Hace varios días, después de cruzar por el Limonar camino a las montañas de Baní, que todavía están preñadas de café y que una vez se llenaban de sueños de cimarrones libres, encontré a un pequeño poblado donde la noche anterior, después de las doce, fue sorprendida una bruja chupándole la sangre por un dedo del pie izquierdo a una niña que dormía plácidamente; por suerte, como la niña estaba bautizada, esta vomitó la sangre y en su escoba alzó el vuelo de retirada balbuceando palabras inteligibles.
Una familia entera decía y repetía que la había visto y sorprendido a la bruja. Toda la comunidad dio testimonio que había sentido el ruido de su vuelo de huida. No opiné nada y solo me dediqué a escuchar, respetando la fe colectiva de la veracidad de lo que había ocurrido donde todos estaban convencidos de que era cierto el episodio de la bruja.
Cuando era muchacho en Baní esta creencia era común, al igual que en casi todo el país, pero no pensé que en algunos lugares tuviera vigencia todavía. Siempre se creyó que, como en la Edad Media, en Europa, las brujas volaban en una escoba y que tenían la capacidad, momentáneamente de convertirse en aves o hacerse invisibles, se sabían que eran ellas por el ruido que hacían sobre los techos y las ventanas al emprender su huida.
En cantidad de lugares y para muchas personas las brujas son una realidad. Su descripción varía. Algunos las consignas como viejas, feas, despeinadas, descuidas, con caras descoloridas, ropa fea, roída, ojos penetrantes y risas alocadas. Pero otros las describen como jóvenes hermosas, con sonrisas nerviosas y hasta tímidas. Todas tienen sus escobas, risas burlonas y son extraordinariamente calculadoras y, sobre todo, astutas.
Para el eminente investigador Carlos Esteban Deive, las brujas dominicanas se desnudaban, friccionando su cuerpo con ungüentos, se quitaban la piel que ponían en remojo en una tinaja y después de exclamar ¡Sin Dios ni María! alzaban el vuelo. En este contexto, las mujeres llamadas María no podían ser brujas porque estaban impedidas de volar por su nombre, por eso, muchas madres a sus hijas al nacer le ponían el nombre de María, por la madre de Dios y como protección.
Pero ellas tenían otras tareas, según sus relaciones con los seres humanos y el lugar de existencia. De acuerdo con el escritor Santiago Peñolguin, “se empleaban a las brujas como espías, principalmente, pues como podían volar y hacerse muchas veces invisibles les era posible conocer a los que tramaban revueltas; a los que querían tumbar gobiernos, los que traicionaban y saber el lugar donde se ocultaba el enemigo, también para preparar oraciones y ensalmos para arreglar balas y dar resguardos”.
El mismo Penolguín afirma que un general de la Guerra Restauradora, de puesto en Guayubín, una noche le preguntó en voz alta a un soldado: ¿Qué hora es? Una bruja que estaba pasando y que oyó la pregunta le contestó: “Cuando yo pasé por Cabo Haitiano eran la nueve de la noche”.
En varios lugares, para tumbar o agarrar a una bruja se colocan lazos con soga de cabuya en los techos de las viviendas, en los árboles más cercanos donde se han sentido, dentro de las casas se colocan escobas con las puntas para abajo para que no puedan volar, hay rincones estratégicos donde se tira sal, mostaza y ajonjolí, al pisarlas quedan inmóviles y si penetran el cuerpo, como muchas se quitan la piel, se revolotean de dolor en el suelo o en el piso.
En muchos casos, cuando se siente su presencia en el techo de las viviendas, se grita en alta voz: ¡Regresa mañana para darte sal! Si al otro día una mujer cualquiera llega en busca de sal, la bruja queda al descubierto.
Las brujas no son un invento de dominicanas ni de dominicanos, es una herencia traída de España, de una mítica medieval, de duendes, de fantasmas, de seres sobrenaturales. Sus antecedentes están ligados a las “Sibilas”, mujeres que hablaban en trance después de ingerir hojas de diversas plantas y humo de laurel. Igualmente, de las pitonisas, las cuales sin caer en trance, gracias al Dios Pitón, podían hacer predicciones.
En esa época, la brujería, era la búsqueda de las verdades y de los misterios de la naturaleza, era el examen y la observación de los astros, de la vida y de la muerte. Los que se dedicaban a esta actividad eran los sabios, eran los magos eran “brujos”. De acuerdo con la tradición cristiana, los reyes que llegaron al pesebre donde nació Jesús, el niño Dios, lo hicieron guiándose por los astros, el sol y las estrellas. Eran “magos”, es decir estudiosos de la astrología. Era un mundo donde la magia estaba legitimada.
La búsqueda de respuestas a los misterios de la naturaleza y del mundo se convirtió en la religión de los “Wicca”, que en realidad era un culto naturalista. Era una religión de sabios, hombres y mujeres dedicados a descubrir las leyes de la naturaleza para definir los misterios de la vida. En algunos lugares le decían “brujería”, la cual significaba, el descubrimiento de las leyes del cosmos.
Cuando el emperador romano Constantino elevó la religión católica a religión del Estado, la Iglesia católica entendió que todo esto era malo y que era anticristiano, comenzando una campaña contra el paganismo, con una irracional cacería de brujas.
La brujería, que convivió con la religión católica durante años, pasó a ser su enemiga. Para acabar con todas las herejías, en 1184, se creó la “Santa Inquisición”, donde murieron miles de mujeres inocentes acusadas de prácticas de bujerías y fueron eliminadas con sus escobas.
El estigma de los prejuicios en contra de la brujería siguió rondando históricamente y afloraba cada vez que se fanatizaban los creyentes. Algunos de ellos interpretaban fragmentos a su manera y no a las esencias del mensaje bíblico. Para asesinar a las que bautizaban como brujas buscaban el libro de Éxodo 22:18 “No dejaras con vida a ninguna hechicera”.
En esta base, en 1692-93 en Salen, Estados Unidos, por lo menos 20 inocentes mujeres fueron asesinadas por brujas.
¡Suerte que en dominicana eran solo parte del folklore dominicano y, por eso, nunca ahorcaron o quemaron a mujeres por brujas! ¡Bendito sea Dios!