1. Lo que era ser pobre de verdad durante la dictadura

Nací en 1933, apenas 3 años del inicio de la Era. Nací en Pimentel,  una aldea comercial con ínfulas burguesas, implantadas por los muchos extranjeros que desde principios del siglo XIX llegaron a nuestro pueblo y se dedicaron al comercio. Mi padre había sido desde comisario a síndico y “alto empleado” de Munné y &, cuyo capital suscrito y pagado era de cien mil dólares, y mi madre era maestra rural en Campeche Arriba, una sección del municipio donde no había carreteras (y todavía no la hay, ni un puente sobre el río Cuaba, aunque es ruta desde campos fértiles cercanos), de modo que sé a ciencia cierta cómo vivían los más pobres y los considerados ”ricos” de zona urbana y rural, por nunca tener complejos con ellos aunque pertenecía a la pequeña clase media de entonces.

En 1937, a los 4 años vi a Trujillo a caballo en las calles de mi pueblo, haciendo campaña reeleccionista, con unas letras de un merengue que repetía cuando iba en el caballito de casa: “Y seguiré a caballo/ como dijo el general”.

Ese mismo año visitamos amigos y familiares en San Francisco de Macorís y vine por primera vez a  la capital acompañando a mamá que vino a un congreso. A mis 4 años estaba en la casa de mi padrino, el Dr. Julio Senior, que había ejercido en nuestro pueblo, en una casona que se conserva en San Miguel en los altos de la 19 de marzo y había ido a un patio de Villa Francisca por primera vez, donde estaba entonces reinando la miseria.

Después me llevó a Santiago y, aunque estuvimos hospedados en una casa de un comerciante que viajaba a mi pueblo, fuimos a La Joya a visitar unos parientes cerca del Yaque donde la prostitución y la miseria reinaban también.

En 1943, nombraron a mi padre juez alcalde en Túbano, el Distrito Municipal de Padre las Casas, donde también hicimos relaciones con las principales familias: los Aristy, Félix, Paniaguas y Marranzini. En ese sur profundo conocí lo que era la verdadera miseria en sus barrios y en sus campos. Aunque mi familia paterna venía de Bánica, no la visitamos en esos años.

En 1944 regresé a pasar las vacaciones y en 1945 trasladaron a papá a Altamira y allá estuvo por más de cinco años como juez alcalde. En el 46 terminé la intermedia y fui a vivir a La Joya donde los parientes, cerca del Yaque, a iniciar los estudios secundarios, aunque luego me mudé a Los Pepines, donde estuve con la familia Monsanto que había vivido en Pimentel, y luego en la del profesor Valencia que concluiría en San Francisco de Macorís en 1951, con traslado a esta ciudad a estudiar Derecho en la única universidad nacional.

En sentido general, ese es el panorama por medio del cual tuve contactos directos con regiones y pueblos, que abarca los años finales, donde fui Fiscalizar en Villa Altagracia y Mao, la recién provincia Valverde.

Por eso es que puedo hablar con propiedad del mosaico social y económico de la Era de Trujillo en campos, pueblos y ciudades.

  1. Entrando en materia sociológica

El mapa económico de la República nos muestra un país atrasado en todos los órdenes. Los ricos tenían todas las tierras fértiles y las grandes sabanas. Los pueblos que tenían la suerte de poseer regadíos o acueductos o luz eléctrica se podían contar. En cuanto a esto último, solo los ricos la tenían. El resto nos alumbramos con lámparas de gas, trementina o velas. Pasé en la Erciná Chevalier de Villa Francisca, en un patio, donde viví directamente la pobreza capitaleña intensamente en las estadía en ida y vuela a Padre las Casas, donde solo Fello tenía un camión que podía transitar por las horribles carreteras del Sur, sobre todo de Las Yayas a Túbano.

La mordaza de la dictadura prohibía quejarse de la pobreza o la miseria. Tres veces al día, poco o mucho, dependiendo las entradas y la posesión de tierras, solo comíamos los de clase media y los burgueses.

En el país solo había industrias artesanales, salvo las de Trujillo que vendían su leche y fundaron procesadores de aceites de maní. Claro, había  los ingenios azucareros en manos extranjeras, hasta que el Jefe se interesó y tuvo al Río Haina. Salvo  los Viccini y los Trujillo mantuvieron los ingenios. Las factorías de arroz, en pocas manos. Hubo además las de las bebidas alcohólicas, las panaderías, las chocolaterías, y pare de contar. Casi todo se importaba para consumo de los ricos en grandes colmados, ya que no hubo supermercados, salvo uno en manos de un norteamericano, donde un pobre ni pensar ir. Pasaba por ahí y no entraba ni siquiera a curiosear.

Los ricos, por tradición, por temor a Trujillo o por lo que fuera, no invertían en las industrias posibles. Sin ese motor, nada arranca hacia el verdadero progreso.

  1. Cómo vivían los pobres y los de clase media pobre
A la derecha la Casa de Piedra en Pimentel.

Aquí se habla de “pobres” cuando comparativamente son de la clase media pobre, no del proletariado puro y simple de entoces: Me explico.

Durante muchos años el salario de un día de trabajo era diez centavos, luego un logro: llegó a veinte. Aunque un pobre tuviese gallinas y cerdos, no comía de ellos, salvo en la Nochebuena donde se daba su clásico jumo de ron. Era para vender los pollos y los huevos para comprar sal, manteca, azúcar negra o raspaduras, tabaco para los pachuchés y los cachimbos. No podía pensar en viajar ni a los pueblos más cercanos más que sobre  lomos de animales o a pies, por caminos infernales

Nunca vi un pobre celebrando cumpleaños. Si había bodas o bautizos, “echaban la casa por la ventana” llenándose  de deudas. Y ni hablar de los clásicos nueve días y las novenas cuando fallecía un familiar, con familiares mudados a comer y rezar. Algunos terminaban vendiendo lo poco que tenían.

Vivían en casitas de tierra apisonada, cercada de yaguas, en el Cibao, en el sur de tejamaní con lodo, o de tablas de palmeras los más pudientes de ellos, cobijadas ídem o de palma cana; el zinc era para los ricos y las tablas de pino. En Pimentel a pesar de las ínfulas burguesas solo hubo una casa de concreto, la llamada Casa de Piedras, que la derrumbó el terremoto del 1946. El resto era de maderas. Se bebía agua en tinajas, el agua de lluvia, se lavaba en los ríos, ahí se aseaban si tenían alguno cerca, bebían de esa agua, regularmente limpia, porque no había químicos.

Durante el Centenario hubo una sequía espantosa en el Cibao, ni hablar del sur o del este, ya que en La Romana estaban los tíos Emelinda y Feliciano que contaban de la vida en El Central. El único plátano era el guineo, o alguna yuquita, y maíz, o harina, que solo los sureños disfrutaban por costumbre y nosotros también, por esa causa. El paludismo y las fiebres malas o perniciosas y la tisis se llevaban a niños y jóvenes.

El que tenía un burro, un caballito o una chiva, o una vaquita, no era pobre así como así. Muchos conocieron ciudades y montaron en camiones o el tren solo cuando iban a los mítines trujillistas.

El que tenía un conuquito, y no dependía de los demás, no era tampoco un pobre más de entonces. Ni los administradores de fincas.

En cuando a la clase media o pequeñaburguesía, éramos un ejemplo: Mamá ganaba un peso diario como maestra por las tres tandas diarias, y era de las “riquitas” en el campito: Pagaba dos pesos de alquiler de una casita de sala y dormitorio techada de zinc con piso de madera de uno de los  hijos del único rico de verdad del campito, que tampoco podían darse ningún lujo que no fuera el de comer tres veces al día, tener zapatos y poder ir al pueblo en buenos caballos a vender productos o animales y comprar lo necesario. Si acaso no fueran Alcalde Pedáneo, sin sueldo, o sea, la autoridad rural mayor.

En el pueblo, papá ganaba salarios de dos o tres pesos diarios, por lo que teníamos una casa de tablas pulidas de palmeras, pisos de maderas, un pequeño cielo raso en la sala, cuatro dormitorios  y sala comedor y la cocina en el patio junto al cuarto de los gallos, un patio de media hectárea (unos 8 tareas) con frutos y árboles maderables, y otra casa parecida donde vivían la abuela y los tíos. El gran lujo era comer tres veces al día, carne en el almuerzo, y leche de una vaca y abundantes frutas. Pertenecíamos a la sociedad de primera, y éramos de “los riquitos”. Había un caballito para buscar agua, tinajas y no tuvimos radios sino al final del trujillato y energía eléctrica en el Balaguerato, y jamás televisión, cuando la hubo, solo la tenían los muy ricos. Nos bañábamos en el río, allá lavaban las ropas siempre limpias y salíamos planchaditas para ir al centro porque vivíamos en las afueras, a casi un kilómetro del parque central.

En el pueblo entero, hasta casi el final de la dictadura hubo un solo carro, del médico, el Dr. Felipe Achécar, que vivía en San Francisco y mientras daba consultas, el chofer iba a dar viajes para llevar pasajeros. El gran lujo era el tren.

Esa es una partecita de la vida en la dictadura.

Ser pobre, entonces, era como dicen los políticos que viven los de hoy. Cuán equivocados están. Un pobre de hoy vive tan lejos de como vivía el pobre de entonces, como si residiera en otra galaxia.

En el próximo artículo hablaremos de la vida durante la democracia.