El desagradable video que se hizo viral sobre la muerte del comunicador Manuel Duncan de manos del vicealmirante Félix Alburquerque nos debe llevar a reflexionar que como sociedad nos hemos desnaturalizado. Se ha vuelto una costumbre de personas decidan formar parte de una situación grabando con su celular, en vez de ayudar a la víctima que se encuentra en peligro.
¿Pero qué sucede si en vez de capturar con cámaras, las personas decidieran mediar en situaciones de esa naturaleza; evitando que la otra pierda la vida? Cada vez más, somos testigos de la rapidez con la que videos son subidos a las redes sociales por personas desaprensivas, como si se trata de generadores de contenidos de cualquier canal de televisión.
Exponiendo las vidas de seres humanos en circunstancias de extremo peligro. Con la fría y bien calculada finalidad de conseguir seguidores. Como si se tratara de actos propios de circos o programas de telerrealidad. Y es lo que debe llevarnos a reflexionar de qué vamos por un mal camino como sociedad.
La telerrealidad es un concepto televisivo que comparte situaciones espontáneas que no ameritan de guiones televisivos. Su popularidad se alcanzó en los años 90; pero su origen se remonta al 1948 y consiste en dejar que los actores fluyan de manera “natural”, mientras interactúan entre sí. Algunos ejemplos los populares programas “Sorvivor”, “The Real World”, “American Next Top Model”, Big Brother.
Sin embargo, con el surgimiento de las redes sociales, millones de personas en todo el mundo son testigos del peligro que representa la maldad que se esconde detrás de quienes se prestan a semejante bajeza, con la finalidad de “entretener” a personas mediante el sufrimiento de otros.
Se hace evidente, la carencia del instinto de preservación humana que debe activar el cerebro, responsable de los miedos de quienes hacen ese tipo de actividad; para mediar en la situación.
Lamentablemente, nos encontramos ante un fenómeno de descomposición social que es el más elevado de la historia reciente de la raza humana, que amerita ser investigado como un elemento de trastorno de una sociedad enferma. Que ha ido perdiendo aquel aspecto que determinaba nuestra propia condición humana; en cambio, nos hemos vuelto primitivos. Sin solidaridad, empatía o sentido de ayuda.
La acción de llevar a las redes sociales acontecimientos con altas dosis de violencia y que quien graba no asuma un papel activo que le impulse a la defensa de otro semejante a él o ella, es algo que ni el hombre de las cavernas podría comprender.
Siendo la persona que graba un sujeto pasivo; en vez de ir a la defensa de la persona involucrada en el acto de violencia. La problemática es grave y que de no prestársele la atención que amerita, las consecuencias ya están a la vista; encontrándonos ante un vacío social que busca saciarse con la sobreexposición del sufrimiento de otro en toda su expresión.
Las sociedades se encuentran en proceso de esclavitud, empobrecidas mentalmente por el aparataje de la industrialización de la moral y carente del discernimiento entre lo humano y lo burlesco. Si bien es cierto que la libertad de expresión es un principio que va de la mano con los procesos democráticos; es urgente que los países analicen este fenómeno autodestructivo.
Para la creación de las normativas y regulaciones que penalicen a quienes se lucren de la maldad. Si los humanos continuamos este proceso ascendente de deshumanización, ella misma no tendrán motivos para luchar por aspectos transcendentales que vayan más allá de la podredumbre actual; pero una Sociedad sin principios de autocompasión, es una Sociedad sin un norte determinado.