El mundo sigue siendo testigo casi mudo de la terrible tragedia que vive hoy el valiente pueblo palestino. El régimen israelí, apoyado moral, financiera y militarmente por los Estados Unidos y sus numerosos aliados occidentales, continúa cumpliendo con la agenda de destrucción y muerte del primer ministro Benjamín Netanyahu y de la ultraderecha sionista que representa.

Sin duda, este primer ministro se revela hoy como el principal reivindicador de los ideales de Adolf Hitler, quien fue desde los inicios hasta los finales de la Primera Guerra Mundial el principal torturador y exterminador de judíos. La matanza masiva de mujeres, miles de ellas embarazadas, niños y hospitalizados con graves heridas infligidas por la metralla sionista, ocurre en el momento en que la infraestructura crítica, incluida la civil, ha sido literalmente devastada por el fuego inmisericorde de las fuerzas armadas del principal ocupante legitimado de tierras ajenas.

El poder estadounidense es el único capaz de detener la masacre, pero no lo hace por varias razones. Primero, es el principal financiador de ese aciago conflicto, lo que sugiere indubitablemente astronómicas ganancias para su complejo militar industrial. Segundo, el gran país del norte es de hecho gobernado por una cúpula judía entronizada de manera muy eficiente y eficaz en el establishment norteamericano y su legendario Deep State (Estado profundo). Por último, el poder sionista cuenta en los Estados Unidos con dos poderosas herramientas propagandísticas: Hollywood -acaban de beneficiar judicialmente al magnate cinematográfico israelí-estadounidense Harvey Weinstein- y los trogloditas o tiburones globalistas de Wall Street.

Frente a esa pared cimentada en cientos de miles de millones de dólares, desde el gobierno norteamericano no harán nada más que proferir, frente a unas elecciones presidenciales que se acercan, frases huecas y anunciar más respaldos subliminales o directos al régimen netamente genocida de Netanyahu.

Por eso el secretario de Estado, Antony Blinken, solo puede pasear por Oriente, últimamente ensalzando la propuesta de los sionistas que consiste en un alto al fuego por 40 días y la liberación de miles de palestinos torturados y humillados en las cárceles de Israel, todo ello a cambio de la libertad de los rehenes todavía retenidos por los fundamentalistas radicales de Hamás.

En momentos en que Blinken anima a Hamás a inclinarse por la aceptación de esta propuesta, Israel se prepara para aniquilar literalmente a la población civil de Rafah. El flamante secretario de Estado no deja de reconocer -obligadamente- que no ve ningún plan que detenga el nuevo ejercicio de exterminio de una fracción importante de la población palestina asentada en la zona.

Los apoyos económicos y políticos ocultos están detrás del estilo desafiante y dictatorial del primer ministro Netanyahu. Vemos cómo se muestra desafiante ante cualquier atisbo de aminorar su sed de sangre inocente, ignorando las resoluciones de la desgastada ONU y calificando de antisemitas a quienes claman con verdadero fervor humano el fin de esa guerra de exterminio de toda la población civil de un país.

El mundo comienza a darse cuenta de lo que realmente está ocurriendo en ese conflicto. Varios Estados rompen relaciones diplomáticas con el régimen genocida de Netanyahu y otros cortan o suspenden suministros esenciales ante la demanda de sus ciudadanos de parar la carnicería humana que tiene lugar en el estrecho rincón que dejaron a Palestina para que sobreviviera.

Las protestas y revueltas antigenocidas en las principales universidades de los Estados Unidos (hoy cumplen trece días) están siendo hoy aplacadas por medios feroces por las influencias ocultas de grupos proisraelís de poder que operan en los Estados Unidos. Ellos entienden que esta entusiasta efervescencia estudiantil antigenocida en crecimiento debe ser neutralizada a la mayor brevedad posible. Detrás del esfuerzo están los que nunca no se ven: los máximos representantes del establishment norteamericano y su legendario Deep State (Estado profundo), con todas sus poderosas influencias y organizaciones satélites ingeniosamente camufladas.

Sin duda, el sentimiento propalestino crece, es una realidad objetiva fácilmente constatable, y debe ocultarse el hecho a cualquier precio. Con este propósito Israel recurre diligentemente a sus poderosos aliados de Wall Street, entre ellos a los cabecillas y lobos hambrientos de los Fondos de Cobertura de Riesgos (Hedge Funds), no solo para controlar la estampida estudiantil, sino también para neutralizar a funcionarios universitarios progresistas.

No parece extraño que el multimillonario de ascendencia judía Bill Ackman hoy aparezca al frente de las acciones “de depuración de profesores” en los campos universitarios norteamericanos. En estas actividades “netamente democráticas” no logramos ver las manos ocultas de Petro ni de Lula con sus duros, oportunos y realistas planteamientos contra la literal estrategia de extinción del pueblo palestino.

Lo que parece irrefutable es que detrás de la represión policíaca, las detenciones masivas de estudiantes y profesores, los discursos aparentemente conciliadores de Blinken y el apoyo masivo de Casa Blanca a Israel están los multimillonarios especuladores de Wall Street, amigos y financiadores del régimen de ocupación sionista.

Descuellan Ross Stevens, cabecilla de Stone Ridge Asset Management; el israelí-estadunidense Leon Cooperman, de Omega Capital; el israelí-estadounidense Ronald Lauder, líder de la firma de cosméticos Lauder; el israelí-estadunidense Henry Swieca, fundador de Talpion Fund Management, y el israelí-estadunidense Marc Rowan, cofundador de Apollo Global Management.

Ellos, entre muchos otros poderosos magnates, son los que por cualquier medio tratarán de suavizar la exposición mundial del genocidio sionista e impedir la creación del Estado Palestino.

No obstante, todo lo expuesto, es importante seguir de cerca la situación en Palestina y abogar por la salvación de vidas inocentes y una efectiva protección de los derechos humanos, desplegando esfuerzos reales en la búsqueda de soluciones pacíficas al conflicto. Callar ante un hecho de aniquilación humana de tal magnitud nunca será una opción para nosotros porque equivale a convertirnos en cómplices abiertos de ella.