El Lic. Rafael Estrella en el acto de juramentación junto a Trujillo el 16 de agosto de 1930.

Trujillo humilló de diversas maneras al prominente político, abogado y tribuno Rafael Estrella Ureña, principal cabeza visible en la farsa golpista que el 23 de febrero de 1930, bajo sus taimadas directrices, consumó el golpe artero contra el presidente Horacio Vásquez,

Por resolución del Congreso del 29 de septiembre de 1933, no vacilaría en declararle traidor a la patria junto a Federico Velásquez Hernández, Ángel Morales, Manuel Alexis Liz, Federico Ellis Cambiaso y Valentín Tejada lo mismo que en 1939, junto a su tío José Estrella, le sometió a escarnio público, tras mandarle a buscar en el yate Ramfis, acusándole de ser de los propiciadores del crimen contra Virgilio Martínez Reyna.

Pero su última y no menos hiriente humillación contra su otrora aliado político, se consumaría a mediados de 1945, pocos meses antes de su deceso, ocurrido el 16 de septiembre de 1945.

Ya estaba perfilado el triunfo de los aliados en  la segunda guerra mundial y ante los nuevos aires democratizadores que soplaban en el mundo, con su connatural sagacidad y perspicacia, quiso Trujillo congraciarse con los Estados Unidos, dando señales de apertura y tolerancia política durante un breve periodo que el destacado historiador Bernardo Vega atinadamente definiera como “el interludio de tolerancia”, el cual cabe ubicarlo entre 1945 y 1947.

Es en el referido contexto que cabe ubicar la carta que el 28 de mayo de 1945, dirigiera el tirano, en poses de consumado demócrata, a quienes- ¡vaya ironía!- habían liderado  los antiguos “partidos de oposición”; los mismos que persiguiera encarnizadamente en vísperas de las fraudulentas elecciones de 1930. Una farsa en toda regla, donde una vez más, se ponían en evidencia la perfidia y el cinismo de la tiranía, que tan profundas huellas ha dejado en el alma colectiva del pueblo dominicano y en su devenir político e institucional hasta nuestros días.

El Lic. Rafael Estrella Ureña en foto de juventud.

La carta  estaba dirigida al Dr. Wenceslao Medrano, Jefe y Director del Partido Obreros Independientes, a los Señores Rafael Augusto Sánchez, José del Carmen Ramírez, Rafael A. Espaillat, Andrés Pastoriza, Martín de Moya, Luis Ginebra  y P.A. Ricart, “en su calidad de miembros que fueron del Gabinete del general Horacio Vásquez”, a Elias Brache Hijo, jefe y Director del Partido de Coalición Patriótica de Ciudadanos, quien a la sazón desempeñaba funciones diplomáticas en España.

Y de igual manera, a través del Lic. Julio Vega Batlle, a la sazón Secretario de Estado de la Presidencia, la referida carta sería entregada por encargo especial de Trujillo al Lic. Rafael Estrella Ureña, en su calidad de jefe y director del Partido Republicano, en presencia del Lic. Porfirio Herrera Báez, quien ocupaba la presidencia de la Cámara de Diputados.

La carta en cuestión, dirigida a Estrella Ureña, con copias idénticas a los demás destinatarios mencionados,  rezaba de la siguiente manera:

Estimado amigo:

“Tanto tiempo como el que, por voluntad y al servicio del pueblo, llevo en la cabecera del estado, vengo resaltando, cada vez más que la ocasión se presenta, la necesidad de que se constituyan partidos políticos, que ya en la oposición, ya en la colaboración pero siempre con crítica constructiva y patriótica, sean para el desenvolvimiento de la vida nacional, fuerzas de equilibrio y organismos de libre expresión de todas las opiniones.

Fue ésta constante preocupación de mi conciencia, porque sustentando como siempre lo hice con tesón y nobleza, los altos mandamientos y principios democráticos, liberales y humanos que constituyen la esencia misma de mi programa, nunca he podido aceptar el monólogo y cuando pese a todos los esfuerzos no hallé núcleos orgánicos que canalizasen públicamente los criterios divergentes y que pudieran enfrentarse a mi actuación y a la de mi partido, busqué con ahínco y requerí sin descanso a los más conspicuos ciudadanos con abstracción de sus ideologías, de la posición que ocuparan y hasta de su personal amistad o desafecto, para dialogar con ellos.

No se trata, pues, de una actitud accidental ni esporádica, sino que es la consecuencia de enraizadas, de íntimas, de seguras convicciones.

Bastará evocar palabras mías que se remontan a más de dos lustros atrás y que, por tanto, están desprovistas de toda posible improvisación:

“entiendo que en toda nación, sobre todo en una República que desde su fundación proclama los principios de la democracia como sagrados, todo partido político, todo gobierno, por más populares y poderos que sean, deben tener un Partido de oposición, que sirva para controlar los actos del Partido de la mayorías, principalmente cuando las leyes aseguran a las minorías representación equitativa en las funciones legislativas del poder”.

Por ello invitaba a quienes quisieran ejercitar los derechos individuales y de asociación consagrados en la Carta Fundamental del Estado, para agruparse: “sin temor y constituir con entusiasmo un Partido político o más de uno, de oposición, con principios definidos, que combata o combatan en el campo donde las ideas son espadas a cuyo choque brota la luz y donde las urnas son tribunales supremos.

Y añadía, ahondando más aún en el problema:

“No importa cuán buenas sean las intenciones y las prácticas de un gobierno, ni cuan luminosas y honestas sean las ideas de sus funcionarios; siempre, desde los diversos y diferentes puntos de vista de los múltiples y a menudo contradictorios intereses humanos, ofrecerá perfil a la crítica sensata, y ésta debe ser respetada y hasta aplaudida cuando se inspire en un noble ideal patriótico y no en simples móviles partidistas o en mezquinos apetitos personales”.

Aquella proclama terminaba con estas significativas expresiones: “no concibo magnífica la gloria sino al amparo de la democracia”.

Tal llamamiento no obtuvo entonces resultado. No por ello abandoné los propósitos que mis convicciones señalaban. Y el 1 de julio de 1938 reiteré, en un mensaje al país, los conceptos y las sugerencias que había expresado cuatro años antes. Estábamos en vísperas electorales y yo deseaba que el pueblo fuese a las urnas con la conciencia templada por una intensa campaña política en la cual se manifestaran todas las opiniones con absoluta libertad en medio de las máximas garantías.

Volví, pues, a plantear el llamamiento que hiciera el 24 de octubre de 1934, invitación-dije entonces- “encaminada a preparar conveniente las masas para que pudieran ejercitar libre y provechosamente el derecho de sufragio, que tan ampliamente consagra nuestra Constitución y protegen nuestras Leyes. Añadí aún: “el pueblo dominicano tiene ahora la excepcional ocasión de organizar tantos partidos como canales necesita para encaminar la opinión nacional…”, agregando estas otras palabras que quisiera resonasen de nuevo hoy en todos los ámbitos de nuestra Patria: “vengo a señalar ahora la conveniencia de iniciar la organización de los núcleos de opinión que han de fortalecer al organismo nacional y prepararlo para las más grandes luchas por la defensa de su propia libertad democrática”.

Permítame que le recuerde todo esto para que se vea claro el continuo proceso que guió mis anhelos políticos a lo largo de varios años. Faltaría a los deberes ciudadanos si hoy no insistiera.

La situación presente de nuestro pueblo no puede ser más halagüeña. No sólo el progreso material, el favorable desenvolvimiento de todos los factores económicos, el auge y prosperidad de las fuentes de las riqueza, sino que todo descansa y se nutre, de continuo, en una ciudadanía educada, apta, serena, sensata, entregada con ahínco, entusiasmo y decisión a la tarea de engrandecer a la Patria y poseída de un alto sentido de sus responsabilidades.

Nuestro país ofrece hoy una de las más avanzadas legislaciones de América que ensancha sus proyecciones en lo social hacia  principios socializantes y en lo político resulta tan holgada y generosa que concede a la mujer los mismos derechos políticos que al hombre, reconocimiento que ningún otro Estado del Continente ha llevado aún a su código fundamental.

He dedicado los más especiales desvelos a la educación moral y cívica del pueblo y los resultados me colman de legítimo contento, porque actualmente todos los dominicanos aprenden, desde la Escuela que los libera del analfabetismo hasta la Universidad que los engrandece de cultura, cual es nuestro destino histórico, conocen y comprenden cómo han de llenarlo y saben distinguir las realidades en fuerza de estar llenas sus almas de altos y acendrados conceptos.

Todo esto ha creado un tal tono y jerarquía civil en la vida dominicana que hoy sería imposible volver al espectáculo que llenó lastimosamente de estruendo estéril largos trechos de nuestra historia electoral con levantamientos y asonadas banderizas y si algún descarriado lo intentase no serían bayonetas ni  metrallas las armas que le vencieran sino la unánime carcajada del pueblo.

Nuestro país acaba de recibir, con motivo del Tercer Congreso de la Juventud, la visita de delegados de toda América. Han venido no viejos valetudinarios que pudiera sospecharse cargados de prejuicios tradicionalistas y de ideas retrógradas, sino gentes mozas, nuevas, oreadas de inquietudes e ideales generosos que han podido presenciar las férvidas y agitadas deliberaciones de una asamblea democrática en la cual lo más lozano y juvenil de nuestro pueblo pudo discutir, sin limitaciones ni cortapisas, variadísimos temas políticos, económicos y culturales y tomar acuerdos y decisiones con absoluta libertad hasta el punto de haber proclamado de manera espontánea mi candidatura a la reelección presidencial sin que yo pudiera impedirlo, porque recibí la noticia cuando recorría comarcas del territorio nacional situadas en el extremo opuesto de la sede de aquella Asamblea.

Todo esto nos da elocuente ejemplo de sazón, nuevo testimonio del elevado ejercicio del elevado ejercicio que de sus derechos sabe hacer nuestra ciudadanía. Por esto creo llegado otro momento propicio para que se constituyan las organizaciones y los partidos políticos y me dirijo a Usted invitándole cordialmente a reorganizar el Partido Republicano de que es Jefe y Director.

Actuar en la vida pública es deber inexcusable, obligación los que sientan el amor de la Patria y anhelen engrandecerla más cada día educando a los ciudadanos en el goce de las libertades y  derechos inalienables, llamándoles a la coordinación de sus fuerzas para obtener un renovado y selecto plantel de hombres dispuestos a fortalecer el Estado.

Yo no puedo ni debo en esta carta, que ya va siendo con abuso de su atención, demasiado extensa, establecer condicional alguna ya que la única que cabría brota del común denominador de propia estima y dignidad que nos une. Pero he de declararle, con franqueza amistosa, que será día de alborozo para mí, el día en que el Partido Repúblicano aparezca de nuevo en el ágora, bien para la cooperación con el Partido Dominicano, ya para enfrentarse a él, con programa e ideología opuestos, en las campañas electorales, en los comicios, en las Cámaras, en la prensa.

Estoy seguro que este llamamiento dirigido a su reconocido patriotismo y limpios ideales, ha de ser contestado tal como la sinceridad de sus convicciones le dicte.

Tenga la seguridad de los sentimientos de consideración y de personal estima, de

Rafael L. Trujillo

  1. de la R.- Hemos copiado la carta dirigida al licenciado Estrella Ureña. Las otras son idénticas a ésta y en cada caso, naturalmente, se han hecho los cambios correspondientes.

En la próxima entrega de esta columna, veremos la respuesta de Estrella a la misiva de Trujillista y las consiguientes derivaciones de tan burda comedia política.