En vísperas de 1904, la nación haitiana ya no se parece a la multitud amorfa de 1804. Ha creado rápidamente sus propios órganos de vida social y económica. […] Según la ley de la división del trabajo, se han formado naturalmente categorías sociales, aquellas cuya existencia es indispensable para asegurar la cooperación y el equilibrio de las fuerzas nacionales.
Esta labor interna de organización […] ya está avanzada si comparamos el punto de partida de 1804 con el punto de llegada de 1904. En efecto, Haití dispone ya de todos los elementos que, en el orden intelectual y económico, deberían permitirle dar el paso definitivo hacia el progreso. Tiene sus campesinos, la mayoría de los cuales son propietarios de la tierra que cultivan. Tiene sus artesanos y obreros, sus agricultores, industriales y comerciantes, su élite intelectual compuesta por profesores, médicos, ingenieros, abogados, sacerdotes y pastores, escritores y artistas. Entre los diversos órganos de la vida nacional la armonía no es, sin duda, perfecta, pero se va estableciendo gradualmente, a medida que el progreso de la educación en todas sus formas colma la brecha, todavía demasiado grande, entre la élite y la masa del pueblo, no sólo desde el punto de vista de la cultura intelectual, sino también desde el punto de vista de la higiene, la alimentación, la vivienda, el vestido y las condiciones de la vida moral y religiosa en general…
El presidente Alejandro Pétion (1807-1818) había creado la democracia rural gracias a sus repartos de tierras, que, si no se hicieron con toda justicia por parte de algunos funcionarios de la administración, fueron sin embargo la medida más importante aplicada en Haití para dar a la nacionalidad haitiana su base más sólida. Un inglés, Robert Sutherland, cónsul en Puerto Príncipe, señaló: "El principal objetivo de Pétion era vincular a los hombres al suelo dándoles un interés en él, y asegurarse de que, en caso de que Francia intentara retomar su antigua colonia, tendrían que defender sus aldeas, sus mujeres y sus hijos". Este jefe de Estado -del que Simón Bolívar dijo que se adelantaba a su pueblo y a su siglo- comprendió también que para "elevar al haitiano a la dignidad de su ser" debía proporcionarle educación: fundó el liceo de Puerto Príncipe (el actual Lycée Pétion) y -cosa extraordinaria para la época- un liceo para niñas, reconociendo así la igualdad de sexos en la educación.
El defecto de Boyer fue que no comprendió, como Christophe y Pétion, que la difusión de la educación era una de las condiciones indispensables para el progreso social y que se limitó a una especie de inmovilismo, que la juventud de su época le reprochó con vehemencia. […] La revolución de Praslin fue contra tal sistema de inacción y provocó la caída de Boyer.
Hay que remontarse a Fabre Nicolas Geffrard (1859-1867) para encontrar una organización realmente seria de la enseñanza pública. La firma del Concordato de 1860, al situar a la Iglesia católica en Haití sobre una base permanente, permitió la introducción en el país de las congregaciones docentes del PP. du Saint-Esprit, de la FF. de l’Instruction Chrétienne, de las Religiosas de Saint-Joseph de Cluny y de las Hijas de la Sabiduría, cuyas escuelas ejercieron una influencia considerable en el progreso intelectual del pueblo haitiano.
Las instituciones laicas, tanto públicas como privadas, no encontraron en esta competencia un motivo de hostilidad, sino un estímulo para su propio desarrollo. El éxito del Séminaire Collège St-Martial, del Pensionnat Ste-Rose de Lima, del Pensionnat du Sacré-Coeur, de la Institution St-Louis de Gonzague, obligó al gobierno a prestar más atención a los liceos nacionales, tanto en lo que se refiere a la estricta contratación de su personal como a la adquisición de laboratorios y material didáctico apropiados.
El Estado haitiano no solo concedió becas a jóvenes para que prosiguieran sus estudios en universidades extranjeras, sino que también trajo a Haití profesores franceses para que enseñaran en sus escuelas. Los haitianos recuerdan con cariño la misión de profesores que el presidente Salomon, con el apoyo de la Alianza Francesa de París, convocó en Puerto Príncipe y Cabo Haitiano. Los nombres de estos profesores -en particular los de Jules Moll y Henri Villain- permanecen grabados en los corazones y las mentes de sus antiguos alumnos del Lycée Pétion.
Fragmentos de la obra «Histoire du peuple haïtien» (1953) por Dantès Bellegarde.
Traducido al español por Gilbert Mervilus