El 4 de agosto de 1946, hace 78 años, el pueblo de Matanzas en Nagua fue impactado por un tsunami generado por un sismo de magnitud 8.1 en la escala de Richter en el océano atlántico, con epicentro en la costa de Samaná. El epicentro del sismo se ubicó frente a las costas y provocó daños en la región norte del país.
La palabra tsunami viene del japonés y significa “ola de puerto”. Este término alude a una serie de olas causadas por el desplazamiento de un gran volumen de agua, en el océano o un gran lago. Estas olas pueden generarse por multitud de fenómenos como son los terremotos, erupciones volcánicas, deslizamientos del terreno, impacto de meteoritos, explosiones submarinas. A diferencia de las olas marinas que acostumbramos a ver, generadas por el viento y producidas en la superficie del agua, en las olas de tsunami se produce el movimiento de toda una columna de agua, desde la superficie hasta el fondo, y en una extensión horizontal mucho más grande. Por tanto, transportan muchísima más energía que las olas generadas por el viento, puesto que el volumen de agua desplazado es mayor.
Un terremoto con las características mencionadas (gran magnitud, bajo el agua, a poca profundidad, y que produzca una deformación vertical en el fondo oceánico), puede llegar a generar un ascenso del agua en torno a un metro de amplitud en un círculo de cientos de kilómetros de radio
Los tsunamis, al igual que los terremotos y las erupciones volcánicas, son parte de la dinámica del planeta Tierra, conocido en el campo de la Geología como la Máquina Viviente por los procesos que ocurren en su interior y que generan trabajo útil y transformaciones de energía. Como es sabido, la estructura interna de la Tierra está dada por tres grandes capas, a saber: Núcleo, Manto y Corteza. El Núcleo se divide en dos capas: una interna en estado sólido y otra externa con características de un líquido.
El Manto también tiene una división: Manto Inferior y Manto Superior. El hombre habita y se mueve sobre la Corteza Continental existente en diversas partes del planeta. El origen de los tsunamis empieza, la mayoría de las veces, en las entrañas del planeta (la Astenosfera) donde hay fluidos que se mueven y rotan y que, al ascender hacia la superficie, hacen que ella se fracture formando grandes pedazos de la parte más externa del planeta que recibieron el nombre de Placas Tectónicas. El movimiento de estos fluidos por debajo de tales placas hace que ellas también se muevan e interactúen unas con otras en sus límites, chocando algunas y generando un gran esfuerzo que se transmite a las rocas vecinas, deformándolas, fracturándolas y originando con ello muchos sismos. De manera que, el movimiento de las placas es el motor de la sismicidad del planeta Tierra.
Los tsunamis se pueden definir como oscilaciones del agua del mar o del océano generadas por grandes y abruptas perturbaciones del fondo marino (oceánico) o de la superficie tales como desplazamientos en fallas (lo que a su vez genera un temblor), erupciones volcánicas, deslizamientos de tierra e impacto de meteoritos.
Las tres etapas de un tsunami son: generación, propagación e inundación. Si la fuente es cercana, estas ondas pueden cubrir por completo una comunidad costera minutos después de su origen y causar pérdidas de vida, destrucción de la estructura e infraestructura y severa erosión de la línea de costa. La gente es arrastrada junto a otros materiales en las corrientes inducidas por el tsunami a velocidades arriba de los 60 km/h, resultando en muerte debido a múltiples lesiones
Las olas se regresan con una fuerza similar a la que traían al llegar, arrastrando árboles, estructuras y personas al océano. Grandes corrientes arrastran edificios, vehículos, embarcaciones y materiales pesados a las áreas costeras. Un periodo de seductiva calma puede ocurrir entre ondas sucesivas, invitando a los confiados a retornar a la costa, ignorando el peligro de la próxima onda.
En la prevención y predicción de estos fenómenos geológicos no se están tomando las medidas necesarias y por tanto se debe avanzar más en la mejora y precisión de los estudios que se realicen, en los medios tecnológicos, y en el desarrollo de planes de formación y concienciación para la población en general y para los organismos responsables de la gestión ambiental. Esto, sin duda, ayudará a evitar o en su caso, paliar parte de las graves consecuencias que podrían producirse en el futuro, debemos mirar al pasado a 78 años.