Podría ayudar a entender la crisis haitiana imaginar que después del ajusticiamiento de Trujillo los herederos de su régimen (Ranfis y Balaguer) hubieran procedido a disolver las fuerzas armadas y Los Paleros (bandas paramilitares vinculadas al Partido Dominicano y a los servicios de inteligencia de la dictadura para someter a la disidencia y aterrorizar a la población).

Esto no se produjo.

Tras la muerte del tirano, las viejas pandillas de Paleros (la 42, la 44, Milicia de San Cristóbal, entre otras) devinieron los Paleros de Balá, para apoyar a Ranfis y a Balaguer en su desesperado intento por retener el poder. Estas bandas de matones fueron disueltas luego de la salida de los Trujillo, pero las Fuerzas Armadas Dominicanas y la Policía Nacional permanecieron en pie, evitando que en medio de la inestabilidad política de aquellos días se produjera un vacío de seguridad.

Por la supervivencia de estos mecanismos represivos heredados del trujillato se pagó un alto precio, el derrocamiento del gobierno de Bosch seguido de una guerra civil que provocó una invasión norteamericana, el terror de los doce años de Balaguer y sus incontables crímenes políticos, la represión de las protestas de abril de 1984 y su estela de muertos, entre otros actos represivos, pero se mantuvo una cierta estabilidad política y el funcionamiento de la economía.

Otro fue el caso de Haití. Tras la muerte de François Duvalier (1971) y la posterior huida de su hijo Jean-Claude (1986) los Toton Macoutes fueron disueltos y luego, con el ascenso al poder de Jean-Bertrand Aristide (1990), también fue disuelta la armada regular, dejando un vacío de seguridad que se profundiza con la destitución de Aristide (1994).

Es en medio de este vacío de seguridad que los antiguos Toton Macoutes (fuerza paramilitar estimada en alrededor de 60 000 hombres que durante los 28 años del régimen de los Duvalier sembró el terror en Haití) se transforman en los llamados attachés (agregados), todos al servicio de grupos criminales y políticos inescrupulosos. Incluso, al mismo Aristide se le acusa de haber creado su propia banda, Les Chimères (Las Quimeras) para sostener a su parcela política.

Ha sido pues una constante en Haití, desde el fin de la dinastía de los Duvalier hasta hoy, que diferentes actores políticos y sociales (incluyendo el crimen organizado), cuenten con sus propias bandas para apoyar su pataleo por el poder o por controlar una porción de este.

El modelo de estas bandas sigue siendo el de los Tonton Macoutes, creadas por Duvalier padre al inicio de su régimen bajo el nombre de milices des Volontaires de la Sécurité Nacionale (milicias de Voluntarios de la Seguridad Nacional). Su objetivo también sigue siendo el mismo: destruir al enemigo.

Acorde con esta función, François Duvalier tuvo la astucia de poner a la cabeza de sus bandas paramilitares a destacados jefes del vaudou, sistema de creencias que practica alrededor de la mitad de la población haitiana.

De esta forma no solo les daba a estos jefes un poder sobrenatural y una legitimación a sus actos de crueldad, sino que también aseguraba su eficacia, porque hay en el vaudou una cierta demonización del adversario, y con el demonio no se discute, no se negocia, el demonio se elimina.

Pero atención, no vaya usted a pensar que estos métodos bárbros sean exclusivos de un pueblo negro, con sus raíces culturales en África y que tiene como religión el vaudou.

La barbarie, la crueldad, está presente en todas las “razas y culturas. Para solo citar un ejemplo, el tratamiento que acordaron los nazis (alemanes de tradición cristiana) a los pueblos considerados no arios duplicó en crueldad al que dieron los jefes Toton Macoutes a sus adversarios, porque incluso los maltrataron hasta después de muertos.

Tuve la oportunidad de visitar en Rusia un museo donde se exponen piezas de “artesanía” realizadas por las tropas de Hitler con cráneos y otras osamentas humanas en sus ratos de ocio. Una manera de vejar al adversario hasta después de muerto.

No es en el África negra y lejana que la humanidad ha conocido los más horripilantes actos de crueldad, sino en el viejo continente blanco y cristiano.

Y si queremos ejemplos más recientes y fuera de Europa, las imágenes que a diario nos llegan de las atrocidades que los “civilizados” israelitas cometen hoy en Gaza deberían bastarnos.

Regresando al tema, concluyo diciendo que pese al papel desmesuradamente represivo que jugó las Fuerzas Armadas Dominicanas desde el desplome de la tiranía trujillista hasta el pasado reciente, lo mejor que pudo pasar tras su caída fue no proceder a su disolución.

Haití lo hizo, y está pagando un precio mucho mayor que el que pagó la República Dominicana por conservarlas. Y lo peor es que no sabe cuándo terminará de pagar el costo de una medida que solo puede darse el lujo de tomar, muy excepcionalmente, una vieja democracia bien consolidada.