Por tacaño se entiende a la persona que es reacia a dar o gastar, es decir que tienen el bolsillo y el corazón bastante cerrado y que abrirlos un poco o un mucho les cuesta un gran esfuerzo, dolor del alma y hasta lágrimas negras como las de la canción bolero-son cubana.

En el mundo real, el de la casa, la calle, el trabajo, el del mercado, el del paseo por el parque hay una gran abundancia de tacaños y de diversas maneras, formas, olores, colores y sabores, y por eso esa palabra con eñe tiene numerosas acepciones afines o, como más académicamente llamamos, sinónimos. Por ejemplo, roñoso, roñica, mísero, mezquino, avaro, ruin, pesetero, cicatero, rácano, egoísta, escatimoso, pichirre, agarrado, escaso, miserable y algunas flores afines del diccionario más.

En nuestro país tan próspero en producir palabras para cosas propias del patio hay una más para tacaño que es raquiñoso, incluso si lo es mucho-mucho está la de taquiñoso síntesis de la primera y segunda, más acertado imposible. Creatividad para estas cosas no nos falta. Incluso hay centenares de chistes sobre el tema como ese que la novia le dice: no me casaré contigo por tacaño ¡toma el anillo! y el novio le responde ¿y la cajita? O el tacaño que soñaba estar en un restaurante dándose una opípara comida, caviar, salmón, buen champagne y se despertó… para no pagar la cuenta.

Todo esto indica que eso de pertenecer a la cofradía del Puño Cerrado es tan importante como abundante y tiene serias repercusiones en la economía pues si el dinero no se gasta no circula y la economía y el desarrollo se contrae afectando el bienestar de la sociedad. Debería ser una cuestión de Estado. Hay tacaños en todas partes si uno mira a los lados, arriba o abajo, adelante o atrás muy posiblemente verá alguno o varios de ellos y cuidado si al mirarnos al espejo del baño no veamos otro muy amigo y cercano nuestro. Hay tacaños chinos, alemanes, serbios, afganos, gringos, y con toda seguridad los habrá en Venus, los tacavenus, e incluso hay países como Escocia o Catalunya son famosos por esta condición y llevan colgados este sambenito.

Sobre los primeros, parece que hay acciones verídicas que lo avalan, por ejemplo, antes en Edimburgo, su capital y el lugar más famoso por ser los más tacaños, se disparaba doce cañonazos a las doce horas del mediodía para celebrar una importante victoria antigua, pero echaron cuentas y vieron que si lo hacían a la una de la tarde se ahorraban once tiros y la seguían conmemorando y así lo efectúan en la actualidad, uno solo a la una ¿tacañería o inteligencia? si bien los escoceses niegan serlo y se ríen y hacen bromas sobre ellos mismos.

Los catalanes, muy tildados de tacaños por los españoles, también lo niegan y afirman que ellos no lo son sino que son ¨racionalmente gastadores¨ pues no todo merece ser comprado o derrochado y que se debe ahorrar porque la vida trae muchos altibajos y por eso las reservas mercuriales son necesarias, y en eso tienen toda la razón ¿tacañería o sentido común? Cuestión de enfoques.

El tacaño lo es por genética, por ambiente y aprendizaje, o como decía el filósofo Ortega y Gasset eso de yo soy yo y mis circunstancias.

El tacaño de nacimiento ya se le ve desde los pañales, no da ni la teta, ni el biberón, ni el chupete, ni el paño de limpiarlo, ni la crema, ni los polvos de talco, ni los caramelos, ni los juguetes a nadie, lo agarra todo con fuerza y no lo suelta ni a la madre que lo parió. El que se cría en un medio de escasez o de miseria debiéndose abstenerse de comida, de ropa, medicinas, de prácticamente todo. tiene muchas probabilidades de serlo al desarrollarse no obstante que muchos ellos se convierten en derrochadores matahambres pasadas cuando llegan a nadar en la abundancia.

Y los hay que aprenden a racanear en todas las ocasiones posibles, llevándose las propinas que otros dejan en los bares o restaurantes, haciendo que colocan unas monedas en la cesta de limosnas que pasan en la misa pero que las escoden hábilmente en la mano y vuelven de nuevo a los bolsillos. La tacañería tiene mucho de picaresca al estilo de la obra del Lazarillo de Tormes.

Todos tenemos anécdotas de tacaños. Por mi parte les contaré tres de ellas de las muchas que visto y padecido. La primera es de un librero e intelectual y su esposa, famosos por gastar solo con los codos, me invitaron a una tarde de lectura en el Mirador era pleno verano y como hacía calor me brindaron un vaso de refresco de un termo, al ver que al probarlo yo ponía cara de extrañeza me dijeron: es Pepsi Cola, le echamos agua al refresco ¨para rendirlo¨, la verdad es que debía ser al revés le echaban un poco de refresco al agua, la mezcla sabía rara. Había que ser fiel a la profesión, se tenía que tacañear en todo, hasta en las colas.

Otra es la de un familiar más o menos cercano, tacaño inveterado, que al visitarlo después de varios años de no vernos nos invitó con su mujer a mi esposa y a mí a comer una suculenta paella valenciana, en esa comida no faltó de nada, entremeses de inicio, arroz con carne y mariscos, buenos postres, café y licor finales…hubo de todo excepto el dinero para pagarla pues se le había olvidado la cartera en la casa, lógicamente fuimos nosotros los que abonamos la cuenta. Nada pequeña, por cierto.

Eso del olvido puede pasarle a cualquiera dirán ustedes y yo también. Pero el caso es que a los tres días después volvió a invitarnos y sucedió exactamente lo mismo, se le olvidó la billetera y de nuevo tuve que hacer de paganini o más bien de pendejonini. Al volver a su casa le dije que había unas pastillas muy efectivas para la memoria. No se dio por enterado ni aludido. Como supondrán nunca más ni le he invitado ni aceptado invitación de él.

La tercera ¨anécdota¨ es de un amigo, super-super tacaño, que a sus sesenta y tantos años me dijo un día después de esperarle que acababa de venir desde el ensanche de Alma Rosa hasta la Avenida Independencia -unos buenos kilómetros bajo el sol que nos gastamos- a pie y así no había tenido que pagar el importe del billete de la guagua, yo le dije que si hubiera venido detrás de un taxi tipo Uber se hubiera ahorrado mucho más dinero, parece que mi sugerencia no le hizo mucha gracia.

Digamos lo que digamos todos o casi todos para no meterlos en ese gran saco a ustedes queridos y arriesgados lectores, tenemos algo de tacaños, aunque sea unas migas o un solo centímetro cúbico de esos que señalan las inyecciones que nos pinchan en los brazos o en las nalgas.

Por ejemplo, soy tacaño extremo con los llamados parqueadores y otros ¨padres de familia¨ por el estilo que no quieren trabajar y vivir del cuento contando eso de ¨dele, dele, ahí, todo bien doctor¨ o le limpian los parabrisas dejándolos llenos de bacterias de las aguas infectas de las cunetas. Tal vez sea duro pero me parece que eso es propiciar la vagancia y la picardía.

Lo soy así mismo, pero en menor medida con las cuentas de los restaurantes, entiendo que si hay por ejemplo un consumo de 2.500 pesos se le añade por ley el 10% de servicio, o sea 250, que no está nada mal, y que en realidad ese dinero debería pagarlo el dueño del establecimiento con mejores sueldos con sus beneficios. Además hay que pagar el ITEBIS y la propina extra, al final en vez de cuatro en la mesa parece que hemos comido seis o siete. Así pues no dejo más de 50 o 100 pesos de propina.

No obstante, a los locos o trastornados y los limosneros o impedidos de verdad que hay en la calle les suelto sus cien pesos porque los pobres tienen que zafaconear para comer. Y también hay un vigilante de carros al que le doy su propina porque no hace ni el menor gesto de pedirla.

Por cierto y hablando de extremos hay un programa de televisión llamado Tacaños Extremos digno de ver. Gentes con buenas casas e ingresos recogiendo toda clase de cachivaches inservibles y porquerías hasta lo inimaginable de todas clases llenando habitaciones y patios hasta rebosar. Todo un espectáculo de una de las curiosas formas de comportarse del ser humano.

Por cierto no dirán que soy tacaño escribiendo esta largada sobre el tacaño ¿verdad?