En el Capítulo 24, versículos 44-48 del Evangelio según San Lucas se lee: “Lo ocurrido confirma las palabras que os dije cuando todavía estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Entonces, abrió sus mentes para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Está escrito que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas”.[1]
De esa manera concluye la Semana Mayor o Semana Santa para muchos seguidores de Jesús, que inicia con el Domingo de Ramos, continúa con el apresamiento, juicio, pasión y muerte para terminar con la Resurrección.
Una semana de muchas emociones para los creyentes que la asumen como tal, donde la esencia de la vida de Jesús, el Cristo, el Nazareno, el Crucificado y en su Resurrección nos deja la Esperanza de que es posible un cielo y una tierra nuevos. ¿Y eso qué significa en la vida de Jesús y en nuestras propias vidas?
En el libro Jesús, aproximación histórica de Pagoda[2], en el capítulo 4, titulado Profeta del Reino de Dios, se dice: Jesús deja el desierto, cruza el río Jordán y entra de nuevo en la tierra que Dios había regalado a su pueblo. Es en torno al año 28 y Jesús tiene unos treinta y dos años. No se dirige a Jerusalén ni se queda en Judea. Marcha directamente a Galilea. Lleva fuego en su corazón. Necesita anunciar a aquellas pobres gentes una noticia que le quema por dentro: Dios viene ya a liberar a su pueblo de tanto sufrimiento y opresión. Sabe muy bien lo que quiere: pondrá “fuego” en la tierra anunciando la irrupción del reino de Dios”.
Jesús de esa manera se define a sí mismo como profeta itinerante, portador de la buena nueva, cuyo mensaje debe irradiar a todos los confines.
Lo dicho por Pagoda se inspira en el texto bíblico del Evangelio según San Lucas, en el capítulo 12, versículo 49: Jesus ante su Pasión. “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, ¡y cuánto desearía que ya hubiera prendido!”. Es un texto fuerte que invita a asumir con radicalidad, entereza y pasión la misión de ser luz del mundo y sal de la tierra.
¿Cómo vivir la invitación de Jesús el Cristo, el Nazareno, el Crucificado y posteriormente vencedor de la muerte, el Resucitado, en un mundo como el de hoy en que día a día perdemos el sentido del Otro y con ello la capacidad de asombro ante tanta violencia, injusticias e inequidades, asumiendo como principio fundamental la solidaridad? ¿Será posible construir una humanidad centrada en el amor y la compasión frente a toda forma de vida, cuando el individualismo reinante nos arropa y nos hace ciegos e indiferentes al sufrimiento de quien tiene hambre y sed de justicia? ¿Qué habrá de suceder para que nos despojemos de tantos egoísmos e individualismos? ¿Qué deberá acontecer para recuperar nuestro ser social intrínseco que le da sentido a nuestras vidas? ¿Será posible allanar el camino hacia una sociedad en que impere el decoro, la honestidad y la seriedad cuando los líderes sociales, aquellos que deberían constituirse en paradigmas o modelos de comportamientos no hacen otra cosa que anteponer sus intereses personales y sectoriales a lo que son los intereses de todos por el bien común? ¿Cómo no entender que los jóvenes de 12 años de nuestras escuelas en los dos estudios sobre educación cívica y ciudadanía prefieran la dictadura a la democracia si esto supusiese el orden social y el bienestar colectivo?
No se necesita ser creyente para asumir estos principios como estandarte y proyecto de vida, basta con ser un ser humano sensible, consciente y comprometido con el bienestar colectivo. Aquellos que nos decimos seguidores de Cristo estamos en el deber de mantener la llama de su palabra, que es palabra de compromiso y vida, de servidor permanente por la causa de los más desvalidos. Él, dirigiendo la mirada a sus discípulos, dijo: Dichosos los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Dichosos los que lloráis ahora, porque reiréis. Dichosos seréis cuando la gente os odie, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataron sus antepasados a los profetas”. (Lucas 6: 20-23).
En la entrega para esta misma época del año 2021, y que titulamos Vivir la espiritualidad de Jesús hoy, un reto muy grande para quienes nos llamamos cristianos, tomamos del libro de Albert Nolan Jesús hoy, una espiritualidad de libertad radical, un texto que se mantiene vigente:
“Aún en el mismo momento de su muerte, Jesús, el Cristo, el Ungido, el hombre e hijo de Dios por mediación a María, no culpó ni echó en cara a nadie de su situación. No buscó chivos expiatorios. No acusó a nadie en particular, si a las estructuras políticas y sociales en las cuales prevalecían, como hoy prevalecen el odio y el egoísmo, la hipocresía, la injusticia, la negación de la vida. Asumió su tortura, crucifixión y muerte, como camino de redención. No hay dudas de que la espiritualidad que nos deja tiene que ver con la forma cómo nos relacionamos con las otras personas, con el modo en que amamos al prójimo, que será la expresión misma de nuestra relación con Dios.”[3]
En nuestro contexto, Marcos Villamán diría, se trata de “trastocar las lógicas y empujar los límites”. Y es que para Villamán “la política como la educación, en su sentido más amplio posible, cuando ellas se orientan a la construcción del Bienestar Común, único horizonte que les aporta fundamento ético y legitimación como acción humana, es una apuesta a que el futuro es humanamente construible. Y que es construible como una realidad superior al presente en términos del bienestar de las colectividades. Es decir, la política, seriamente asumida, es lucha por la construcción de “vida buena” para todos y todas.”[4]
¿Cuáles lógicas debemos ser capaces de cambiar y cuáles límites, al mismo tiempo, debemos empujar? El llamado está hecho, el que tiene oídos para oír que oiga… el que tiene el deseo y la motivación para actuar, que actúe.
[1] Evangelio según San Lucas 24, 44-47. Biblia de Jerusalén. Editorial Desclée de Brower, S.A. 5ta. Edición, 2018.
[2] Pagoda, J. (2007). Jesús, aproximación histórica. Editorial y Distribuidora, SA. 8ª edición. Madrid.
[3] Nolan, A. (2007). Jesús, hoy: una espiritualidad de libertad radical. 2ª edición. Editorial Sal Terrae. Santander.
[4] Villamán, M. (2003). Trastocar las lógicas y empujar los límites. Democracia, ciudadanía y equidad. Instituto Tecnológico de Santo Domingo. República Dominicana.