Los medios de información son empresas que buscan el lucro. Y la noticia es una mercancía, pero no una mercancía cualquiera, sino un servicio de información veraz a la sociedad para que  pueda adoptar decisiones oportunas en su cotidianeidad y avanzar en la convivencia.

Eran las primeras prédicas de algunos docentes a discentes que habíamos ingresado a finales de los años setenta del siglo XX a estudiar la carrera de Comunicación en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Se fundamentaban en una especie de biblia de lectura obligada durante aquellos semestres kilométricos: Periodismo y Lucha de Clases, de Camilo Taufic.

Decían una verdad de a puño.

Se trata de un producto redactado por un profesional del área conforme parámetros técnicos, que lleva consigo las huellas indelebles de la ideología de la empresa, sirve como carnada para atraer publicidad y representa la parte manifiesta de los ingresos totales del negocio.

Sin embargo, quien la construye y el medio que la ideologiza y la multiplica entre sus públicos, deben actuar con apego a la alta responsabilidad de ayudar a construir una sociedad mejor, con énfasis en los “sin voz”.

De ahí la necesidad imprescindible de la veracidad de las historias, que ha de ser constante, también, en los demás subgéneros periodísticos y en la Comunicación Institucional y sus ramificaciones, amén de apelativos de paradigmas.

El periodista, en ese contexto, deviene semiotizador en la medida que recolecta datos sobre un hecho social considerado noticioso  para luego construir un texto que pretende ser la realidad; mas, el mismo proceso de recolección, selección, redacción de la información, así como la jerarquización de la historia al publicarla, entraña subjetividad, en ocasiones detectable a simple vista (opinión abierta, subgénero de solicitación de opinión); en otras, apenas perceptible (género informativo, primero y segundo niveles).

Imposible, entonces, desmarcarse de la subjetivización con la pretensión de asepsia ideológica, en tanto hablamos de sujetos pensantes, nunca de máquinas, por muy útiles que nos resulten.

El problema está en que, a la vuelta de las décadas, algunos han manipulado una parte vital de la conceptualización original de noticia, pese a su actualidad. Y no ha sido casual.

La han acomodado para desdibujarla, banalizarla y así contribuir al ocultamiento de la realidad. Usan la información como simple ardid de provocación de emociones con el único objetivo de capturar consumidores de los productos anunciados, o visibilizar a aspirantes a cargos políticos por elección, empresarios y profesionales en busca de prestigio social (Propaganda).

Como si fuera poco, mitifican las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), las endiosan para superponerlas al pensamiento, a la profesión periodística y a la comunicación en general. Implícitamente creen en la falsa premisa de que el humano, en cada momento de su existencia, nunca creó los instrumentos para satisfacer sus necesidades, y que estos fueran avanzados en cada coyuntura.

La historia siempre ha sido la misma. Los gritos de terror sobre la venida de un apocalipsis cada vez que el hombre ha creado una plataforma de comunicación para responder a sus necesidades, son escenas de un cuento muy viejo, desconocido, a ratos sin querer queriendo, por quienes aventuran un enfoque catastrofista sobre el destino del Periodismo y de los periodistas a causa de las nuevas tecnologías. El nacimiento del periódico produjo espanto. Luego, nació la radio y aterrorizó a los del impreso. Después vino la TV e “infartó” a los anteriores. Ahora, la Internet, que los aglutina a todos, aloca a mucha gente. Los integrados tecnológicos normalizan la viralización y sacrifican la verdad, pese a la sociedad.

Así, extirpan la calidad, el compromiso social y la ética, consustanciales a tal disciplina fundamental para la coexistencia social. Resultado de esa mala práctica, el colectivo sólo adquiere validez como objeto manipulable, reservorio de basura mediática.

Lo hacen abiertamente, asumiendo las plataformas o medios  como cualquier negocio, y la información como un simple producto sujeto a oferta, demanda, manipulación y especulación,  como batata con piogán.

Otros del mismo frente, pero más sutiles, han relativizado la ética para acomodarla a su conveniencia, cantaleteándola en medios y espacios públicos, pero sin ceñirse a sus frenos cuando creen que ya nadie les ve. Además de sus objetivos económicos particulares, buscan demonizar a las nuevas generaciones de periodistas,  culpándolas de todo el deterioro de la profesión, como si ayer sólo hubo altares.

Ante el drama planteado, el debate debería girar en torno a: calidad, formación cultural, conciencia crítica, ética, decreciente frecuencia de historias contextualizadas desde el periodismo explicativo o interpretativo, para favorecer lo opinativo; impacto del pluriempleo, múltiples funciones con un solo salario traído por la convergencia mediática…

Desdibujamiento o cualquierización de la carrera; información o infoxicación en vista de la supuesta democratización de la comunicación y la información que han traído las nuevas tecnologías; aprovechamiento real de los recursos que nos proveen las nuevas plataformas digitales, como: multimedialidad, interactividad, hipertextualidad, trasmedialidad, convergencia e inteligencia artificial.

Esa debe ser la vuelta.