Desde la pandemia, y posterior a ella, hemos planteado recurrentemente que la salud mental, que afecta a los ciudadanos del mundo, es un tema cardinal. Nadie niega que el aislamiento social prologando ha causado afectación a nivel emocional de los seres humanos.

De todas las enfermedades que afectan a las personas, la mental es una de las más complejas, por tratarse de aspectos relacionados con la emocionalidad de los sujetos sociales, muy especialmente, con la psicología y la psiquiatría.

En muchos de nuestros países la acción preventiva a nivel de salud, en términos generales, es casi nula. Sin embargo, si tomamos la salud mental como especificidad, la cosa es aún peor. Los que hemos vivido, estudiado y observado en países desarrollados, nos daremos cuenta que estas naciones, usadas como modelo, no están muy lejos de la realidad de las naciones subdesarrolladas. Hay países no desarrollados, cuyos sistemas de salud superan a las grandes naciones del llamado primer mundo.

Nuestras naciones están obligadas a redefinir sus modelos de salud pública y a invertir en la calidad de vida de sus ciudadanos. En este sentido, los sistemas de salud están en el deber de evitar las enfermedades de su población.