[Según los datos de que se tiene conocimiento, el Karlsruhe fue utilizado como transporte de tropas en la invasión alemana de Noruega, que tuvo inicio el día 9 de abril de 1940 y terminó dos semanas después con la ocupación total del país. La nazificación del país.
El mismo 9 de abril fue torpedeado por un submarino británico que causó graves destrozos. Al parecer, su propio capitán decidió hundirlo, no sin poner a salvo a la mayor parte de la tripulación.
El Karlsruhe, bautizado en honor a la ciudad alemana homónima (cuyo nombre en español se traduce como Reposo de Carlos), fue botado el 20 de agosto de 1927 y durante los años treinta fue destinado a realizar cruceros de representación por los puertos americanos.
El autor del presente relato conversó con algunos de los oficiales del buque durante una visita al bucólico poblado de Samaná, y de esos mismos oficiales recibiría algún tiempo después tarjetas postales con la imagen del Karlsruhe. La visita dejó por cierto una muy grata impresión entre los moradores del poblado por la disciplina y el comportamiento ejemplar que mantuvieron los integrantes de la tripulación. Algo muy diferente a la conducta de los marineros de otras naciones, que protagonizaban episodios de borracheras colectivas e irrespetaban a los habitantes.
Desde la época del naufragio no volvió a tenerse noticia del paradero del Karlsrühe. La posición exacta de sus restos permaneció desconocida durante más de ochenta años. En el mes de junio de 2020 fue localizado “a una profundidad de 490 metros, 15 millas náuticas al sureste de Kristiansand, a solo 15 metros de un cable eléctrico de alta tensión submarino entre Noruega y Dinamarca”.
Estos son los antecedentes del crucero que, en el cuento de Alfredo Conde Pausas, dialoga con la sirena en la bahía de Samaná.
Pedro Conde Sturla].
Alfredo Conde Pausas
La sirena y el Karlsrühe (2 de 2)
Segunda parte
—¡Oh no, Fräulein Sirena! Perdone, pero está en un error.
—¿Error? Ah, entonces no son poetas, ¡no hacen versos esos jóvenes!
—Sí, a veces hacen versos. Eso sí, todos sus versos llevan acento en su última sílaba y son monorrítmicos: todos terminan en ¡bom!, pues los hacen con esos aparatos que llaman cañones. Comprenderá que un buque cargado de poetas ocasionaría gastos poco prácticos, que ninguna nación ha efectuado hasta la fecha,
—¡Comprendo, comprendo! —dijo la sirena—, se busca utilidad práctica. Son estudiantes de medicina que van por todos los países del mundo estudiando todas las enfermedades y buscando el modo de evitarlas y curarlas; buscarán tal vez una panacea universal para así librar a la humanidad de dolores miserias morales y materiales, De ese modo el gasto no resulta Inútil.
—No Fräulein, no llevo estudiantes de medicina. Vuelve a equivocarse. Ninguna nación ha invertido dinero en equipar un buque para estudiantes de medicina con ese fin.
—Pues deben de ser —repuso ella algo dudosa—, jóvenes que estudian las leyes de los distintos países del Mundo con el fin de mejorar las de su propio país y buscar así la felicidad de sus hermanos por medio de las más perfectas instituciones jurídicas, que serían un compendio ecléctico de todas las que están en uso, con las innovaciones que ellos considerasen pertinentes, O bien ingenieros…
—Nada de eso, nada de lo que está diciendo, Fräulein Sirena, es cierto, Ningún país invierte dinero en tal cosa, Al contrario: gastan para oponerse a todo cambio. Esos jóvenes son militares.
—Bien, ¿y qué son militares, señor del traje de acero? —preguntó la sirena algo amoscada.
—Bueno, son los que en la guerra procuran el triunfo de su patria. Un Estado declara la guerra a otro; entonces va la juventud ebria de entusiasmo y ávida de gloria a matar a la juventud del Estado contrario que avanza en opuesta dirección, pero por la misma causa, con los mismos móviles e idénticas intenciones. Los que sepan matar con mayor facilidad, tienen más probabilidades de éxito. De aquí que las naciones gasten sumas fabulosas para enseñar a la juventud a matar.
—¡Ahl…!, y para enseñar a matar gastan las naciones lo que tienen y lo que no tienen. ¡Eso es práctico, según las ideas dominantes! Y eso de Patria y Gloria, ¿qué quiere decir?
—Bueno, acá para entre nos —dijo el crucero con voz que apenas era un murmullo—, esos conceptos de Patria, de Gloria con que se alucina a la juventud del Mundo para que se asesine recíprocamente, no los he podido comprender nunca. Es más, yo tengo ciertas dudas —agregó con voz aún menos perceptible-, porque algunos se han atrevido a decir que esas palabras son algo semejantes al cebo que se pone a los anzuelos. Dicen además que los instigadores de la guerra son siempre hombres ricos que nunca van a ella personalmente: la usan como un medio de defender, de aumentar sus riquezas. Saben mantener a la humanidad en el engaño: la hacen creer que es más la Patria que la Humanidad, que es más la Gloria que el Amor, que Napoleón es más grande que el médico descubridor de la vacuna contra las viruelas.
—Pero —exclamó la sirena— esos hombres que gastan sumas fabulosas para la enseñanza del crimen colectivo no deben tener religión, o creerán en algún Dios feroz: un Ball o un Moloch.
—No, querida Sirena, vuelve a equivocarse. Son muy religiosos. Cierto es que, ¡ay!, cuántos mueren de hambre y frío, sin que nadie les de un mendrugo o un abrigo ni siquiera trabajo, pero en cambio tienen templos de un lujo deslumbrador: son cristianos.
—Le ha tocado el turno de equivocarse, mi querido Karlsrühe; se quien fue Cristo: él dijo: “Amaos los unos a los otros”, mientras que estos dicen “asesinaos los unos a los otros”. Verdad es que prometen la gloria, pero Mahoma prometía algo más halagador. Luego no son cristianos.
—Fräulein, le repito que se llaman cristianos.
—Podrán llamarse cristianos, pero no son sino asesinos. Porque llame cielo al mar no dejará de ser mar. Por consiguiente los que profesan la religión del crimen, no pertenecen a la divina religión del Cristo.
—Que pena me da —agregó la sirena— ver esos jóvenes que lucen con tanta gallardía el uniforme, que empaparán de sangre algún día por obra y gracia de unos cobardes que ni aun en un baile de máscaras se atreverían a vestir ese uniforme. Qué pena, qué pena me infunden esos jóvenes inocentes.
—La comprendo, Fräulein, pero no se desconsuele, que a pesar de los que no son cristianos, sino enemigos del cristianismo, hay muchos otros hombres que son cristianos como Cristo quiso y la humanidad algún día recogerá los frutos del primer sembrador, del que dijo: ”Amaos los unos a los otros”.
—Y aquí termina el diálogo de la sirena y el crucero. Usted compartirá conmigo el peso de este secreto abrumador.
—Bien, pero aún compartido pesa mucho. Voy pues a valerme de una añagaza: lo publicaré así como me lo ha relatado, y si algún incauto lo lee, allá él que cargue también. (Alfredo Conde Pausas).