Cuenta la tradición japonesa que los antiguos jarrones, rotos y unidos con oro uno a uno sus pedazos, poseen una belleza inigualable que los convierte en piezas únicas llenas de contenido del pasado. Esta característica les otorga un valor intrínseco tan peculiar que les hace especiales entre todos los demás.

 

No podemos decir lo mismo de las relaciones humanas. La grieta que provoca una ruptura que no se puede soldar se vuelve dolorosa y cada vez más sensible con el paso del tiempo. No todas, por supuesto, tienen el mismo registro ni la misma factura. Algunas se diluyen poco a poco,  la separación de ambas orillas se hace brumosa y se amplía la distancia si se contempla a lo lejos. La causa de dicho distanciamiento se difumina, perdiéndose por el camino los afectos que unían a esos seres en un pasado no muy remoto. En otros casos el rencor juega un papel determinante y aunque una de las partes esté dispuesta a retomar el contacto, la otra ignora olímpicamente todo esfuerzo. Tal fue el caso entre Salvador Dalí y Luis Buñuel, grandes amigos en su juventud. Se cuenta que un periodista preguntó a este último si estaría dispuesto a reconciliarse con Dalí. Su respuesta fue inequívoca al afirmar  que le gustaría fumarse al final de sus días un cigarro junto al legendario pintor. Cuando esa misma pregunta le fue formulada a  esté, contestó que le agradaba la idea, pero que por desgracia él no fumaba rechazando de plano, de este modo, toda posibilidad de firmar la paz. Sería la suya una trayectoria de encuentros y discrepancias que no alcanzó a encontrar el sendero de retorno.

 

La historia de la humanidad está llena de episodios similares. Pablo Neruda en su libro de memorias confiesa la imposibilidad de tenderle la mano a Roberto Fernández Retamar en cualquier circunstancia futura. Igualmente Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, mantuvieron durante años una sólida relación, pero jamás se perdonaron tras una disputa por un asunto, supuestamente, de faldas. Aún a pesar de la gran amistad que existió entre los dos premios Nobel en sus inicios como escritores se quebró en algún punto de una historia, nunca desvelada por uno ni por otro, y jamás volvieron a dirigirse la palabra.

 

Las grietas producidas en el mundo del arte se extienden de igual modo, como mancha indeleble, al pantanoso espacio  de la política. En éste los enconos son más brutales y las heridas se infringen más profundas, pues el ego se vuelve despiadado a la hora de ceder terreno. Y para muestra, sirva tan solo un botón. La separación entre el profesor Juan  Bosch y el doctor José Francisco Peña Gómez fue tan lacerante que solo en las horas finales de éste se llegaría a producir el encuentro entre los dos, cuando el profesor Bosch cedió finalmente y acudió a visitarle al hospital. Cuentan, quienes estuvieron cerca del finado, que por unos días el gran líder de masas presentó una mejora visible en su salud gracias a este gesto.

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Este artículo surge a raíz del desencuentro entre dos grandes amigos que en sus años mozos ejercieron un oficio común: la herrería.  Los dos pertenecen a una época signada por la lucha racial, una década donde afirmarse como ser humano implicaba ganar un espacio a puro pulso. Fueron los años en los que saber bailar una buena salsa de Ismael "Maelo" Rivera o Pete "El Conde" Rodríguez, te hacía ganar el indiscutible respeto de todos en la pista de baile. Aquellos que vivieron dicho período en  República Dominicana, saben lo que significan nombres como Johnny  Ventura,  Tito Campusano, o Rafael Corporán de los Santos. Eran otros tiempos. Muhammad Alí y Roberto Clemente eran  grandes referentes. Los dos grandes amigos de los que hablo proceden de esa camada y ambos marcaron toda una época en su campo. A pesar de haber compartido durante varios años juergas y momentos de gloria en sus respectivos negocios, no han tenido la dicha de que una persona intente mediar para que logren sanar sus heridas. Nadie, hasta el momento, les ha invitado a fumarse un cigarro frente a frente que selle finalmente el armisticio. Un gesto, estoy seguro, que haría mucho bien a sus almas.