Desde la Revolución Industrial, el crecimiento descontrolado del dióxido de carbono ha perjudicado gravemente a la atmósfera, reflejándose en los cambios climáticos que presenciamos a diario. Ejemplo de ello son los devastadores incendios en California recientemente o las inundaciones que vemos constantemente al abrir las noticias, de las cuales República Dominicana no escapa. Esta vulnerabilidad frente a una naturaleza que responde cada vez con más ferocidad es consecuencia directa de la ambición sin freno de unos pocos.
Por ello, en un esfuerzo por mitigar los efectos climáticos y apoyar a las comunidades más vulnerables, alrededor de 200 países firmaron el Acuerdo de París, un pacto histórico. Sin embargo, uno de los mayores emisores de CO2 del mundo, según el Global Carbon Atlas, Estados Unidos, ha decidido recientemente renunciar a este compromiso, argumentando que el acuerdo perjudica la economía estadounidense y pone en desventaja a las industrias locales. Esta decisión contradice a la ciencia climática y llega en un momento crucial para la humanidad.
Actualmente, las Naciones Unidas ha considerado el cambio climático tan preocupante como la seguridad alimentaria, y no es para menos, ya que ambos están profundamente interconectados. Las decisiones que pongan en riesgo los esfuerzos para frenar el calentamiento global representan una espada de Damocles sobre países como el nuestro, que ya de por sí evidencian una marcada vulnerabilidad.
Contrario a la postura de líderes como Trump, hay que decir que el crecimiento económico no pelea con la sostenibilidad. Más bien, ambos pueden complementarse si se toman en cuenta alternativas como la energía renovable y la movilidad eléctrica. Varios estudios han indicado que una economía baja en carbono puede ser más rentable a largo plazo. Pese a esto, prevalece la obsesión por lo inmediato: perforación petrolera, fracking y el lema ‘‘Drill, Baby, Drill’’.
Ante una naturaleza que amenaza con mayor ímpetu, la ignorancia de obviar lo evidente es imperdonable. Estamos obligados a reflexionar seriamente sobre el planeta que queremos dejar, considerando que aún no hay otro que nos brinde la posibilidad de respirar. Por lo tanto, necesitamos un liderazgo responsable que pondere con coraje el valor que representa la vida por encima de cualquier interés, porque sin vida no hay interés, dígase, no hay nada.
Esperamos que no sea demasiado tarde para entender que el poder es tan volátil como frágil, y que las decisiones que tomemos hoy tendrán repercusiones inevitables en el futuro, ya sea a corto o mediano plazo, como lo decida la naturaleza. Es imprescindible adoptar posturas que trasciendan el interés individual, especialmente cuando están en juego medidas que afectan al bienestar del colectivo global. Ha llegado el momento de abandonar el 'yo' y empezar a construir desde el 'nosotros'.