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Foto del Memphis tras la ocurrencia de la tragedia.

Dentro de tres días, el próximo 29 de agosto del 2023, se cumplirá el 107 aniversario de la tragedia marítima de mayor envergadura que registre nuestra historia contemporánea: nos referimos al colapso, en las costas de nuestro mar caribe, del acorazado “Memphis”, de la Armada norteamericana, la fatídica tarde del martes 29 de agosto de 1916.

Transcurrido más de un siglo desde entonces, y siendo además, muy escasas y escuetas, las reseñas de nuestros textos de historia sobre el referido acontecimiento, es comprensible el conocimiento fragmentario de que disponemos las actuales generaciones, y especialmente nuestros jóvenes, en torno al mismo y, en tal sentido, es digno de resaltar y reconocer  los esfuerzos investigativos que para arrojar luz sobre tan dramático episodio han realizado, entre otros, Alberto Rogers, el Dr. Fernando Fernando Batle Pérez y el Lic. Roberto Alvarez, nuestro actual ministro de Relaciones Exteriores.

1.- Aproximación al contexto epocal

Era un hecho, desde el mes de mayo de 1916, la primera intervención militar americana, consumada con la odiosa proclama del 29 de noviembre de 1916, del contralmirante H.S. Knapp, primer gobernador militar de Santo Domingo.

Gobernaba en los Estados Unidos el presidente Woodrow Wilson y en nuestro país don Francisco Henríquez y Carvajal, presidente “De Jure”, quien negado a secundar los designios de la potencia interventora inicia su agitado peregrinaje internacional en defensa de nuestros derechos conculcados.

El acorazado “Memphis”, anteriormente nombrado “Tennessee”, junto con el cañonero Castine, tocaron nuestras costas hacia el mes de junio de 1916, como parte de las operaciones militares concebidas para exhibir las ínfulas imperiales ante los ojos del país intervenido.

Llevaba a bordo un destacamento de infantes de marina y, conforme consignara Alberto Rogers: “desde julio 17 de 1906, a mayo 23 de 1916, el  “Memphis” había navegado un total de 175, 181 millas náuticas”.

No es casual que viniera desde Haití, donde había ido a reemplazar al “Washington”, insignia del Almirante William B, Caperton. El año anterior, los Estados Unidos habían sentado plaza en el país vecino, para no marcharse hasta 1934, diez años después de que lo hicieran  del suelo dominicano.

Era el “Memphis” un verdadero monstruo de acero, de 14,500 toneladas. Sus 16 calderas desarrollaban 26,963 caballos de fuerza, lo cual le impulsaba a razón de 22 nudos por hora. Calaba una hondura de 44 pies y, conforme fuentes autorizadas, había costado al gobierno norteamericano la suma de $ 6, 144, 802.

Desde principios de siglo XX, majestuoso e imponente, con su solemne color “gris de guerra”, surcaba nuestros mares como parte del desafiante poderío naval norteamericano, ya listo entonces para consumar sus designios geopolíticos de conquista imperial. Era buque almirante y ostentaba la insignia del contralmirante Ponds, siendo comandando al momento del naufragio por el capitán Beach, veterano de los mares, con casi tres décadas de exitosa carrera.

Foto del Capitán del Memphis, Comandante Edward L. Beach ( Archivos de Alberto Rogers)

2.- Una mutación inesperada en el caprichoso mar Caribe

Más allá de supersticiosas cavilaciones, no fue aquel martes de agosto de 1916 especialmente bonancible para el desplazamiento de las embarcaciones que incursionaban entonces por nuestras costas.

Entre el  8, el 15 y el 22 , los tres primeros martes del mes, los “mares de leva”, “mar tendida” o “mar de fondo”, ese oleaje continuo generado por profundos movimientos marítimos, azotaron inmisericordemente las costas caribeñas, prueba de lo cual es el hecho de que en tales días naufragaron, entre otras embarcaciones, la goleta americana “Day Light”, el vapor nacional “Jaragua”, los balandros “Alicia”, “Reflejos del Mar”, “Dos Hermanos”, “Irma”, “San Miguel”, “Sofía”, “Chavón”, “María Rosa” y “ Cazador”, lo mismo que las goletas “España”, “Blanca”, “Monserrate”, “Corazón de Jesús” y “Águila”.

A los antes mencionados, es preciso adicionarles los botes del puerto de azua y pequeñas embarcaciones de pescadores.

Específicamente, en horas de la mañana del martes 29 de agosto de 1929, nada especial, sin embargo, a pesar de alguna nublazón al despuntar el día hacía presagiar lo que pocas horas después ocurriría. Y allí, en las caribeñas costas, surtos frente al Placer de los Estudios, serenos e impasibles, estaban el “Memphis” y el “Castine”, ajenos por completo a las impredecibles asechanzas de la naturaleza indomable.

El capitán Kenneth Bennett, comandante del “Castine” hacia las 12:50 p.m se dirigió en su lancha hacia el Memphis para recibir atención dental. Y hacia la 1:00 p.m, un grupo de marinos, que aquel día se encontraban libres, unos 50 aproximadamente, despegaron de un costado del “Memphis” en un bote que les condujo a tierra firme para jugar una partida de baseball, en el play próximo al Ozama.

Pero, tal como expresara un agudo cronista, es: “…el Caribe, mar enigmático por antonomasia, indómito y caprichoso, celoso de sí mismo y de las islas que unas veces baña delicadamente, acariciándolas y otras azota embravecido, castigándolas”.

Para entonces iniciaba la temporada ciclónica y aproximadamente, entre las 2 y 3 de la tarde, ese mismo mar que hasta entonces remedaba la placidez de un lago, comenzó a presentar las primeras señales perturbadoras, con oleajes intensos y furiosos que se fueron incrementando aceleradamente ante la azorada expectación de los curiosos circunstantes que se aproximaban a tropel a presenciar tan llamativo espectáculo marino.

Era de tal magnitud el oleaje que llegaba al centro del paseo y de tanta intensidad que con su fuerza llegó a arrancar varios de los balaustres que conformaban parte de la barandilla que existía en esa época.

3.- Las primeras víctimas.

Pese al carácter imperturbable que caracteriza al probado marino, cabe suponer la confusión de aquella hora para los comandantes de la tripulación. Por un lado, la preocupación por enviar los botes para salvar las vidas de los soldados en tierra y, al propio tiempo, tomar las medidas encaminadas a movilizar el “Memphis” y el “ Castine” ante la creciente inminencia del peligro.

El almirante Pond se encontraba cumpliendo con un oficio religioso en La Catedral. El capitán Beach instruyó un mensaje con el propósito de que le fuera enviado, por conducto de la comandancia de la Fortaleza Ozama, donde estaban apostadas las tropas ocupantes, al Consulado norteamericano, el cual rezaba textualmente:

Al Oficial Comandante del Fuerte; envíe palabra al Cónsul americano que avise al Almirante que no puede regresar. Fuerte oleaje rompiendo la barra. Envíe al otro lado del rio por el grupo de marinos en recreo y manténgalos en el fuerte durante la noche”. Firmado Beach.”

Pero la recomendación no pudo llegar con el tiempo suficiente para impedir que la lancha de vapor, que ya había marchado en búsqueda de los marinos en tierra, para su desgracia intentara un regreso desesperado hacia el Memphis.

Fue aquel intento de retorno desesperante y angustioso. Como describe un cronista:

Las olas verdaderos monstruos marinos ya, a esas horas del día, jugaban a su antojo con la débil embarcación. Ante los ojos atónitos de la inmensa multitud, aparece y desaparece, cada vez que una gigantesca marejada la sepulta en su seno para hacerla aparecer de nuevo, cual obra de prestidigitador.

Pero todo es imposible. De repente, un golpe de mar, más fuerte que los otros, echa a pique la lancha con su cargamento humano. De las miles de gargantas de la muchedumbre que en silencio sepulcral contempla la escena, brota al unísono un grito de angustia.

En las aguas encrespadas, flotan 30 rubias cabezas que se hacen visibles e invisibles por momentos. Su salvación desde tierra es imposible”.

Alguien describiría la dantesca escena como “… una lucha de hombres sobrecogidos por el terror a la vista de lo inconmensurable”.

“El Castine”, enfiló hacia ellos su proa con el propósito de intentar ponerles a salvo. Consta que llegó a lanzarles salvavidas y cables, pero era de tal furia el oleaje que amenazado de inminente desaparición, muy a su pesar, se vio precisado a regresar a su punto de origen, lo que pudo lograr sorteando inmensas dificultades.

Iniciaban así los soldados una lucha desesperada por su propia salvación. Pero todo era en vano. Uno a uno desaparecían ahogados, parte de ellos con un final aún más atroz, al ser impulsados por el mar y estrellados contra los filosos arrecifes.

De todos ellos, apenas unos cinco pudieron salvarse, logrando salir por lo que entonces se conocía como la “playa del Matadero”. Fuentes indican que ese mismo día y al día siguiente, algunos de los marinos de la lancha volcada aparecieron en las playas de Guibia y San Gerónimo.

4.- El colapso del “Memphis”

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Foto del Memphis encallado en las rocas frente a la Plaza Colombina.

La precitada tragedia era solo el principio del fin. Restaban aún episodios dramáticos y desconcertantes. Como indicaban las circunstancias, ante el indetenible oleaje, la comandancia de la tripulación tomó las previsiones necesarias para movilizar el Memphis y ponerlo a resguardo del mal tiempo, para lo cual era preciso, como paso inicial, poner presión a las calderas.

Pero ya aquí iniciaba para el “Memphis” su irreversible desgracia. Para ello precisaba de tener encendidas al menos unas 10 de las 16 calderas, pero no le fue posible levantar suficiente presión, pues al recibir todos los golpes del mar por un costado comenzó a penetrar el agua que impedía el rápido vaciado y encendido del carbón.

Para incremento de la desgracia, explosionó uno de los tubos principales de las calderas, hiriendo a varios de los maquinistas que como consecuencia de ello perdieron sus vidas.

Cabe imaginar lo que supondría entonces aquella explosión, pues unos diez años después de la tragedia, hacia septiembre de 1926, conforme reseñaba la prensa de la época, los heroicos exploradores Julio Báez, José de Jesús y Jaime Díaz, hurgando en el ruinoso y carcomido casco del Memphis, encontraron un depósito de pólvora ascendente a un total de 519 libras, las cuales fueron entregadas al entonces capitán Federico Fiallo, encargado del depósito de armas y explosiones del Ejército Nacional.

Ya en las condiciones previamente descritas, indefenso ante los embates del mar enfurecido, el “Memphis”, como se describiera entonces, “siendo un juguete de las enormes olas, fue acercándose hacia la costa, hasta que levantado en vilo, cual si fuera pluma al viento, vino a estrellarse en los arrecifes, quedando encallado en los mismos de tal manera que nunca más volvió a moverse”.

Penoso era su aspecto, como monstruo encadenado, encallado en los arrecifes junto al litoral, mientras el mar lo bate furiosamente y las olas gigantes pasan por sobre su estructura.

Nada más era ya posible realizar, que el esfuerzo desesperado por salvar la tripulación y el desembarco de los heridos. El mismo comenzó a las 5 de la tarde y terminó a las 8 y media de la noche, a la luz de los reflectores y grandes fogatas en tierra, siendo el capitán Beach, comandante de la nave, el último en bajar.

Fueron utilizadas poleas y un cable de acero desde una de las torres, que afianzando en tierra permitió que fueran bajando de uno en uno.

5.- La solidaridad dominicana, nueva vez manifiesta ante la inminencia de la desgracia

Nada importó que se tratara entonces de soldados interventores. Ante la presencia de la desgracia, afloró presta y decidida la bondadosa índole de los dominicanos.

Especialmente un pescador humilde, Emeterio Sánchez, dando muestras de incomparable altruismo, desafiando las infernales furias del oleaje, trasladó a tierra a seis de los náufragos, secundado por otros dos adalides de las aguas, Prósper Marchena y Manuel María Du Breil (Lico).

Penosamente, los nombres de otros de sus compañeros, que se jugaron su vida para salvar la ajena, quedaron para siempre escondidos en las sombras del anonimato.

6.- Cantidad de las víctimas y su traslado a los Estados Unidos

Conforme las investigaciones del Lic. Roberto Álvarez, el número de víctimas como consecuencia de la tragedia del Memphis se elevó a 43, 25 de ellos, como ya se indicara, mientras se realizaba su desesperado traslado procurando alcanzar las bordas del acorazado, 6 fueron arrastrados de la cubierta por el oleaje y los 8 restantes formaban parte de un total de 14, distribuidos en tres de las lanchas, que en cumplimiento de las órdenes recibidas habían salido mar afuera.

Consta que al día siguiente, el 1 de septiembre, a las 10 y media del día 1 de septiembre, las víctimas fueron embalsamadas y colocadas en 7 cajas de zinc, las cuales fueron trasportadas desde la fortaleza hasta el muelle, acompañadas por fuerza de infantería y una banda de música que interpretaba marchas fúnebres.

Tras arribar al muelle, el entonces presbítero Eliseo Pérez Sánchez ofició ceremonias a los cadáveres de 4 soldados católicos, y un pastor protestante, los correspondientes al resto de los cadáveres.

Inmediatamente, al tiempo que la banda de música ejecutaba una marcha fúnebre, acompañada de tres cargas de fusilería, fueron embarcados en bote que los condujeron al barco hospital “Solace” rumbo a los Estados Unidos.

7.- Los restos del Memphis

Como mudos testigos, por años quedaron frente a la costa los oxidados despojos de aquella mole de acero. Los primeros aprestos de dinamitarlo se produjeron durante el gobierno de Horacio Vásquez, pues algún que otro periódico norteamericano, como fue el caso New York Herald Tribune, elevó su protesta ante su permanencia en aguas dominicanas.

Trujillo, a través del entonces receptor de Aduanas Mr. Pulliam, en junio de 1935 solicitó al presidente Roosevelt el apoyo para eliminar los restos del Memphis, ascendentes a diez mil toneladas de acero. Eran los vestigios de aquel día horrible en que “la tragedia, con sus negras alas de cuervo, proyectó su fatídica sombra de desgracia y a su conjuro, las furias desatadas del Caribe, en dantesca orgía, convirtieron en escenario de muerte el placer de los estudios”.

Fuentes

1.-Álvarez, Roberto. La tragedia del Memphis. Conferencia pronunciada en La Academia Dominicana de la Historia el 27 de Julio de 2016. Publicada posteriormente en la Revista Clío, Julio-Diciembre de 2016, No. 192  y  en el diario digital “Acento” en fecha 12 de abril 2017.

2.- Batle Pérez, Fernando Arturo. Naufragio del crucero acorazo USS Memphis: la ola que llevaba el alma de la patria, Archivo General de la Nación, 2020.

3.- Contín Aybar, Pedro René. La Tragedia del Memphis. Listín Diario. Edición correspondiente al 1 de septiembre de 1971. Pág. 7

4.- Listín Diario. Ediciones correspondientes al año 1916, 1926, 1929 y 1935.

5.- Rogers, Alberto. La Tragedia del Memphis. Impresora Saladín, Santo Domingo, 1985.