La pobre producción de saber, la apuesta de una praxis alienante, la epistemofobia como enfermedad están presentes en el mismo corazón de la academia, y han sido temas de otros artículos referidos a la educación superior pública, aparecidos en este mismo medio. Empero, todas esas cuartillas que he escrito se pueden resumir en la pregunta: ¿Qué hace la UASD con la memoria de sus grandes académicos fenecidos?

Una larga lista de prohombres que han sido actores excepcionales, tanto en la academia como en la vida social. Hombres y mujeres del movimiento renovador, mujeres y hombres que han luchado por una patria digna y una universidad popular. Seres humanos, en fin, que no merecen el ostracismo, y menos en tiempos en donde urge levantar y encender faros para orientar una barca que parece sin rumbo: la barca de un estado-nación sin relevo.

La Universidad como conciencia crítica de la nación debe saber que estos hombres y mujeres de inmaculado legado, están tocando a la puerta, no para reclamar su merecido podio, sino para clamar por que la institución retome su rol, su misión y visión, más allá del docentismo.

En septiembre del 2004, con una crisis de vértigo, fui puesto en observación en el Centro Medico UCE. Allí estaba Rafael Kasse Acta. Me acerqué y le hablé. Aún en su estado pre mortem pronosticado por sus médicos, cuando lo llame profesor y le mencioné su Alma Mater, deliró por ella. Testigos son los galenos de la Unidad de Intensivo que ese día lo atendían.

La escuela de letras, fundada prácticamente, por la Generación del 48, ya no recuerda a Víctor Villegas, Abelardo Vicioso, Abel Fernández Mejía, Máximo Avilés Blonda. Se han olvidado de Marcio Veloz Maggiolo y Jiménez Sabater entre otros intelectuales, hombres de letras, artífices de la formación de la lengua, eje trasversal de toda profesionalización.

El inmenso Tirso Mejía Ricart, fundador de la escuela de psicología, miembro del movimiento renovador, al momento de su partida trabajaba con una investigación sobre psicología de la complejidad, y había producido un folleto sobre el asunto que la academia ignora por completo. Mientras, la escuela de psicología continúa su “labor” de programar asignaciones docentes, porque aún no sabemos que la extensión no se trata de danzas y algazaras.

Recuerdo al Dr. José Ulises Rutinel Domínguez bajo un almendro, con su libro de investigación histórica y una onerosa cotización de la Editora Universitaria que, paradójicamente, dolorosamente debo decir, es la entidad que estaría llamada a publicar tales obras refrendadas por el Consejo Editorial; entidad por cierto, que esta gestión debe recuperar.

Podríamos hacer un recorrido por las nueve facultades (no hay espacio para ello) y todas sus escuelas, y veríamos que la amnesia ha sepultado el legado de maestros dedicados a la producción de saber y, más allá de la formación de profesionales para alimentar el industrialismo, a contracorriente de una institución docentista, buscaban tiempo para la investigación autofinanciada.

Hoy, con dolor, despedimos al doctor en matemáticas, Amado Reyes, apasionado por la filosofía de Heidegger y la matemática de Poincaré. Fino interlocutor para cualquier área del saber. Hombre de la academia y fervoroso político (de aquella que defiende la ética de las polis). Sus trabajos con las ecuaciones complejas esperarán, junto con todos los aportes de los antes mencionados. Su figura en el ámbito de la academia también esperará por una universidad que sepa subir sus muertos hasta sus merecidos podios, mientras más sus ataúdes bajan.

Con una gestión de reciente entronización, quizá allá esperanza de que todo esto empiece a cambiar y podamos vivir sin la culpa que todos llevamos, de sepultar la memoria histórica e intelectual junto con los actores que dedicaron sus vidas para un país y una universidad mejores.