El poder siempre será una de las ocupaciones más embriagadoras y tentadoras a las que pudiera consagrarse el ser humano. Está en todas partes. Provoca atracción. Sus variantes incluyen lo político, la familia, la pareja, el gremio, lo social y lo religioso, entre otros. Así, el hombre en su afán de conquista para alzarse con cualquier cuota de poderío, la que precise necesaria, emprenderá con velos en los ojos el viaje de la megalomanía.
Los humanoides debemos convivir necesariamente en grupos. Somos entes sociales por excelencia y por naturaleza. Demandamos de una jefatura, de un liderazgo. De alguien que, definitivamente, se ocupe de nosotros, y resuelva los problemas
Toda esta inventiva social de pueblos, cuidades y metrópolis es creadas por el mismo hombre. Por consiguiente, se ha concebido un sistema de ordenamiento que exige derechos y deberes, como una camisa de fuerza anclada a una estructura de reglas estrictas y a un régimen de consecuencias integrado, o sea, “el inevitable castigo”. En la sociedad que hemos conformado, no podemos prescindir de estos sistemas de constitución social, es la única salida viable, para no matarnos los unos con los otros.
La palabra poder apunta, según su etimología, hacia algo excesivamente atrayente y lejos de ser ignorado. Podemos decir que tanto entre los que lo ejercen como los que son mandados, existe una especie de sinergia o danza cómplice que aceptamos de manera natural. Alguien tiene que mandar, y los demás consentir en ser mandados.
Las grandes civilizaciones otorgaban el poder a elegidos muy especiales. La eternidad, la trascendencia, la grandeza de la inmortalidad eran conceptos manejados desde la supremacía alcanzada por ese ser predilecto. El sueño atrevido y magnánimo de un guía o líder era para preservar: un pensamiento, idea, propósito mesiánico a favor de un pueblo o cultura, y que ésta pudiera ir más allá del plano terrenal.
Hay ejemplos de líderes poderosos que aún resuenan en nuestros libros de textos. Sus improntas aun conservadas como vestigios artísticos en el presente nos recuerdan el paso de esas grandes civilizaciones por la tierra. Los restos de monumentos históricos todavía en pie, como palacios, esculturas, escrituras, pinturas, calles, cuidades enteras y un largo etcétera, nos arropan con las esplendorosas ideas y hazañas de estos líderes de extraordinarias culturas del pasado. Podemos citar algunos ejemplos gloriosos, como los de Napoleón Bonaparte, Simón Bolívar, los Médicis, Cristóbal Colón, Cleopatra, Isabel La Católica, Luis XIV, entre otros.
Hoy día vemos con mucho temor a nuestros líderes. Todos se sienten con el don supremo de caudillaje, quieren la venia de ser elegidos para administrar lo que no podemos hacer sin ellos. Nuestra mutilada condición de animal humano, que no puede superar la limitación del estar sometido al mandato aun después de tres milenios.
A pesar de los avances científicos, tecnológicos y el descubrimiento de la inteligencia emocional, aun debemos crear mecanismos y además reciclarlos, para vivir siempre sometidos a sus dictámenes. No obstante, estos pueden ser permeados por defectos de la razón que motivan a la moral a destapar su condición dubitativa. Ser o ser, o lo que es igual, ser para hacerme o ser para aprovecharme, que es lo mismo.
Tener condición de mando es un don divino. Por lo tanto, no son cosas en las que se pueda improvisar, o antojarse cualquier ser bípedo de despertar un día y asaltar el privilegio reservado a los elegidos para esa misión. Vivimos hoy tiempos en que todo el mundo sabe, todo el mundo opina, todo el mundo habla, y hasta todo el mundo aspira poder gobernar una nación.
La democratización de los puestos de mando actualmente, se han relajado de manera alegre en el mundo. La libertad de poder acceder a cualquier área, y lo que es peor aún, disponer y decidir derroteros difíciles como la conducción de un país, sin la preparación y la vehemencia, por el puro interés personalísimo de la ambición simplemente. La tecnología tiene su cuota de responsabilidad. Todos hoy tenemos un pequeña dosis de poder en nuestros dispositivos electrónicos, un like.
Hay personas, desconocidas por demás, que intentan aspirar al poder en nuestros tiempos. Los seudo políticos de moda. Han desmeritado el propósito de este ejercicio manifiesto, que es el servicio público. Ir a la conquista de los espacios de mando que, destinados para pocos, muchos ahora quieren usurpar con el fin de llegar. Desacreditados, humillados, sin vergüenzas, son cientos los desconocidos que, en repetidas ocasiones, sueñan con arribar a la oportunidad de ocupar un cargo para, desde esa posición, riquezas de manera fraudulenta.
Los ejemplos de falsos truhanes que se alzan con la cosa pública, llueven, como llueve en la temporada ciclónica que nadie puede detener. La doble moral campea por los laberínticos pasillos de los partidos políticos, señoreándose cualquier don Juan de los palotes vestido de virtud, para asaltarnos con el engaño. El contubernio, la asociación de malhechores, el descaro con sonrisa amplia y odontológicamente artificial, buscando simpatía, para engancharnos con el garfio de la corrupción impunemente recriminado.
La población votante, tardíamente, se ha dado cuenta de que, ladrón que roba a otro ladrón tiene 100 años de perdón. Unos y otros se las ingenian para hacerse de unos chelitos mal habidos en vista de la situación. El pueblo, que es a su vez controlado por la autoridad de turno, utiliza maniobras oportunas que la misma supremacía demanda para conservarla a toda costa.
La fiesta de la democracia continua cada vez más lánguida. Por tanto, sus protagonistas siguen a todo galope jactándose en la continuidad; apostando a esta barbarie irresoluta que es la administración pública, mal llamada política, conducida por seudo líderes. Nadie se detiene a observar la deriva en que deviene el sistema, el profundo hueco hacia donde nos asomamos y avistamos la profundidad en que estamos a punto de caernos. No obstante, esa inobservancia será la misma que pondrá fin a todas las situaciones que nos aquejan, cuando sobrevenga el quiebre institucional o la perdida de la nación.
A todas luces, seguiremos produciendo cuatrienios que no resuelven ninguno de los males sociales, sino que, por el contrario, los agravan. La tontocracia seguirá su derrotero, hasta instalarse definitivamente en el alma de los dominicanos. El poder político en su gran mayoría, los que controlan y administran, continuarán su metamorfosis de ricachones que nadie reconoce. Pasarán a la condición de otra especie humanoide que nunca fueron, exhibiendo atuendos y formas conductuales que evidencian su procedencia primigenia.
Hemos olvidado que los valores, la ciencia, la tecnología nos separan de lo animal. Pareciera que la deriva posmodernista se aburre, y quiere arrebatarlo todo de una buena vez, y dar el salto regresivo a lo primario, lo instintivo, lo bárbaro. Pasar por alto el lastre de la civilidad, y sumergirnos en el fango nauseabundo del antivalor. El poder insiste en pudrir sus cimientos y en cubrirnos con su gran manto de desesperanza.
La virtud, la justicia, las leyes y las costumbres
deben estar por encima de todo y ser
objeto de culto y de la veneración
de los hombres.
Platón, Teeteto.