“… En el fondo la utopía platónica se resume así: No se trata de elaborar un modelo perfecto para imponerlo por la fuerza, sino de hacer una reflexión crítica que nos ayude a comprender y corregir el mundo en que vivimos. Entre lo ideal y lo real siempre existe una fricción, en contraste latente…”. (Mauro Bonazzi: Sabiduría antigua para tiempos modernos).

La sociedad dominicana, en particular, y el mundo, en general, atraviesan por lo que ese gran filósofo de la antigüedad, Platón, esbozaba: “Todo lo grande es inestable”. Transición es cambio, es un proceso de un estado de situación a otro, es la fase de un puente para saltar dialécticamente a un nivel superior. Es la dinámica reactiva de la descomposición que lo hace emerger, vía una entropía prolongada o la visión en prospectiva, de colocar a una sociedad, una organización en una nueva fase de la existencia.

Es por eso que Martin Heidegger en un momento álgido de Alemania y del mundo, expresaba: “Todo lo grande está en la tempestad”. Lo inédito es la atemporalidad y temporalidad al mismo tiempo, es el espacio de lo desconocido, empero, que, por el empuje de las fuerzas sociales dominantes, genera un crisol de nuevos aconteceres que es nuevo y, en consecuencia, es historia. Tempestad que aquí, sociológicamente, es desequilibrio, es adversidad, obstáculos que se ciernen en la sociedad dominicana, que gravitan generando nudos estructurales que no nos dejan avanzar armónicamente.

Hemos avanzado, hemos cambiado en los últimos años, no cabe la menor duda. Eso es loable, significativo. Incluso, hemos pasado a la séptima economía de los países de la Región con un PIB nominal de US$114,000 millones de dólares, que representa un PIB per cápita de US$10,700.00 dólares, esto es más de US$1,729.00 dólares por habitante en un año: 2021 (US$8,971.9), 2022 (US$10,700). La esperanza de vida al nacer en 1961 era de 53 años, en 1981 significaba 64 años y al llegar al año 2000, nos colocamos en los 74.26 años promedio, y en las mujeres es de 77.55. De 192 países ocupábamos el puesto 95 y al llegar al 2020 pasamos al lugar 90.

Significó, desde 1961 a la fecha, una larga transición, que, en gran medida, el liderazgo ejecutivo jugaría un rol estelar, no obstante, no asumido en la corporeidad, en el cuerpo completo que debió completarse en la superestructura (conjunto de aparatos jurídicos-políticos). El bloque histórico en el poder dimensionaba la recreación de la sociedad y del crecimiento económico por derrame y en gran medida, a un costo social e institucional que nos lastraría en el verdadero desarrollo humano.

Salud, educación, vale decir, el capital humano, constituirían las cenicientas de la sociedad, en un mundo donde, a partir de los años 80 del siglo pasado, asistimos a la Sociedad del Conocimiento y de la Información. El internet revolucionó todo el campo tecnológico, social, cultural, laboral, y generó la simultaneidad de la información en tiempo real. La distancia social se reconfiguró confluyendo en la mutación entre lo real, la realidad, la verdad y el estar. La virtualidad ha transformado nuestra forma de interactuación humana

Por el avance de la sociedad en el plano económico, no así en los niveles estructurales que debieron producirse con reformas más proactivas al bienestar, calidad y nivel de vida de la gente, hoy cuasi estamos en presencia de una sociedad invertebrada. Las reformas políticas e institucionales casi siempre se han hecho a partir de crisis, esto es, desde una perspectiva reactiva. José Ortega y Gasset escribió una obra denominada España Invertebrada, por allá por los años de 1921 del Siglo XX. El laureado filósofo español analizó la crisis social y política de su patria de aquellos tiempos. Un ensayo que ejemplifica la vieja y la nueva política de la época.

No se advierte una crisis social y política en nuestra sociedad de manera inmediata, empero, tenemos una paz social aparente, que es aquella donde los conflictos estructurales no se han resuelto, se posponen, siguen ahí, imperturbables, inmutables, generando una deuda social que amerita una audaz transformación. Se trata de asumir dos eslabones cuasi simultáneamente: la fase de transición, para dar el salto hacia la transformación, y la de colocarnos en perspectiva, en la dinámica de un sistema de incorporación propositivo y proactivo.

Nos encontramos en el laberinto de una necesaria transición que ya no tiene espacio para la posposición ni pausa. Requerimos, si se quiere, de nuevos dirigentes para no adentrarnos en la subjetividad del liderazgo que, como señalaba Ortega y Gasset, es como “El poder creador de naciones en un quid divinum, un genio o talento tan peculiar como la poesía o la música”. La sociedad, que se encuentra en una transición a partir de 2017 y fortalecida en el curso de este devenir, no busca hoy ese intangible. Ese hombre o mujer con los atributos en la capacidad de persuadir, de atracción y visionario (a).

El quid divinum que precisa la sociedad dominicana en un liderazgo encarnado es:

  1. Que predica con el ejemplo.
  2. Que cree en las instituciones, no se sienta por encima de las leyes.
  3. Decente, no solo en las relaciones personales, en las interacciones humanas, sino, en el ejercicio del poder.
  4. Sanciona, controla, motiva, inspira con firmeza hacia el logro de objetivos comunes
  5. Que su misión sea la de servir a la sociedad, a la nación y a su pueblo.
  6. Con miedo profundo al análisis de la historia y a sus progenitores.

Porque el liderazgo hoy, trasciende los conocimientos, habilidades, destrezas, experiencias. No basta la inteligencia, la capacidad intelectual, los estudios, son necesarios, pero no son suficientes. Estamos buscando en esta sociedad en transición más que conocimientos per se, talento. Talento es conocimientos, es destreza, es habilidades, pero, sobre todo, COMPORTAMIENTO. Que tu comportamiento hable de ti, que refleje lo que eres, más que el decir, que tus hechos resalten tus pensamientos y que estos se alineen inextricablemente con tus acciones y decisiones.

Esta sociedad en transición requiere seres humanos con la capacidad para diseñar y abrir caminos, inventar en el presente con una nueva perspectiva del futuro. Inmutable en los principios éticos, que coadyuve al desarrollo de una verdadera infraestructura ética, que es la asunción en la praxis social de la validación de las normas establecidas, sin inobservancias ni “argumentos” pueriles y penosos que alteran el cerebro y nos pretenden anestesiar. La sociedad dominicana, en transición, no busca un liderazgo caricaturesco. Como nos dice Ortega y Gasset, que el poder creador “es un talento de carácter imperativo, no un saber teórico, ni una rica fantasía ni una profunda y contagiosa emotividad de tipo religioso. Es un saber querer y un saber mandar”.

Buscamos en esta etapa de la transición, personas que, al conectarse con la sociedad, con su agenda, trasciendan sus razones propias, sus intereses particulares, personales y corporativos, que inspiren y proyecten con su ejemplo un legado en el tiempo de esperanza renovada. La trascendencia no deviene por el tiempo en el ejercicio del poder, sino, por encarar el desafío de su época, de la circunstancia en que le tocó dirigir. No se evalúa por el cambio material en sí mismo, ello importa, no obstante, no es suficiente. Es el que construye una misión y solidifica una mejor cohesión social y coadyuva con mayores alcances de institucionalidad, con una energía motivadora.

La sociedad dominicana, empoderada hoy, debe seguir fortaleciendo este estadio de transición para que no suceda como en el interregno 1978-1986. Requiere cimentarse velozmente en la transición para dar el salto dialéctico en la transformación que urge en el cuerpo social, con los actuales niveles de exclusión y desigualdad, de una desgarradora inequidad. Transición y transformación, dos niveles de dos escaleras de un mismo edificio, creado en un mismo peldaño ha de fructificar en este desafío de la sociedad con personas que tengan las cualidades de “firmeza y la capacidad de tomar decisiones, la flexibilidad, la innovación y la capacidad de adaptarse a los cambios repentinos”.

Significa comprender el momento con nuevos ojos, a las personas y las circunstancias. Desafiar el statu quo y llevarlo al sendero de la historia, no transándose permanentemente, sino persuadiendo de que un nuevo parto ha de venir con la creatividad creada; allí donde los sectores y fuerzas sociales asuman que debemos construir un país con mayores niveles de esperanza sociales. En esta sociedad en transición debemos entender y explicar la naturaleza nodal y la existencia vital que nos caracteriza hoy, hurgando en la esencia y la ontología de la realidad institucional, social y económica, y para ello se precisa de un liderazgo que encarne el poder de referencia, de recompensa y el poder coercitivo.