesario, al contestar negativamente y en términos enérgicos. Sus nombres: Eduardo Vicioso, licenciado en derecho, abogado de renombre, catedrático de la Universidad, y Ramón de Lara, doctor en medicina, cirujano famoso, tal vez el que más en Santo Domingo, e igualmente catedrático de la Universidad; ambos destacados elementos de la política y de la sociedad dominicana.
La sanción, como era natural, no se hizo esperar, pues inmediatamente fueron enviados a Nigua, […] Félix A. Mejía. op. cit. p. 261).
Nigua era la cárcel de tortura principal en esa época, los prisioneros fueron sometidos a tantos vejámenes que Ramón de Lara (antiguo rector de la universidad) trató de suicidarse, pero nunca claudicó en sus posiciones críticas.
Entretanto, el “Jefe” se vio compelido por el “clamor popular” expresado en las “revistas cívicas” a aceptar la postulación para un nuevo mandato, que como era obvio “ganó” sin contrincante alguno, como era su especialidad. El 16 de agosto al juramentarse de nuevo reiteró esos conceptos que lo catapultaban como excelente embustero:
Contrario por convicción y por temperamento a la continuación en el manejo de la cosa pública por más tiempo que el ofrecido en una primera oportunidad por un pueblo a sus elegidos, no he podido vencer mis más íntimas resistencias sino ponderando aquellas circunstancias que el pueblo dominicano, clarividente, como todos los pueblos de la historia en la hora de resolver los problemas que atañen a su seguridad y bienestar, ponderó antes que yo para insistir con una petición clamorosa y unánime en que aceptase conducir el Gobierno de la Nación en el periodo 1934-38 que hoy se inicia”. (Rafael L. Trujillo. Discursos, mensajes y proclamas. Editorial El Diario. Santiago, 1946. T. II pp. 80-81).
Para l938 la coyuntura se tornaba complicada para que el “benefactor” se presentara como candidato por el gran rechazo internacional que recibía por la matanza de haitianos en 1937. Con el control total del país, esto no era problema, recurrió al mecanismo de colocar presidentes títeres empezando con Jacinto -Mozo- Peynado, que falleció en la presidencia por complicaciones diabéticas en 1940, siendo reemplazado por Manuel de Jesús Troncoso de la Concha (notable intelectual a quien previamente había humillado, ordenando que lo condujeran preso esposado por la calle Del Conde hasta la Fortaleza Ozama).
En las elecciones del 16 de mayo de 1942, Trujillo retoma la candidatura presidencial y obviamente “ganó”. En estas elecciones se “concedió el voto a la mujer”. ¿Se pueden llamar elecciones a farsas electorales donde de antemano se sabía quién ganaría? Además, se escogieron legisladoras exclusivamente trujillistas como Isabel Mayer. Mientras no se le permitía el derecho de postularse a mujeres que cometían el “delito” de ser opositoras, entre ellas: Josefina Padilla, Carmita Landestoy, Carmen Natalia Martínez Bonilla, Silvia Padilla, Conina Mainardi, Graciela Heureaux, Clara Lluberes, Gilda Pérez, Sobeya Mercedes Almonte, Edda Kidd Espinet y la entonces muy jovencita opositora Minerva Mirabal.
Para las elecciones de 1947, Trujillo también tenía dificultades tras la derrota de su aliado Hitler y el llamado insistente a desplazar todas las tiranías de América. Tratando de simular que se había convertido a la “democracia”, permitió que a mediados de 1946 sus opositores realizaran actividades públicas, en el entendido que no se atreverían. Le salió el tiro por la culata, organizaciones que trabajaban de modo clandestino como la Juventud Democrática, el Partido Socialista y la Unión Patriótica Revolucionaria, aceptaron el reto y se lanzaron a las calles realizando grandes manifestaciones de protestas. Trujillo de inmediato debió prohibir la brecha de libertades y desató una cacería brutal contra los opositores que aceptaron el reto.
Los abogados Rafael Alburquerque Zayas-Bazán y Gilberto Fiallo (hermano de Viriato y Antinoe) aprovechando el espacio creado a la oposición, declararon al periódico La Opinión que no existían condiciones para un proceso electoral libre, pero que llegaría un momento que la mayoría de los dominicanos podrían elegir un «Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». El presidente del Partido Dominicano trató de refutar a los osados opositores y envió una réplica señalando que como la mayoría del pueblo estaba inscrito en el Partido Dominicano no era necesario la aparición de partidos opositores. Esta actitud de Alburquerque y Fiallo más tarde le costaría presidio político a ambos en la Fortaleza Ozama. (Rafael Alburquerque Zayas-Bazán. Años imborrables. Archivo General de la Nación. Santo Domingo, 2010. pp. 56-61).
Ante la alarmante represión contra sus adversarios desterrando cualquier posibilidad de oposición pública para las elecciones del año siguiente, el “Jefe” recurrió a una nueva y risible artimaña para que la opinión pública nacional e internacional no ubicara su constante propuesta como aspirante único. Decidió crear candidaturas “opositoras” que encabezaban colaboradores del régimen, los “antagonistas” fueron Rafael A. Espaillat y Francisco Prats. Campillo Pérez en su obra sobre las elecciones nos dice en torno a este “novedoso” proceso electoral:
“El día de las votaciones, los sufragantes estuvieron reacios a favorecer los “opositores de Trujillo” y se negaron a rayar los símbolos de estos. Por más que los bufetes electorales les explicaron que no corrían peligro y de que todo estaba “aprobado por el jefe”. Los sufragantes “insistieron” en votar por el partido de la palma. Se presumía que esta farsa era un “gancho! Para determinar cuáles eran los enemigos de Trujillo”. (Julio G. Campillo Pérez. op. cit. pp. 183-184).
Se debe aclarar que en ese lapso funesto, el votante no se introducía en una caseta para ejercer su voto de manera secreta, tenía que marcar el candidato de su preferencia en la mesa donde se le entregaban las boletas y luego depositar su “voto” en la urna. Jesús de Galíndez en su famosa tesis doctoral sobre la “Era de Trujillo”, comentó sobre este inefable proceso: “Las elecciones del 16 de mayo no pueden ser más sosas; ni siquiera se simuló una campaña electoral previa”. (Jesús de Galíndez. La Era de Trujillo. Editorial Americana. Buenos Aires, 1958. p. 84).
Para las elecciones de 1952 el Congreso emitió una resolución declarando de alta conveniencia nacional la reelección de Trujillo, pero este “rehusó” aceptar el “llamado nacional” y recurrió de nuevo al expediente de los títeres. Pronunció un discurso el 17 de julio de 1951, en una asamblea del Partido dominicano, anunciando que no se postularía para un nuevo periodo y que solo se reservaría el trabajo de supervigilar y resguardar los más altos y nobles intereses de la República, terminaba su intervención con la siguiente exhortación a sus correligionarios:
“Con la celebración de esta Asamblea quedara abierto el período preelectoral hasta el próximo 16 de mayo. Es tiempo, pues, en vista de mi decisión de no aceptar una nueva postulación presidencial, de que escojáis al candidato que postulará el Partido en el próximo período. Al hacer vuestra selección os ruego muy encarecidamente tener presentes los méritos y las personales condiciones de cualesquiera miembros de nuestro grupo que sean acreedores a tan señalada y honrosa distinción”. (Rafael L. Trujillo. op. cit. 1951. T. X p. 206).
El ”Jefe” ridiculizaba hasta sus más íntimos correligionarios como los dirigentes y bases del Partido Dominicano, exhortándoles a una campaña interna para seleccionar el candidato presidencial. Mientras prometía una campaña preelectoral ya tenía seleccionado el candidato, se trataba de un personajes de su entorno familiar, Héctor Trujillo, alias Negro. Unico hermano que consideraba totalmente incondicional, era un secreto a voces sus diferencias por cuotas de poder con sus hermanos Virgilio, Petán y el fallecido Aníbal.
Héctor Trujillo fue “reelecto” en 1957. La votación alcanzada en ambas ocasiones fue a “unanimidad”. En las elecciones de 1957 fue restablecida la vicepresidencia de la República, Trujillo empezaba a sondear la posibilidad del reemplazo y como era lógico (y todavía sueñan algunos miembros de su familia) pensaba en un mandato dinástico. El elegido fue su hijo favorito Ramfis, quien empezaría a entrenarse en el manejo del Estado desde la vicepresidencia.
Ramfis solo tenía vocación para las aberraciones, ya había sido expulsado de una academia militar de Estados Unidos por mala conducta. Balaguer en una de las pocas ocasiones que fue sincero, declaró que junto a Trujillo fue al yate Angelita a visitar a Ramfis a su llegada después de los escándalos de Hollywood. Enfatizó que Trujillo iba eufórico a abrazar a su hijo:
“Pero la expresión de su rostro cambió súbitamente cuando entró al comedor del yate y halló a Ramfis completamente ebrio y en un estado físico deplorable. Su barba había crecido y se advertía que había estado entregado a los peores excesos durante varias noches consecutivas. El aspecto de sus acompañantes no era más agradable. Aquel palacio flotante había servido de escenario a varios meses de orgía”. (Joaquín Balaguer. La palabra encadenada. Fuentes Impresores, S. A. México, 1975. p. 217).
Se trataba de un momento cumbre, Trujillo advirtió que estaba en peligro la transición hereditaria, quizás sin imaginárselo en esos momentos por carambola Balaguer entraba en la línea de sucesión, porque el puesto creado para Ramfis de vicepresidente fue ocupado por este.
Pero el “Jefe” seguía a caballo. Para 1962 se pensaba volvería el desdichado circo electorero trujillista, desde muy temprano se inició una campaña para que el “Benefactor” Chapita reasumiera la presidencia, con su hermano Héctor como vicepresidente. Se desató una gran propaganda de promoción política alusiva a ambos hermanos: los “generalísimos”. El 21 de febrero de 1960 se realizó un desfile multitudinario en el Malecón de “Ciudad Trujillo”, para rogarle al “Jefe” que aceptara su postulación presidencial en las elecciones de 1962, se indicó asistieron 500,000 personas a la manifestación. (El Caribe. Santo Domingo -C. T-. 22 de febrero 1960).
Tras la invasión patriótica del 14 de junio de 1959 y el descubrimiento en enero de 1960 de la Agrupación clandestina 14 de Junio, que dirigían los esposos Minerva Mirabal y Manolo Tavárez, la represión fue incrementada, y llovieron las denuncias en los foros internacionales contra la tiranía.
Ante la difícil coyuntura se decidió una nueva maniobra en enero de 1960, el secretario de Interior, Cucho Álvarez, formuló una inusitada propuesta a un grupo de ciudadanos considerados opositores internos (exceptuando a los centenares que estaban prisioneros fruto de la redada nacional contra los miembros del Movimiento clandestino 14 de Junio) a que formaran partidos políticos de oposición, entre otros a los hermanos Fiallo, Viriato, Antinoe y Gilberto, Emilio de los Santos, Rafael Alburquerque Zayas Bazán, Jordi Brossa, Ostacilio Peña Páez, Angel Liz, Antonio Rosario, Pericles A. Franco, Antonio Musa y Luis Manuel Baquero. También se incluyó a connotados trujillistas y otros ciudadanos sin definición política. Los opositores declinaron la invitación como era obvio, mientras los trujillistas protestaron por ser incluidos en ese listado e hicieron galas de su trujillismo. (El Caribe. 27, 30 de enero 1960).
Ante la imposibilidad de que personalidades opositoras internas accedieran a la provocación trujillista, el régimen se arriesgó a un proyecto más peligroso, lanzó un reto a los exiliados para que regresaran e hicieran oposición pública.
El MPD que mantenía la arriesgada consigna de «Lucha interna o Trujillo siempre», aunque consciente se trataba de una maniobra con propósitos inconfesables, aceptó el peligroso reto. Sus dos principales dirigentes regresaron al país e inauguraron un local del MPD en la entonces avenida José Trujillo Valdez (Duarte) que concitó un enorme e increíble apoyo de las masas, principalmente de jóvenes hastiados de la tiranía.
Trujillo para la época organizaba un atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt acción nefasta que ocurrió el 24 de junio de ese año. Ese mismo día los paleros de Balá con el apoyo de la policía y el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) atacaron de modo salvaje el local del MPD, como cortina de humo para que se “entendiera” que Trujillo no tenía que ver con el atentado, porque estaba entretenido con una tarea de política interna.
Pese a sus grandes esfuerzos su coartada salió fallida, era inminente que sería sancionado en la Asamblea de cancilleres de Costa Rica en el mes de agosto. Desesperado decidió reestructurar transitoriamente la sucesión dinástica que estaba proyectando, obligó a su hermano Héctor a renunciar a la presidencia para aparentar que los Trujillo ya no gobernaban, pasando a la presidencia Balaguer que a la postre se convirtió en su heredero político. El nuevo simulacro se frustró, al año siguiente un grupo de valientes corajudos extirpó al tirano.
No solo en materia electoral, sino en todo lo que significaba legalidad la “Era de Trujillo” registró ejemplos aciagos. Por eso no fue fortuito que su heredero político coyuntural, implantara un corolario trujillista durante su malhadado “Gobierno de los doce años”, asumiendo el estilo irrespetuoso de su jefe. El ejemplo más ilustrativo ocurrió el 28 de mayo de 1968, cuando de manera pública ante la nación sentenció sin sonrojo que el prisionero político Ignacio Marte Polanco, no saldría de la cárcel “amparado bajo ningún tecnicismo legal”. Esos vientos putrefactos son los que hoy se promueven paradójicamente en nombre de la libertad, con el nauseabundo propósito de contaminar la atmósfera política nacional. Anhelan que esos polvos deletéreos vuelvan a enseñorearse con su insoslayable terapia de cadalso en el proceso de: “arreglar” la sociedad dominicana con mano dura. ¡No puede ser!