Les villages de Dieu* (Las aldeas de Dios) es una novela de la escritora y periodista haitiana Emmelie Prophète que, a juicio de Dany Laferrière, connotado escritor y académico haitiano-canadiense, y único canadiense que ha entrado a la prestigiosa Academia Francesa, “es una novela excepcional, el mejor libro sobre Haití, el más fuerte, el más justo y posiblemente el mejor escrito”.
Esta novela sintetiza la banalización del mal de ese Puerto Príncipe abandonado a sus demonios. Celia, una adolescente, trata de sobrevivir, unas veces prostituyéndose, otras realizando crónicas femeninas en las redes sociales, así deviene influencer, en un contexto plagado de bandidos que asaltan, violan y asesinan con toda impunidad.
Pero a pesar de lo potente que es este libro, la realidad haitiana supera la imaginación de Emmelie Prophète. Según el informe trimestral (enero-marzo) del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, al menos 846 personas han sido asesinadas en el curso de los tres primeros meses de este año, 600 de ellos en el mes de abril. A esto hay que agregar 393 heridos y 395 secuestrados.
En ese mismo informe se indica que la violencia en el vecino país, no solo es cada vez más extrema y frecuente, sino que se extiende en la medida en que las bandas de matones tratan de asumir el control de todo el territorio. Zonas de la capital antes consideradas seguras, como Kenscoff, Pétion Ville y el departamento de Artibonite, han sido alcanzados por las bandas.
La emergencia de grupos de autodefensa, las llamadas brigadas de vigilancia, que han surgido respondiendo al llamado de ciertas personalidades políticas y periodistas para que los ciudadanos se organicen contra la violencia de las bandas, lejos de atener la violencia, ha venido a redimensionarla. Esto grupos han realizado linchamientos colectivos que han provocado la muerte de al menos 75 personas, dentro de ellos 66 miembros de bandas, según el informe de la ONU.
Cuando el Estado no es capaz de proteger a sus ciudadanos, y estos se ven forzados a hacer su propia justicia, el resultado es una imparable espiral de violencia.
En medio de este caos, parecería que la solución sería el envío de una fuerza extranjera para pacificar el país. Pero fuerzas de intervención extranjeras es lo que menos ha faltado en Haití. El país ya ha recibido varias, norteamericanas, francesas o canadienses, y también misiones de la ONU, todas infructuosas, una de ella llevó el cólera, provocando una epidemia que dejó 10,000 muertos.
Ciertamente el vecino país necesita una urgente ayuda internacional, pero, para no repetir los errores del pasado, esta debe poner al pueblo haitiano al centro de la solución de su crisis.
En lo inmediato, se requiere de una significativa ayuda humanitaria, acompañada de eficientes mecanismos de supervisión para asegurarse de que esta ayuda llegue a la gente, y también de los recursos necesarios para sostener, equipar y formar a los servicios de seguridad del país.
*Les villages de Dieu, Emmelie Prophète, ed. Mémoire d’encrier, 2020.