La democracia era desconocida en la sociedad colonial en la isla de Santo Domingo. Desde que pisaron tierra los españoles se sintieron superiores a los nativos, a los indígenas, que ellos llamaron “indios”. Los colonizadores impusieron un sistema político-social-militar, monárquico, dictatorial, sustentado por un catolicismo medieval, cómplice del poder, en una sociedad de estratificación social dividida que se reflejada en las celebraciones de carnaval: una expresión callejera, con sede de la Plaza de Armas y una manifestación de baile exclusivo y excluyente en el Palacio de las Casas Reales.
Este esquema de clases sociales se mantuvo después de la Independencia, después de la Gesta Restauradora y durante la dictadura Trujillista. Al concluir la gesta patriótica de la Restauración, protagonizada por el pueblo, se profundizo las dimensiones de identidad y resplandeció el orgullo nacional, gracias a la magia de la imaginación y la creatividad surgió la revalorización de la presencia “indígena” como simbolización de la dominicanidad en el carnaval dominicano y con ellos otros personajes en un proceso de criollización.
Aun así, el esquema de la desigualdad de expresiones carnavalescas prevaleció, asumiendo su plenitud durante la dictadura trujillista, por conveniencias políticas. Trujillo fue un guardia que llegó a la Presidencia sin pertenecer ni tener profundas relaciones con las elites dominicanas, una élite que ya no tenía como referencia ideológica a Madrid, sino a París y/o Roma, con referencia del carnaval de Venecia.
Su gran sorpresa fue encontrar la pasión de las élites de estos países por los carnavales de salón, exclusivos y excluyentes, trayendo de ellos parte de su parafernalia: Confetis y serpentinas, sustituyendo al Rey Momo, por reinas, elegidas por votación con valor económico entre ellos mismos.
El surgimiento de los barrios populares de la ciudad de Santo Domingo, Villa Juana, Villa Francisca, San Carlos, Villa Duarte, Los Mina, etc. hizo posible el surgimiento del carnaval popular, el cual, gracias a la capacidad creativa de mecánicos, panaderos, pintores, billeteros, vendedores callejeros, etc. transformaron este carnaval, creando nuevos personajes y nuevos temas, pero vigilados por calíes, con estrategias de control, obligando a la inscripción de personajes y comparsas en los cuarteles policiales a los cuales se les asignaba un número de identificación que debía de colocarse en un lugar visible del traje o de la máscara.
Pero la dictadura privilegiaba a los bailes de los salones de casinos y clubes sociales donde Trujillo pasó a relacionarse con las familias sagradas de las élites sociales, donde conoció a una reina impresionante de carnaval que lo deslumbró, Lina Lobatón, la cual fue uno de sus grandes amores.
Este modelo, popular y de élite existía en diversos pueblos, por ejemplo, como en San Cristóbal, Baní, La Vega y Cotúi, donde existía uno de los carnavales de mayor diversidad de temas y de personajes a nivel popular y donde existía un carnaval de salón como expresión de la élite social, cuya sede y escenario era en el casino del pueblo.
Siguiendo el modelo capitalino, entre ellos elegían una reina para presidir todas las actividades del carnaval ese año. En la década del 90, Marcia Ampara, una distinguida maestra fue electa reina y tomó la iniciativa de formar una corte a su alrededor de mujeres conocidas de las élites del pueblo. La idea fue acogida con beneplácito y se creó un cortejo de damas distinguidas.
Todas las damas de la corte, participaban en los bailes de carnaval con vestuarios diversos, elegantes y caros, pero además llenas de fantasías, sin tener que ver con los disfraces populares que tenían identidad. Por diversas razones hubo diferencias en el grupo, en una sociedad legitimada por las esencias nacionales y cada vez más el pueblo con protagonismo histórico.
Se produjo una disidencia en la corte y una parte del decidió cambiar los exclusivos salones del casino por las calles, insertadas en el carnaval popular. Unánimemente el grupo de damas decidió identificarse como “La Comparsa de las Damiselas”, la cual traía una propuesta de integrar la magia de la fantasía al contenido simbólico de la tradición del carnaval de Cotúi, enriqueciéndolo y dándole más identidad.
Dos líneas particulares son privilegiadas históricamente en el carnaval de Cotúi: La revalorización de la naturaleza y la singularización del papel. El uso de todos los elementos naturales, hacen de él el más ecológico carnaval del país, con personajes diversos y únicos. El uso del papel como creador de arte es una hermosa tradición en este carnaval. El personaje original ecológico es el Platanú con un traje de hojas secas de plátano y una máscara de higüero, herencia africana, lo cual lo convierten también en el carnaval más democrático del país, porque nadie deja de disfrazarse ni dejar de ir al carnaval por razones económicas. ¡Nunca faltan las hojas del plátano!
Cuando el periódico llegó a Cotúi, en vez de botarlo, imitaron a las hojas de plátanos y de allí nació “El Papelú” y con las funditas plástica, crearon “El Fundú”, enriqueciéndose este carnaval. Las Damiselas, respectando esta tradición crearon hermosos e impactantes trajes de papel crepé de diversos colores llenos de magia y fantasía, únicos en el país, dándole más identidad al carnaval del país. Incluso hicieron vestuarios de fantasía para diversos personajes tradicionales que le dieron otra dimensión artística.
Cada año, Las Damiselas, con estos papeles de colores crean diferentes trajes, democratizando la fantasía, con vestuarios más baratos que si fueran hechos de tela. Esta es una comparsa impactante, original, creativa, única, donde cada una de ellas tiene el nombre de Eugenia o de Micaela, porque es un personaje de creación colectiva.
Sin dudas, esta comparsa de jóvenes y de señoras distinguidas, amantes de Cotúi y apasionadas del carnaval, constituye, por su creatividad e identidad, un orgullo de la nación y un patrimonio artístico-cultural del carnaval nacional.