Una gran amenaza al orden mundial es, no solo la guerra en Ucrania y la guerra comercial y tecnológica desatada por los Estados Unidos para impedir el desarrollo de China, sino también su esfuerzo para imposibilitar la unificación de esa nación.

Recordemos que de la Segunda Guerra Mundial y posterior guerra fría resultaron cuatro países divididos en dos. Nuestras generaciones se criaron en un mundo con dos Vietnam, dos Alemania, dos Corea y dos China. Nadie en el mundo debiera cuestionar el legítimo derecho de esos pueblos a ver reunificados sus países y volver a enrumbar su desarrollo a partir de sus tradiciones y cultura histórica.

Posteriormente, algunos de ellos han logrado reunificarse: primero Vietnam, a pesar de los Estados Unidos; segundo Alemania, a pesar de Rusia, y no se explica el terror de Estados Unidos ante la idea de la unificación de China. O mejor dicho, sí se explica, pero es difícil encontrarle una justificación, que no sea la guerra tecnológica y comercial.

Después de lo llamado en China “el siglo de la humillación”, en que esa sociedad, tras haber sido durante milenios el centro de la ciencia, la economía y el comercio mundial, se encerró y cayó en un largo período de postración, aprovechado por distintas potencias para invadirla a su antojo, en que expoliaban sus riquezas, violaban a sus mujeres, esclavizaban y mataban a sus hombres, bloqueaban sus puertos y ciudades y hasta les imponían los emperadores que debían gobernarles, los chinos comprendieron la necesidad de unificarse y tomar el control de su destino.

Desde los tiempos de Sun Yat Sen a inicios del siglo XX, considerado el padre de la China moderna en base al principio de un país unificado, esa sociedad abrazó el criterio de que constituyen un solo país. La diferencia es que los dos grandes líderes que surgieron tras él respondían a ideologías diferentes: Chiang Kai-Shek tomó las riendas del Kuomintang, partido nacionalista que propugnaba por la vía capitalista, mientras que Mao Zedong se empeñaba en la vía socialista.

Ninguno de los dos cuestionaba la idea fundamental de que debe haber una sola China, y ambos coincidían en la lucha para expulsar a los agresores extranjeros, no solo en el territorio continental, sino también en sus islas, incluida la entonces llamada Formosa, hoy Taiwán.

Una vez logrado tal fin, como las diferencias entre ellos se dilucidaban por medios militares y el ejército del Partido Comunista terminó conquistando el territorio continental, el partido nacionalista, o Kuomintang, se refugió en la isla de Taiwán, pretendiendo desde ahí contraatacar para reconquistarlo. Mientras tanto, ahí proclamó la llamada República de China, en contraste con la República Popular China presidida por Mao Zedong.

Dado que ambas se consideraban la única y verdadera China, los gobiernos del mundo dividieron su reconocimiento hasta que la unificación tuviera lugar, siendo Estados Unidos y Occidente en general, partidarios de reconocer como legítimo el gobierno de Taiwán. De esta manera, China vio durante más de dos décadas usurpado su nombre y su asiento en la organización de las Naciones Unidas, incluso en el Consejo de Seguridad.

Así ocurrió, hasta que la evolución posterior demostró que la historia no tendría marcha atrás, y que ya el partido nacionalista no volvería a conquistar China por vía militar. Virtualmente todo el mundo comenzó a reconocer a Beijing como la verdadera capital, y a la República Popular China como la verdadera representante del pueblo chino.

Total, que tras tantas ilusiones frustradas y errores en la conducción económica, la propia China continental terminó abrazando el capitalismo. A la postre, prácticamente ambos partidos habían ganado la guerra, el comunista al crear un gran Estado nacional en vez de jerarcas regionales, y el Kuomintang debido a que en los dos lados se impuso el capitalismo. A partir de ahí se inician los aprestos por la reunificación pacífica, idea que venía gestándose en ambos lados del Estrecho de Taiwán, es decir, en las dos chinas.

Después de todo, la República Popular China había venido recuperando territorios que perdió durante “el siglo de la humillación”, incluyendo islas adyacentes y después, pacíficamente, los enclaves europeos de Hong Kong y Macao. Faltaba la reunificación con Taiwán.

Ante el temor que infunde un país tan grande unido y próspero, y en franco proceso de desarrollo tecnológico, EUA se ve empecinado en evitarlo a toda costa. Desde inicios del presente milenio, los tanques de pensamiento estadounidenses diseñaron y diseminaron en la población de la China Nacionalista, principalmente entre la juventud, la idea de que ya ellos no son China, sino un país diferente, impulsando el desplazamiento del poder del Kuomintang y su reemplazo por un partido independentista, que pugna por un nuevo país “made in USA”. De ahí que haya dejado de usar el nombre de República de China.