El filósofo Roberto Aramayo ha publicado un artículo sobre lo que denomina “la banalización de la ética”. Se refiere al problema de la trivialización de la palabra ética en el discurso público y al hecho de reducirla a estrategias regulativas como son los códigos éticos y las denominadas éticas profesionales. (https://theconversation.com/banalizamos-la-etica-156393).

Las instituciones y las relaciones sociales requieren marcos regulatorios que impliquen el establecimiento de sanciones para las violaciones de las normas, pero esto no debe llevarnos a reducir la ética a dichos marcos normativos.

Las reglas, los códigos y las leyes son importantes desde el punto de vista disuasorio, pero ningún proyecto de coexistencia social saludable es sostenible si el comportamiento de su ciudadanía se reduce a un conjunto de reglas de comportamiento social.

Reflexionemos sobre tres razones por las que la ética no puede reducirse a un código moral o conjunto de normas.

  1. El problema del fundamento. Las acciones humanas se basan en principios que pueden estar o no explicados, pero son la base o justificación de la conducta. Por ejemplo, ¿por qué debemos respetar a todas las personas sin tomar en consideración su etnia, género, orientación sexual, preferencia religiosa o política? Porque aceptamos como principio básico o fundamento, o por lo menos como principio operativo, el reconocimiento de la dignidad de las personas. Del reconocimiento de este principio se deriva el respeto a nuestros conciudadanos.

El espíritu de las leyes igualitarias también se sostiene en dicho principio. Si en una sociedad existen leyes que defienden los derechos de las mujeres a ser tratadas en igualdad de condiciones que los hombres, se debe al desarrollo de una sensibilidad y de una comprensión sobre los problemas éticos que redefine a la mujer y su rol social. Esta nueva comprensión pugna con un conjunto de normas que expresan “pre-juicios” y creencias relacionadas con una sensibilidad moral arraigada impactando en la transformación del sistema jurídico de una sociedad. Las leyes no fundamentan a la ética, se derivan del ascenso de una nueva sensibilidad ética en tensión con la moralidad de una determinada época.

  1. El problema del anillo de Giges. En el segundo libro de República, Platón emplea al personaje de Glaucón para contar el mito de Giges. El relato trata la historia de un pastor que encuentra un anillo de oro en el fondo de un abismo. No se trata de una sortija común, pues este anillo tiene el poder de invisibilizar a la persona que le de vuelta. Aprovechándose de semejante poder, Giges lo emplea para matar al rey y apoderarse de su reino.

El relato tiene como propósito plantearnos un problema ético de suma importancia: ¿si tuviéramos el poder de Giges, si pudiéramos hacer el mal con la certeza de que no seríamos vistos ni sancionados, nos abstendríamos de obrar en nuestro beneficio a costa de dañar a nuestros semejantes?

Es obvio que muchas personas no se detendrían. Ni siquiera la existencia de leyes estrictas que penan rigurosamente acciones moralmente repudiables disuaden a numerosos individuos de intentar cumplir a toda costa sus ambiciones. De ahí la importancia de educar la sensibilidad ética de tal modo que se promueva mucho más como el móvil de la acción a la conciencia moral que el miedo a la ley.

  1. El problema del control. Tomando en cuenta la fragilidad humana, ¿no podríamos resolver el problema refinando los mecanismos de control? El desarrollo tecnológico parece llevarnos hacia una situación donde se poseerá la capacidad de prever y controlar los actos ciudadanos con una gran precisión. No obstante, este derrotero tiene profundas implicaciones autoritarias.

En síntesis, debemos reflexionar sobre cómo la reducción de la ética a normas y sanciones contribuye a su trivialización y nos debilita como seres autónomos capaces de construir proyectos de ciudadanía democrática.