Hace tres años, más de cien intelectuales entre los que se encontraban filósofos, científicos y escritores (Noam Chomsky, Steve Pinker, Margaret Atwood, Salman Rushdie, entre muchos otros) publicaron un comunicado donde externaban su inquietud sobre “una serie de actitudes morales y compromisos políticos que tienen a debilitar nuestras normas para mantener un debate abierto y de tolerancia hacia la diferencia en favor de la conformidad ideológica”. (https://elpais.com/cultura/2020-07-08/una-carta-sobre-la-justicia-y-el-debate-abierto.html).
A lo que se referían los firmantes de la comunicación era al fenómeno conocido como la “cultura de la cancelación”, una disposición de clausurar espacios de discusión en torno a los productos culturales sobre la base de juicios de carácter moral o ideológico.
Algunos ejemplos de la cultura de la cancelación son: excluir un texto de los planes de estudio por considerar que promueve el racismo; boicotear la producción intelectual de un autor si ha hecho un comentario sexista; o rediseñar una novela porque se entiende que puede herir la sensibilidad de una población históricamente discriminada. Estas prácticas se han asociado a un determinado sector de la denominada izquierda “woke”.
Sin embargo, no debemos considerar la cultura de la cancelación como exclusiva de un determinado sector del espectro ideológico. También forman parte de la cultura de la cancelación acciones asociadas a la derecha ideológica como: la prohibición de contenidos educativos que contradicen un dogma religioso; la censura de un libro por emplear un lenguaje “ideológico”; o impedir la educación sexual en las escuelas.
La cultura de la cancelación no solo socava las bases mismas de una sociedad democrática, cuya naturaleza es su carácter dialogante, sino que constituye un fenómeno empobrecedor de la experiencia humana, porque obstaculiza la comprensión de los discursos, textos y productos culturales que deben interpretarse desde el trasfondo del contexto histórico y cultural de los mismos, mientras bloquea la indisposición a la escucha que llevan a las polarizaciones políticas tan típicas de las sociedades democráticas actuales.