Hace muchos años vivía mi mamá en el Ensanche Lugo, en la calle Enrique Henríquez, frente al lateral sur de lo que hoy es Telemicro Canal 5 de televisión.

Al lado derecho de su casa había una cafetería de chinos llamada “Restaurant Chielo”.  Sus dueños, una pareja joven, unos chinos diferentes, los más simpáticos. No era raro verles recostados en su carro y con manifestaciones de cariño. El nombre de ella Cristina, el de él no lo recuerdo. Un día partieron a su patria porque el esposo tuvo una enfermedad terminal, hasta que falleció. Cristina jamás volvió.

Recuerdo de ese restaurant que preparaban el arroz con pollo más rico que haya comido. No lo he vuelto a comer en ningún otro sitio, aunque nunca lo he pedido. Un arroz teñido de amarillo con una pieza de pollo arriba, el muslo largo y ancho. A mis hijos les encantaba el chofán.

Una tarde salí de la casa de mi mamá con mi hijo Luis Augusto y como de costumbre miré hacia dentro para saludar a Cristina, pero me llevé la mejor de las sorpresas. Allí se encontraba un personaje famoso, estaba acompañado de su esposa y su cuñada. Todavía no le habían servido la comida. Le pregunté a Luicho si quería conocerlo. Mi hijo apenas comenzaba a tocar el violín. Estaba recibiendo sus primeras clases con Doña Zunilda Pierret de Morel. Su rostro se le iluminó.

Llamé a Lourdita su cuñada, a quien conocía del Colegio Serafín, además de ser sobrina nieta de Doña Mila, una gran amiga. Le dije nuestro propósito, ella dijo que pasáramos, sin ni siquiera consultarle, estaba consciente de su forma.

Nunca había visto una sonrisa tan hermosa, tan franca. Nunca había conocido a una persona tan famosa y que nos atendiera con tanta cercanía, con tanto cariño.

Cuando le dije que mi hijo estaba comenzando el violín, lo incentivó a que practicara con dedicación y entusiasmo.

Se trataba nada más y nada menos que  de “MICHAEL CAMILO”, hoy Michel, cambio obligado para evitar confusión al pronunciarlo en inglés.

Los hombres como él necesariamente tenían que llegar lejos. Soy gran admiradora suya. Me encanta el jazz. Pero esa sencillez, esa humildad, esa sonrisa franca que lo ha acompañado por siempre a pesar de su fama mundial, de sus premios, de sus triunfos, nunca ha variado.

En cada entrevista que le hacen, lo primero que aflora es su  encantadora sonrisa. Sus ojos danzan al compás de ella, tienen un brillo especial, solo capaz de aparecer en quien es grande entre los grandes, pero no creído.

Nuestro encuentro con Michel nunca podré olvidarlo, su sonrisa me ha acompañado desde que lo conocí a pesar de que ocurrió hace ya de ello treinta y tres años.

Grande Michael, (así serás siempre para mí).