En una reseña sobre En el nombre de Salomé de Julia Álvarez, comentaba que la escritora dominico-americana recurría una vez más a la fórmula de escribir acerca de una de las figuras de las élites sociales dominicanas. En este caso Salomé Ureña de Henríquez, renombrada poeta dominicana de finales de siglo XIX. En una novela anterior, En el tiempo de las mariposas, Julia Álvarez abordaba la vida de las hermanas Mirabal, asesinadas brutalmente por el dictador Rafael Leonidas Trujillo. Terminaba la reseña asegurando que tanto En el nombre de Salomé como En el tiempo de las mariposas intrigarían al lector norteamericano ávido de historias exóticas del “Tercer Mundo”.

Sobre Salomé Ureña de Henríquez, Elvira de mendoza, Luisa Ozema Pellerano, Abigaíl Mejía, Ercilia Pepín, Antera Mota, las hermanas Mirabal y otras mujeres blancas o mulatas de las élites dominicanas, se han escrito ensayos, novelas, ensayos y piezas teatrales, y han sido erigidas en iconos por la cultura oficial dominicana. No es mi intención denostar el trabajo de Julia Álvarez, así como de otras escritoras dominicanas que se han propuesto devolverles la voz a las mujeres dominicanas que han tenido una participación extraordinaria en la política y las artes. Mi único reparo consiste en que no se han tomado en cuenta las mujeres negras, obreras y campesinas que también han luchado por cambiar las condiciones de explotación social y de género en la República Dominicana. El silencio sobre los agentes anónimos de la historia, sobre todo si son mujeres, pese al avance del feminismo, parecería indicar que los pobres no tienen biografía.

Florinda Soriano, alias “Mamá Tingó”, es un ejemplo del anonimato de la mujer negra. Mamá Tingó no tuvo escolaridad, ni escribió ningún libro, ni formó parte de ningún grupo literario de damas de la clase alta. Mamá Tingó fue una mujer negra campesina que trabajó junto a su marido e hijos una parcela de tierra entregada por su suegro. Nació el 8 de noviembre de 1914 en La cueva del Licey, Villa Mella, municipio perteneciente al actual Distrito Nacional de Santo Domingo. Hija “natural” de Eusebia Aquino Soriano, quedó huérfana a la edad de 5 años, por lo que fue ciada por su abuela, Julita (Niní) Soriano. Recibió el bautismo en la parroquia de Espíritu Santo, Villa Mella, el 6 de diciembre de 1922. De niña trabajó junto a su abuela y hermanos vendiendo carbón por las calles de Santo Domingo. Frecuentemente viajaba a Sabana Grande de Hato Viejo a ver a su hermana mayor Margarita Chalas, casada con Florencio Muñoz, hermano de quien luego sería su esposo.

Una vez asentada en Hato Viejo, Mamá Tingó comenzó a trabajar la tierra desde muy joven. Alternaba su trabajo en la tierra con el cuidado de sus hijos y con la venta de carne y astillas de palos para las panaderías de Santo Domingo. Además, recolectaba frutos como aguacates y cajuiles para luego venderlos por las calles. Se casó con Felipe Muñoz con quien procreó diez hijos, de los cuales sobrevivieron siete. Al quedar viuda siguió trabajando la tierra con sus hijos. Luego se casaría por segunda vez con Jesús María de Paula.

Durante la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo (1930-1961), el General Pupo Román se apropió de grandes extensiones de tierra en Hato Viejo y expulsó a las familias que en ellas residían. Pero las familias volvieron a ocupar los terrenos. Luego, vendió estos terrenos a Virgilio Pérez, quien las convirtió en pastos para ganado vacuno. Entonces, los terrenos pasaron a manos de Pablo Díaz quien, apoyado por agentes de la Policía Nacional, desalojó de nuevo a los campesinos.  El terrateniente Pablo Díaz reclamaba como propias 8,000 tareas de tierra en las que trabajaban Mamá Tingó junto a otros campesinos. El caso fue llevado ante el Tribunal de Monte Plata. El juicio fue pospuesto a causa de la ausencia del terrateniente. El mismo día, 1ero. de noviembre de 1974, se presentó Ernesto Díaz (Turín), capataz del terrateniente y le disparó con una escopeta a Mamá Tingó en la cabeza, hiriéndola mortalmente. Varios familiares de Mamá Tingó fueron arrestados para fines de investigación. El victimario fue puesto en libertad bajo fianza y el caso fue cerrado.

El año de la muerte de Mamá Tingó, el tiranuelo Joaquín Balaguer acababa de reelegirse en su tercer período (1974-1978) y había prometido demagógicamente la repartición de tierras. Dichas promesas alentaron a los campesinos a luchar por su tierra contra los terratenientes, que se habían apropiado de las tierras fraudulentamente. Mamá Tingó se había integrado al Club de madres y a a la Federación de Ligas Agrarias Cristianas (FEDELAC) y se hizo notable como dirigente en movilizaciones y protestas junto a los campesinos de Hato Viejo en la lucha por la defensa de la tierra. La FEDELAC, afiliada a la Confederación Autónoma de Sindicatos Cristianos (CASC), denunciaría en organismos internacionales el crimen de Mamá Tingó, cuyo lema era: “Para quitarme la tierra tendrán que quitarme la vida, porque mi vida es mi tierra y la tierra es de quien la siembra”.

Continuará