Los últimos descubrimientos de la inteligencia artificial, como el ChatGPT, han alarmado a la humanidad o, por lo menos, a una buena parte de ella. Sin embargo, la otra parte, quizás no toda, ha recibido la noticia con alegría, celebrando la infinita capacidad humana para crear nuevos inventos para solucionar problemas humanos.

Algunos países han reaccionado absortos o con miedo, frente a esa sorprendente realidad que nos viene de las empresas tecnológicas, no necesariamente de las gigantescas y más tradicionales. Ese mundo es cambiante y lleno de competencia interempresarial y cada quien persigue su colocación en el mercado y la proyección de su propia imagen.

En ese contexto, algunos multimillonarios del planeta han reaccionado; lo han hecho, de igual forma, los líderes políticos, países y expertos. Todos abordan la situación desde su propia visión del mundo y desde sus propios intereses empresariales. Pero también líderes de muchas naciones están preocupados en relación con algunos asuntos tecnológicos y su impacto en la formación de los niños y adolescentes.

Todo desarrollo tecnológico persigue, al mismo tiempo, un fin utilitario, económico y colocación en el mercado. Todos los inventos del hombre, en todas las épocas, han estado dirigidos a resolver una determinada necesidad humana y a procurar un beneficio económico que permite el mercado en la libre empresa como categoría transaccional.

En la actualidad, a diferencia de las épocas pasadas, el problema de las tecnologías es su impacto directo e indirecto en el comportamiento y la conducta humana que ella misma pudiera causar, positiva o negativamente, en los sujetos sociales.

Aunque todas las sociedades se han desarrollado haciendo uso de las tecnologías de su tiempo, ninguna de ellas había intervenido tan condicionantemente como ocurre hoy con el poder omnímodo que éstas tienen sobre el lenguaje, la comunicación, la lengua y la cultura. Esto quiere decir que el poder de las tecnologías sobre el hombre es mayor que el propio poder que éste tiene sobre sí mismo.

La ecuación es sencilla: el mundo nos cambió ante nuestros ojos y pasamos de una época de profundos cambios a un cambio de época, y muchos de nosotros todavía no lo sabemos.