Cuando las berenjenas, egg plant, están verdes, se ven blancas. Esta semana, en un año donde no se puede ni podrá distinguir cuando comenzará oficialmente la campaña política, ha sido sacudida por un evento, plasmado en una carta, donde el jefe de campaña de Abel Martínez le presenta la renuncia.

Abel no tiene a quien designar en tan importante puesto estratégico, y declara a los medios que él mismo será su propio jefe de campaña. Abel, en este resbaloso momento tiene casi todo: juventud, gracia, aceptación, recursos, sabe venderse, es receptivo, pero no tiene jefe de campaña, lo que podría anular o hacer ineficaz a todo lo anterior.

El tiempo en política, y en todo en la vida, es un elemento vital. Le tomará tiempo a Abel reponerse del golpe sorpresivo o no, armar una respuesta convincente, mantener la disciplina interna de sus seguidores, buscar un relevo no solo apropiado, sino que este mas o menos a la altura o cerca, del exitoso Francisco Javier García, que ha sido jefe de campaña tanto de Leonel Fernández como de Danilo Medina, y puede, con justicia, ufanarse de ello. Abel parece que no prende, o no aprende.

Hace unos meses dije que Abel Martínez, que tal vez debió de huir del Partido de la Liberación Dominicana, en solidaridad a la salida de Leonel Fernández, había tenido dos grandes desdichas en su carrera reciente y el escenario de probable ascenso al poder el año próximo: Primero, le llegó su tan esperado momento político, en un partido donde el dueño de la franquicia no lo quiere ni apoya, y segundo, le toca tratar en vano de evitar la fuga de compañeros, del barco en llamas,  y de la compra y venta del mercado político, que está en avance.

Lo deseable y estratégico seria que Abel, por razones de edad, fuese el relevo de un Danilo Medina inhabilitado, que salió del gobierno, pero no salió del poder, y un Leonel Fernández, que, si bien no está en el PLD, si se nutre a diario y ha drenado esa organización política, donde fue presidente por 17 años, desde el mismo día de aquella convención amañada que lo cambio a él por un caballo grande y holgazán, trayéndonos a Gonzalo Castillo. En política no hay vacíos de poder, no hay asientos vacíos, y nadie cede su asiento, por más acabado, enfermo y cercano a la tumba que pueda verse.

El PLD, el segundo hijo político de Juan Bosch, no trajo ninguna liberación a la sociedad dominicana, como tampoco su primer hijo, el PRD, trajo nada de revolución. Dos grandes partos innegablemente, que nos trajeron, en este atribulado intento democrático post dictadura, a dos de los hijos de Saturno. Ya el PRD histórico fue sepultado por Miguel Vargas, pero en cada campaña lo levanta, lo sacude, y le da respiración boca a boca a esa momia pestilente, tratando de engañar al posible votante. Danilo, al parecer, regresó para sepultar al PLD. Cada quien su vida, cada quien su cruz, como dijo el poeta.

La renuncia de un jefe de campaña es como sepultar la propia candidatura. No recuerdo quien haya sobrevivido históricamente a ese escenario. John Podesta, fue obligado a renunciar como jefe de campaña de Hillary Rodham Clinton, en 2016. La Clinton perdió ante Donald J. Trump y no ha vuelto a levantar cabeza jamás. Afortunadamente.

Lo que podemos ver es que el partido de la liberación dominicana se encuentra en una empinada curva dialéctica que lo lleva, más temprano que tarde, hacia la propia destrucción. No todas las berenjenas del PLD son moradas, o no están los suficientemente verdes.

Los partidos deben proyectar unidad, aunque se estén matando, o vivan en una secreta carnicería recíproca, de bestialismo político. Nadie quiere visitar una familia donde la pareja se están enfrentando constantemente en un eterno duelo a muerte. Además, nadie llega solo. Hay que aliarse, aunque sea con los partiditos alita corta o bisagra, para proyectar precisamente unidad, y tener más posibilidad de alcanzar el poder en el 2024.