No cabe duda que las democracias del capitalismo tardío, las mismas que han presidido sobre los procesos de concentración del ingreso que permiten que el 1% más rico del mundo controle más del doble de la riqueza que los 6.9 billones de personas menos ricas, atraviesan una severa crisis de credibilidad. A este nivel de desigualdad no se llega atendiendo a las necesidades de las ciudadanías, como nos quisieran hacer creer, sino lo contrario, y no solo en lo que respecta a la distribución del ingreso. Varios acontecimientos recientes en el escenario mundial, además de advertir sobre el estado deplorable de los asuntos internacionales, ilustran la reticencia de las democracias occidentales a escuchar los reclamos y a cumplir los deseos de sus ciudadanías. Más bien parecería que muchas de ellas se han quedado completamente sordas, como muestran algunos ejemplos:
- Aunque más del 60% de los franceses se opone a la reforma del sistema de pensiones, y aunque cientos de miles de ellos han manifestado su voluntad en las calles, el presidente Macron mantiene la decisión de imponer su propuesta legislativa;
- Las dos terceras partes de los mexicanos es contrario a la supuesta “reforma” del Instituto Nacional Electoral (INE) de México que el Presidente López Obrador insiste en aprobar, en lo que parece ser un peligroso intento de debilitar al INE para lograr mayor control del próximo proceso electoral. Las manifestaciones de protesta en todo el país han sido multitudinarias, sin lograr respuesta positiva del presidente;
- A pesar de la sumisión con que los medios de EEUU repiten lo prédica oficial sobre la guerra en Ucrania, actuando como verdaderas maquinarias goebbelianas a favor de los intereses del establishment bélico, casi la mitad (47%) de los estadounidenses favorece una solución negociada a la guerra. Lo mismo aplica al caso alemán, cuyo gobierno ha iniciado ya el envío a Ucrania de sus poderosos tanques Leopardo, ignorando la opinión pública en ese sentido;
- Dado que Israel se pavonea tanto de ser la única democracia real en Oriente Medio (una aseveración altamente debatible), vale la pena destacar que dos de cada tres israelíes se oponen al golpe de estado judicial actualmente promovido por el gobierno de Netanyahu y lo han demostrado vigorosamente en las calles, sin éxito hasta el momento;
- Por último, y de mayor interés para los dominicanos, en su reciente discurso de rendición de cuentas el presidente Abinader ignoró por completo los dos reclamos que mayores protestas ciudadanas generaron en el último año: la reforma de la Seguridad Social y la inclusión de las 3 causales en el Código Penal. ¿Será que en el País de las Maravillas donde vive el presidente ya esos dos problemas se superaron? ¿O será más bien otro ejemplo de presuntas democracias neoliberales que entienden que con hacer la pantomima y mantener las apariencias seguirá siendo suficiente? Y lo más importante: ¿hasta cuándo será suficiente?
Además de los miles de dominicanos afiliados a la seguridad social que acabamos de pasar meses sin poder usar nuestro seguro de salud, hay que recordar las protestas multitudinarias que desde finales de septiembre han tenido lugar en Santiago, Santo Domingo, Barahona y Bonao exigiendo la reforma del sistema depredador que las élites políticas y empresariales -por razones obvias- se obstinan en mantener. De igual manera, la Encuesta Nacional de Opinión Política ACD Media, divulgada unos días antes del discurso presidencial, reporta que el 57% de la ciudadanía está de acuerdo con que el Código Penal se apruebe con las tres causales y sólo el 32% está a favor de que se apruebe sin las causales. Si el presidente procede con lo que parece ser su intención de promulgar el Código sin las causales, tendrá que hilar muy fino para justificar no sólo esa monstruosidad legislativa sino también su decisión de ignorar la voluntad soberana del pueblo que lo eligió.
Solo un caso reciente me viene a la mente donde el empecinamiento de un jefe de Estado por promover una política claramente impopular terminó con su renuncia al cargo (y como no vive en RD, donde los políticos son perpetuos, también con su carrera política). Me refiero a la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, y su obsesión de llevar hasta las últimas consecuencias legislativas la noción trans de que un hombre con sus genitales intactos, que nunca ha vivido como mujer ni utilizado hormonas femeninas, puede convertirse en mujer solo con declararse como tal, y que el Estado está obligado a reconocerlo en sus documentos oficiales. Para mala suerte de Sturgeon, en medio de la polémica suscitada por su propuesta de permitir el cambio prácticamente sin requisitos y de incluir a menores de edad, ocurrió lo que los grupos feministas venían advirtiendo que ocurriría: ante la inminencia de una condena judicial en su contra, un varón escocés acusado de violar a dos mujeres se declaró mujer con el propósito de cumplir su pena en una cárcel para mujeres, a la que efectivamente fue remitido. Las consecuencias políticas fueron devastadoras para la primera ministra.
Aunque comparto las críticas de las feministas británicas a la propuesta de Sturgeon, no deja de preocuparme que haya sido justamente el tema trans el que en última instancia llevara a su renuncia, mientras los promotores de la carnicería en Ucrania, como Biden, o los manifiestamente corruptos, como Netanyahu, no sufren consecuencias similares. ¿Por qué es que nada parece movilizar más a las ciudadanías occidentales que las políticas de identidad, tanto desde la derecha como desde la izquierda? Los mismos europeos que se horrorizaron con la propuesta de Sturgeon apenas si pestañaron hace unos días ante la más reciente tragedia en el Mediterráneo, donde se estima murieron más de 60 migrantes. En España durante meses y meses no pararon de discutir sobre la nueva ley trans (peor que la de Sturgeon); pena que no le pusieran igual interés a la tragedia de la valla de Melilla, donde murieron docenas de migrantes el año pasado.
En los EEUU, como en otros países del Norte, tanto la derecha como la izquierda están obsesionadas con los temas identitarios, sobre todo los raciales y trans. Se discute muchísimo más sobre la enseñanza del racismo en las escuelas y el uso correcto de los pronombres que sobre el presupuesto obsceno del Pentágono o las políticas tributarias que prácticamente eximen a los multimillonarios del pago de impuestos. En los últimos meses he visto más discusión en las redes gringas sobre la gordura y el fat shaming que sobre el precio de los medicamentos de primera necesidad; más teorización sobre el uso del término latinxs que sobre los más de mil niños latinos separados de sus familiares por las autoridades migratorias de Trump que todavía no aparecen.
Ni que decir que el sistema neoliberal está de plácemes. Mientras más grandes y rapaces las corporaciones, mayor el entusiasmo con que apoyan los debates sobre identidad y los programas de inclusión, equidad y diversidad (IED) en las empresas, centros educativos, medios de comunicación, sector público, etc. ¿Por qué será?