La semana pasada se presentaron acontecimientos que nos permiten entender la grave situación en que se encuentra la economía internacional. Uno de ellos fue la declaración de Jamie Dimon, CEO del JP Morgan Chase, quien dijo que se aproxima una tormenta económica internacional y aunque no puede predecir la magnitud de la misma, indicó que de seguro vendrá. Como se trata del presidente del banco más grande de los Estados Unidos, de ahí la importancia de su advertencia. El segundo fue la reunión que sostuvo el presidente Biden con el gobernador de la Reserva Federal y la secretaria del Tesoro, donde el presidente le dijo a Jerone Powel que él apoyaba todas las medidas que pudiera adoptar el Banco Central para frenar la inflación. Poco tiempo después la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, una de las personalidades más respetadas de los Estados Unidos, admitía que ella se había equivocado con la gravedad de la inflación que afecta los Estados Unidos.
En efecto, la inflación de los Estados Unidos llegó en mayo al 8.6 % nivel que no se veían desde hacía más de 40 años, muy distante al objetivo del 2.0 % que habían fijado las autoridades. Veamos las causas: Cuando se inició la COVID el desempleo en ese país era de apenas un 3.5 %, prácticamente pleno empleo. A medida que las restricciones gubernamentales contra la COVID de fueron aplicando, cerraron muchas empresas y las personas decidieron quedarse en sus casas recluidos. Consecuentemente el desempleo subió en pocos meses hasta un 14.7%, cifra escandalosa para un país desarrollado.
Esa situación obligó al Banco Central de ese país a emitir cada día mayor cantidad de dinero para ir el auxilio de esos desempleados y para tratar de reactivar la economía. Como resultado, en el primer año la oferta monetaria ampliada tuvo un espectacular aumento del 24.0 %. Pero como las personas permanecía protegiéndose en sus casas y muchos comercios seguían cerrados, esa impresionante masa de dinero no aumentó la demanda de los consumidores. En efecto, la tasa de ahorro de las personas, que antes de la pandemia era de un 8.3 % del ingreso, aumentó por encima del 20.0 % en medio de la pandemia. Por eso la inflación fue de apenas un 3.1% en ese primer año.
Ante esa situación el Banco Central continuó aumentando la emisión de dinero por encima de lo normal, hasta llegar a un punto en que el medio circulante (M2) llegó a tener un aumento del 36.0 % de marzo del 2020 a marzo del 2022. Es decir, en apenas dos años el circulante monetario creció un 36% por encima de lo que había crecido en más de 100 años. Pero a medida que se fueron reduciendo las medidas contra la COVID, las personas comenzaron a trabajar, consecuentemente el desempleo fue disminuyendo hasta llegar nuevamente a un nivel de desempleo de tan solo un 3.4 % (nivel similar al existente antes del COVID). Por otra parte, el gasto de los consumidores comenzó a aumentar pues la tasa de ahorro bajó a tan sólo un 4.4 % de los ingresos. Es decir, la capacidad de compra de los norteamericanos aumentó en esos dos años en un 36.0 % y al mismo tiempo las personas han decidido gastar más que antes. Mientras tanto, en ese período la producción doméstica tan solo aumentó en un 4.1%. En otras palabras, hay mucho mayor capacidad de consumo, pero no ha habido aumento de la producción para satisfacerla.
Por las razones anteriores es que hay una inflación tan alta en los Estados Unidos y también en Europa, donde las autoridades hicieron prácticamente lo mismo que los norteamericanos durante la pandemia, aunque en grado menor. Para agravar la situación, el déficit comercial (de bienes) del primero pasó de unos 70,000 millones de dólares mensuales que tenían antes de la pandemia, a más de 130,000 millones de dólares mensuales en la actualidad, posiblemente el nivel más alto de su historia.. Por todas esas razones, los Estados Unidos, al igual que los europeos tendrán que comenzar a aplicar estrictas medidas restrictivas en el campo monetario para disminuir la excesiva cantidad de dinero que emitieron durante la pandemia. Estas medidas restrictivas, especialmente el aumento en las tasas de interés, tendrán graves repercusiones en la economía mundial.
Pero lamentablemente eso no es todo, pues sabemos que la inflación puede aumentar por dos causas: a) un aumento de la demanda producido por un exceso de emisión monetaria o b) por un aumento de los costos, consecuencia de factores fortuitos. Pues en estos momentos no solo tenemos un exceso de emisión monetaria en el mundo entero, sino también un aumento de los costos de producción consecuencia de la guerra de Ucrania, la que ha provocado no solo un espectacular aumento del precio del petróleo, el cual ha llegado a los 120 dólares el barril, sino también un aumento de muchos alimentos básicos como el trigo, los aceites comestibles y otros, pues tanto Rusia, como Ucrania son grandes exportadores del mundo.
La última vez que tuvimos una situación económica internacional similar fue al inicio de la década del 1980, cuando la tasa de inflación de los Estados Unidos llegó a superar el 12.0 % debido a un descomunal aumento del precio del petróleo. En esa ocasión, para frenar la inflación el Banco Central de ese país incrementó las tasas de interés, hasta un punto que las tasas de interés bancarias llegaron hasta un 16.5%, lo que afectó la producción y provocó un desempleo de prácticamente el 10.0%. Todo esto arrastró a la economía mundial que entró en una crisis generalizada, lo que a su vez llevó a la América Latina a la llamada “década perdida”, como consecuencia del aumento de la deuda en que tuvieron que incurrir los gobiernos durante la crisis, para aliviar los efectos sobre la población. Esperemos que en esta ocasión la tormenta sea menor.