La negativa de China a democratizarse en los términos occidentales es usada por los EUA como excusa para intentar impedir su unificación. Pero es, además, una excusa muy poco convincente. Los propios conceptos de democracia, dictadura y autocracia tienen tantas variantes como naciones hay en el mundo.

En la época moderna, unas y otras han venido acercando posiciones y procesos, haciéndose cada vez más tenue la distinción. La democracia prevaleciente en la India, por ejemplo, tiene más en común con autocracias orientales que con las democracias de Europa Occidental. Algo similar ocurre con muchos regímenes de Europa, Turquía y en los países latinoamericanos.

Es más, el sistema democrático que conocemos en Norteamérica y Europa, además de fenómeno reciente de la historia humana, es un privilegio de algunos países que constituyen una fracción pequeña de la humanidad. Y los Estados Unidos han sabido lidiar con esos contextos, siendo más proclives a derrocar gobiernos libremente elegidos y a apoyar dictaduras que a lo contrario, siempre en procura de su hegemonía.

Reconocemos que, en las últimas décadas, después de la presidencia de Jimmy Carter, se nota una mayor inclinación de los EE UU por aceptar y apoyar la vigencia de regímenes democráticos en América Latina; han propiciado menos golpes de Estado y tienden a sostener menos dictaduras de derecha. También que, con todas sus imperfecciones, todavía muchos latinoamericanos desearíamos que nuestras democracias funcionaran como las suyas. Ahora bien, ¿Es esto un motivo que justifique imponérsela a sangre y fuego al resto de la humanidad?

Al iniciarse en EEUU la gestión del actual presidente  Biden, mientras el secretario de Estado Blinken denunciaba que los socios estadounidenses en el Pacífico contemplan con «profunda preocupación» las maniobras estratégicas de una China, a su juicio, cada vez más beligerante, el ministro de Asuntos Exteriores chino, comentaba “Los norteamericanos creen que la democracia es como la fórmula de la Coca Cola: se diseña en los Estados Unidos para ser aplicada exactamente igual en los otros países”.

Preocupados por su supremacía, algunos expertos sostienen que los Estados Unidos están interesados en desencadenar una guerra contra China lo antes posible, porque entienden que si no la vencen ahora después sería imposible. Sin embargo, es difícil que eso ocurra, primero porque los chinos no quieren guerras, pero, además, porque EUA sabe que China cuenta con tecnología militar capaz de llevar la lucha al propio territorio continental de los EUA.

Así que, enfrentamiento militar de gran escala no va a haber, excepto eventuales escaramuzas. El único temor es a la posibilidad de un accidente que se salga de control, un error humano que termine saliendo en extremo costoso. Por lo demás, entre chinos y estadounidenses no se plantea una lucha existencial entre capitalismo y comunismo como hubo con la Unión Soviética.

Fuera del temor a la destrucción mutua, la otra razón principal de que no haya confrontación militar es que la economía occidental y la china se necesitan mutuamente, pues son muy interdependientes a través de una serie de intrincados encadenamientos. Nadie cuestiona el poderío militar de los E.E U. U, pero también es cierto que, racionalmente, nadie mata al que lo alimenta.

Aunque Estados Unidos quisiera y estuviera en condiciones objetivas de atacar a China impunemente, como lo hizo en Iraq, Afganistán o los restos de la antigua Yugoeslavia, en tiempos que reinaban supremos como amos del mundo en su momento unipolar, en caso de intentarlo se desatarían todos los demonios por esos mares orientales, con bloqueos de tránsito de mercancías que provocarían una crisis económica en los EUA de magnitudes dramáticas. Estoy convencido de que ni el “American Way of Life” ni la democracia estadounidense resistirían mucho tiempo tal enfrentamiento.

Lo que pasa con la misma industria tecnológica es típico de la forma como evolucionó el capitalismo mundial con la globalización, y lo que hace difícil que una guerra abierta tenga lugar. La mayoría de los chips semiconductores se fabrican en Taiwán, con tecnología estadounidense, pero son usados en China para fabricar bienes de consumo masivo que terminarán abasteciendo los requerimientos del consumidor estadounidense y europeo.

Los entendidos piensan que romper estos intrincados vínculos es difícil y costoso. Ningún otro país, ni Vietnam ni India, está preparado igual que China en los planos de capital humano, infraestructura o logística, para abastecer el mundo de los automóviles eléctricos, baterías, teléfonos, computadoras, paneles solares y otros artefactos que utilizan estos chips, sin que alguna parte fundamental de la cadena pase por ese país.

Pretender romper estos vínculos de golpe sumiría a los EUA y Europa en un caos de abastecimiento y altos precios que terminarían minando sus propios sistemas democráticos. Mucho más cuando ya la sociedad norteamericana y en la mayoría de los países europeos están altamente divididas, polarizadas y con muchos motivos de crispación. Los conflictos internos podrían constituir un enemigo más formidable que el adversario externo.