Entre las prioridades del gobierno a punto de terminar no estuvo la cultura. Hasta cierto punto entendible, si tomamos en cuenta el desastre moral, económico e institucional heredados. El saneamiento del Estado, el desarrollo económico, y el pugilato político, consumieron mucho tiempo. Quizás esas fueron las razones del descuido.
Si bien es verdad que los funcionarios del sector tuvieron restricciones y escasos alicientes, sus iniciativas carecieron de originalidad y brillantez, acomodándose en viejas rutinas de gestión.
Es sabido, que al descuidarse la ilustración popular se impone la vulgaridad y predomina la grosería. Se instala un interminable banquete de ignorantes al que todos están invitados.
Pero un considerable número de ciudadanos rechazan el estruendo musical de la actualidad, los teteos, la violencia barrial, los narcos, las bancas de apuestas, y etcéteras. Critican los “porno influencers”, la mala educación y la degradación del gusto. Les horroriza las tonterías que diariamente consume la población, que rechaza cualquier refinamiento.
Frente a ese frustrante panorama, existe una pasividad de estos que andan frustrados y del gobierno. Parecería que sólo apuestan a las fuerzas de orden público -ejecuciones sumarias incluidas-, a las iglesias, a bonos populares, y a un grupo de organizaciones comunitarias; aun a sabiendas de que esos paliativos no tocan el meollo del asunto. Dejan pasar el tiempo sin proponer nuevas y más eficaces opciones.
Detengámonos un momento- a manera de ejemplo- en algo que se pudiera hacer y no se hace: el papel trascendental que pudiera desempeñar una dependencia del Ministerio de Cultura como lo es la Orquesta Sinfónica Nacional. Si su quehacer fuera más dinámico y se esforzara por llegar a las provincias y a sectores barriales, “ otro gallo cantaría”. Sin embargo, tiende a enquistarse en los escenarios del Teatro Nacional o de Bellas Artes. Salen de gira, tan de tiempo en tiempo, que resulta indignante; dado que se costean con dineros de los contribuyentes.
Pero esa Orquesta del Estado no carga con toda la responsabilidad de su desperdicio, puesto que nadie se ha molestado en mandarla a hacer lo contrario.
Como pasa muchas veces en la historia, sin esperarlo, aparece alguien con una iniciativa luminosa. Y eso es lo que acaba de suceder con el alcalde de Santo Domingo Este, Dió Astacio. Ese político, de factura inusual, ha creado una “fuerza de choque cultural” al constituir la primera “Orquesta Sinfónica Municipal”. El hombre llevará el remedio al hábitat del ciudadano.
Esas avanzadas de las bellas artes son antiguas, aunque aquí se ignoren o incluso se sabotean. Con ellas, los jóvenes pueden observar otros modelos de identidad- diferente a los estrafalarios cantantes que manoteando sus genitales describen sus obsesiones sexuales; se nutrirán de figuras ajenas a pandilleros y a narcotraficantes.
En la plazoleta del barrio, se acomodarán muchachos como ellos sosteniendo violines y tecleando en el piano; y los oídos de mozalbetes y adultos experimentaran, quizás por primera vez, melodías armónicas que despertaran otras vocaciones y aliviaran sus psiquis traumatizadas.
La elección del director de la Sinfónica Municipal no pudo ser más inteligente. El maestro Dante Cucurullo, de constante labor pedagógica, ha formado generaciones de músicos. Sus méritos con la batuta son hartos conocidos. Es un convencido, igual que muchos de nosotros, de que aquí necesitamos todas las orquestas sinfónicas que podamos tener.
Por mi parte, no tengo dudas: si dispusiéramos de media docena de sinfónicas, una academia de música por cada provincia, y bandas municipales, conseguiríamos mejores resultados que la policía y el ministerio de educación juntos. La buena cultura es un antídoto eficaz contra el deterioro de las costumbres y la ignorancia.
Un alcalde con visión y un extraordinario director de orquesta, contribuirán, no quepa la menor duda, con la educación y la tranquilidad de la gente de Santo Domingo Este. ¿De dónde salió ese alcalde?