Un acierto admirable de la Feria Internacional del Libro (FIL) recién inaugurada es, sin lugar a dudas, haber incorporado dentro de su programación la voz de la diáspora. Esa palabra, en forma de libros, que llega desde los confines insulares en tierras de ultramar. Y es que en días pasados se llevó a cabo, en el amplio y cómodo auditorio de la Cinemateca, atestado de público hasta el final, la puesta en circulación de cuatro prometedores volúmenes, todos ellos recién salidos del horno, calientitos todavía, editados en un esfuerzo loable, por la Editora Nacional, a través del Ministerio de Cultura.
Entre estos libros figura una recopilación de cuentos, en coedición con Elefanta, sello editorial mexicano, seleccionada con esmero por la iconoclasta escritora Rita Indiana, quien reúne (con todas las implicaciones simbólicas que ello conlleva) a autores y autoras que radican dentro y fuera del país, en particular en Estados Unidos; entre otros tantos, aparecen ahí incluidos Rey Andújar (a cargo, por cierto, de la moderación en el acto de la presentación), Juan Dicent o la siempre fecunda Josefina Báez. El segundo libro es “Dominicana”, una novela de Angie Cruz, escrita originalmente en inglés y traducida al español por Kianny N. Antigua, que se articula en torno a la historia de la travesía vital de una mujer que, como tantas otras, emigra a Norteamérica. La tercera obra presentada es un volumen que recoge de manera póstuma crónicas y ensayos de René Rodríguez Soriano, quien desde Houston, Texas, donde falleció hace pocos años a causa del Covid, realizó una invaluable labor de difusión de la literatura dominicana. El último libro, el que más llama la atención por su lugar de referencia, es una antología de cuentos, emanados de la pluma y creatividad de escritores/as dominicanos que residen en Europa, y reunidos por la poeta y gestora cultural Rosa Silverio.
Decía líneas arriba que es admirable que la FIL haya abierto un espacio para la difusión de la producción literaria diaspórica porque es una manera de asumir desde las instancias de gobierno, actualizar y poner al alcance del público en general temas de gran interés que no dejan de ser vigentes y urgentes para pensar(se) y repensar(se). Y es que las letras, así como las tantas otras expresiones culturales que germinan a la vera de la experiencia migratoria, constituyen siempre una invitación, cuando no una abierta provocación, para –como diría Silvio Torres Saillant- socavar los fundamentos tradicionales de una identidad esencialista y una nacionalidad que se quiere acotada a límites territoriales predefinidos.
La diáspora, junto con la rica producción cultural que lleva a cabo en y desde el exterior, dinamita y amplia el territorio, extiende los márgenes de lo que ha de entenderse por dominicano/a y obliga a definirse (si cabe una definición) no solamente desde el malecón hacia el ensanche, sino también hacia allá, afuera, del otro del mar y de todo lo que ahí acontece.
La diáspora rediseña así la geografía de la dominicanidad tejiendo un tupido sistema por donde circulan de manera física o electrónica -en un juego infinito de idas, vueltas, desvíos y desvaríos- cuerpos femeninos y masculinos, dólares, pesos, plátanos, quesos y pasteles de hoja, ruegos, consejos, oraciones y bendiciones, fotografías, ataúdes, así como vivencias, recuerdos, retos, éxitos, yolas y naufragios. Y todo eso, la gloria y los pedazos de los sueños y los platos rotos (porque siempre hay más derrumbes y soledades que estrellas en el firmamento) lo recogen los escritores, y demás creadores, en sus obras.
Las creaciones literarias y artísticas de la diáspora no suponen, empero, un enriquecimiento solamente para la cultura in y “exular”, sino también -y a pesar de los cotos que se les pone- para las sociedades de acogida. Los inviernos fríos y grises del norte se ven tamizados por el calor, el color y la humedad del trópico que se van filtrando en los resquicios, aquí y allá. Los paisajes urbanos, sonoros, lingüísticos, textuales y visuales se ven irrumpidos por la palabra, por la canción, por las imágenes otras, creadas por los dominicanos y dominicanas que trepan a un escenario, a un puente o hasta lo alto de cualquier rascacielos para plantar ahí su bandera, su palma, la casa de su bohío.
Al finalizar el evento de la FIL, tuve la oportunidad de conversar con el profesor italiano Danilo Manera, muy cercano a la comunidad dominicana del norte de Italia, quien me comentaba que allá actualmente los jóvenes están componiendo canciones de denbow en las que, haciendo uso de gran creatividad lingüística entre el idioma “dominicano” y el italiano, narran sus vidas en sus nuevos hábitats. Los jóvenes no delinquen, los jóvenes crean. Ése podría ser un buen slogan para contrarrestar los estereotipos mediáticos acerca de la juventud diaspórica que normalmente se ve confinada a barrios marginales de las ciudades y asociada automáticamente a pandillas.
Esa anécdota, la del denbow compuesto en clave de barriada tropical en las callejuelas medievales del viejo mundo, remite a otra de las facetas fundamentales a tener en cuenta acerca de la producción cultural en ultramar. Una producción de bienes culturales (sean libros o rimas de rap) que, además de enriquecer el bagaje nacional y a las sociedades de acogida, juegan un rol fundamental para la construcción de identidad, cohesión y rumbo en la misma comunidad diaspórica que, desde su llegada a tierras extrañas, ha de negociar y resignificar todo su bagaje.
Por todo ello, por una y otra y otra razón, es tan importante el apoyo gubernamental sostenido al quehacer creativo de las comunidades dominicanas en el exterior: de las comunidades de Nueva York, Boston o Chicago, ciertamente, pero también de las que han cruzado el Atlántico para asentarse en ciudades tales como Madrid, Valencia, Barcelona o La Spezia, en Italia, donde están sucediendo cosas bien interesantes, dignas de fortalecerse. Así, sólo así, volteando a ver y apoyando, se puede lograr el pleno empoderamiento de la diáspora; pero no sólo un empoderamiento económico, para que siga mandando remesas de euros a raudales, sino también cultural para que siga enviando e inundando la isla de cuentos, canciones y demás maravillas del arte.