En estos días grises, en los que el alma sangra, el caminar me ha sido más llevadero, menos difícil, porque he tenido a mi lado personas importantes en mi vida.

Comenzaré diciendo que siempre ha estado conmigo Norma. Ella lleva caso cuarenta años a nuestro lado. Hemos visto crecer a sus nietos y ahora a sus bisnietos. Ella es mi panacea.

Cuando llega por la mañana se sienta a mi lado en la sala y me pone al día sobre los acontecimientos recientes en La Ciénaga. Me cuenta sobre los muertos que hubo por la noche, la forma en que fueron ultimados y por quiénes, “a sigún los rumores”. Me cuenta de los patrullajes en tanques, barcos, motores y carros. Aunque siempre aparece un muerto por el asalto para robarle el motor. El último fue un moto concho que la llevaba a su casa, salió temprano a trabajar y el perro le siguió y fueron masacrados ambos para robarle.

Yo la escucho con gran paciencia, ya que mientras habla, no pienso.

Continuaré con mis amigas, mejores no puedo tener. Creo es el mejor legado que Dios me ha dado.

Mary Yolanda no ha dejado un solo día de escribirme, de tomarme el pulso, de saber cómo está mi mamá, de darme ánimo.

Idalia, que no importa la hora en que la llame, siempre está para mí. Me escucha, me orienta, me apoya y me quita algún peso que pueda tener.

Carmen Antonia, que cada día me llama dos o tres veces, de escribirme otras tantas y de estar pendiente de los mínimos detalles.

Mi amiga Carmen Holguín, quien en la distancia junto a su esposo Leopoldo me han ofrecido su hombro para apoyarme.

Fiorcita y mi vecina Altagracia, quienes me han venido a hacer compañía.

Fonsa y Yunita, las hijas de Doña Yuni, siempre dándome palabras de aliento.

Luchy quien es incondicional.

Pero sobre todo, mis hijos y sus esposas.

A lo largo de este peregrinar han estado siempre a mi lado. Mi hijo mayor se ha mudado a mi casa, es quien me ayuda junto a Norma a cambiar a mi mamá, a asearla, a darle los alimentos. Él duerme en la habitación que era de ella ya que desde que está conmigo la tengo a mi lado en mi habitación y al mínimo movimiento, no importa la hora, está ayudándome. Su esposa, mi nuera, con inmenso amor ha comprendido ese “abandono” y está pendiente de lo que le haga falta para proporcionarlo.

Mi hijo menor y su esposa, quienes por horarios de trabajo solo pueden estar a partir de las seis de la tarde, pero más amor y  entrega no pueden tener.

Mi nieto Luis Alejandro, ¡qué tesoro! Con apenas once años ha sido capaz de asumir con toda madurez los momentos en que se ha necesitado de su fuerza, de su soporte, de su cariño hacia su bisabuela. Y mi nieto Luis Arturo, de cinco, con su ternura.

En días pasados mi hijo mayor decía que mi mamá le estaba dando la oportunidad a Luis Alejandro para aprender lo que es el amor, sobre todo a los ancianos, ya que cuando nos llegue la hora, eso mismo irá a hacer con nosotros.

Lo que nuestros hijos vean con nuestro ejemplo, eso mismo harán cuando llegue el momento. De igual manera nos tratarán.

Fomentemos el amor en nuestros hijos, así podrán ellos fomentarlo en sus hijos, nuestros nietos y la soledad, sobre todo en los momentos difíciles, no será nuestra compañía.

Bienaventurada yo que cuento con unos maravillosos hijos, con personas cercanas y un gran grupo de amigas que me han demostrado que me quieren.