Nadie, acaso como Hostos, revolucionó el concepto de educación, articulada con la idea de libertad. Nadie jamás como Juan Bosch, describió su filosofía crítica y revolucionaria de la educación liberadora, en “Hostos, el sembrador”; y tal vez nadie, equivocado o no, estemos de acurdo o no; como José Ramón López, padre del pesimismo dominicano, describe características socioeconómicas, ancestrales e históricas y hasta antropológicas del ser colectivo dominicano.
La ignorancia es la peor de las miserias porque el ignorante es pobre dos veces. La sociedad dominicana de la actualidad está afectada dolorosamente de lo que nos aventuramos a llamar “raquitismo intelectivo”, asumida la realidad del “ser” social dominicano no con el rasero de si se es analfabeto o no, porque estamos copados de analfabetos funcionales: algunos sin acceso a las tecnológicas de la información; otros con acceso a ellas pero sin interés de aprender, para conocer y cambiar su realidad, utilizando los medios para vulgaridades, liviandades y ridiculeces; y otros han devenido -consciente o inconscientemente- a convertirse en curiosos de las redes, en un repetido y cotidiano turismo virtual.
Por ello, consideramos que la erróneamente llamada Era de la información y del conocimiento lo que ha traído es una enorme pasión colectiva por la ignorancia. Esta irracionalidad de la mente social se explica por la ley del menor esfuerzo o del “mangobajitismo tecnológico”. Se ha querido confundir o fundir, varios estadios del aprendizaje, como son, información, conocimiento, inteligencia y sabiduría, en uno solo. El primero, la información, es la gran cantidad infinitesimal de datos disponibles; que, cuando son captados y estudiados, pueden convertirse en conocimiento, para de ahí, luego de ser procesados científicamente, se pueden considerar como inteligencia, palabra que significa “leer entre líneas”; para entonces, un grupo selecto de apasionados, alcanzar a convertirlos en sabiduría, que es como la quintaesencia del conocimiento. Quien se limita al dato y la información, que es la mayoría del cuerpo social, se queda en la epidermis del conocimiento.
Oscar Wilde, una de las mentes más preclaras y ácido crítico de la sociedad victoriana, sentenció, ante la falta de sustancia de su tiempo: “Este siglo, donde los que han perdido la capacidad de aprender se han dedicado a la enseñanza”.
Con la llegada de la actual, e irreversible, sociedad de la información y la masificación de la Internet, los estudiantes han recibido el impacto alucinante de una catarata interminable de información, realidad que les impide pensar, racionalizar, reflexionar y articular ideas que los acerquen o lleven al conocimiento. Los dinosaurios tecnológicos que nos ha tocado tener una pata en la era del libro en papel y la otra en el libro virtual y esta lluvia de informaciones, tenemos la virtud y la oportunidad de contar con un bagaje previo de conocimientos y una aprendida capacidad de análisis que muchos “castrati” de la contemporaneidad no tienen.
Una gran mayoría de la población dominicana que lee medianamente y usa la red, algunos con títulos en educación superior, son incapaces de articular una idea o un concepto, y mucho menos de descodificar apropiadamente los múltiples mensajes que reciben en bombardeo incesante por los drones de esta era de las tecnologías de la información. Un enunciado es una construcción racional de la mente que se basa en el conocimiento del tema y en la capacidad de analizar sus muchas aristas.
El término “definición” ha entrado en crisis, no obstante ser fundamental en todas las etapas y procesos del aprendizaje. Los estudiantes buscan en la red, “definiciones” para copiar y pegar, pretendiendo llenar el espacio en blanco de una tarea. Pero esto es improcedente en la actual revolución tecnológica: La palabra definir, tomada del francés, “de finí” significa, poner fin. Encerrar en un número mínimo de palabras un concepto estático, fijo, sin estar sujeto a cambio, precisamente en la era del cambio y del acceso. Pero entre cliquear, hallar, copiar y pegar, se ubica una enorme laguna o burbuja de ignorancia y falta de conocimiento, porque búsqueda no es necesariamente investigar, ni mucho menos razonar conceptos con rigor metodológico.
La gran tarea del hombre y la mujer contemporáneos, de esta era global, es evadir rigideces y tortícolis conceptuales; es aplicar la capacidad de aprender, desaprender lo aprendido y estar dispuestos a aprender nuevamente. Esto aplica no solo para la enseñanza secular sino para el ejercicio personal y privado de la búsqueda del conocimiento. Aprender es aprehender, atrapar el conocimiento.
Nos encontramos entonces ante el triste caso de una sociedad mayormente idiotizada, llena de lo que nos hemos permitido en llamar “trogloditas cibernéticos” El hombre de las cavernas con una laptop, buscando en Google, gruñendo y balbuciendo en un lenguaje ininteligible.
La razón debe ser sostenida y alimentada por el conocimiento, para obtener capacidad de analizar la información, contrastarla, compararla, y con ello, construir conceptos, abordajes, aproximaciones o aproches a la idea o explicación del problema. Esto no es definir o encasillar en una cantidad rígida de ideas y palabras al todo cambiante de un concepto. Nos encontramos pues, ante una sociedad adocenada, tonta, amemada y baladí, a la que es inducido hasta el gusto musical. La educación crítica es tan importante porque hasta la ignorancia puede enseñarse y ser aprendida por el colectivo social, con muy altas calificaciones. Se le induce y maleduca en esa gran aula que es el medio social, ampliado al infinito virtual por la Internet.
Giovanni Sartori creó el concepto de “homo videns” para acercarnos a la última y más acabada etapa del evolucionismo humano, luego de alcanzar la condición de homo sapiens, que es capaz de aprender y educarse. Para Sartori, gran crítico de la sociedad de la información y sus impactos societales, y del vasto y decisivo poder de la manipulación mediática, el ser humano actual vive, piensa, actúa, decide y participa social y políticamente, impulsado o empujado por el bombardeo incesante de la avalancha de información que recibe.
El gran maestro de la pintura dominicana, Paul Giudicelli Palmieri, advirtió proféticamente del advenimiento de este nuevo ser social desde los años sesenta tempranos, con su obra “Adocenado”. Oscar Wilde, una de las mentes más preclaras y ácido crítico de la sociedad victoriana, sentenció, ante la falta de sustancia de su tiempo: “Este siglo, donde los que han perdido la capacidad de aprender se han dedicado a la enseñanza”. El pensamiento contemporáneo apunta a la extinción del pensamiento racional; de la capacidad de disentir; esta era del conocimiento, afila sus colmillos contra el conocimiento mismo y a la amenaza que constituye no pensar con cabeza ajena. La Inquisición pide a gritos la cabeza de Descartes.