Mientras los responsables de las decisiones no acepten esta realidad, el gran salto que debería -y puede- dar el sistema de salud dominicano se quedará en el deseo de quienes hemos empleado la mayor parte de nuestra vida en impulsarlo.

Planteo estas reflexiones desde la perspectiva de mis 35 años de inserción en el sistema público de salud de nuestro país, prácticamente en todos los niveles que este posee, tanto desde el ámbito de la asistencia, como de la prevención, y de las tareas administrativas en el estamento central del ente rector. A lo largo de ese tiempo también hice varias consultorías públicas y privadas, todas orientadas a la atención, la planificación y el monitoreo dentro del sector salud.

Hago ese breve recuento curricular no como un acto de jactancia, sino para hacer constar que lo expresado aquí está basado en experiencias vividas dentro del sistema.

En los últimos días ha surgido un tema en los medios y es el de una facilidad de crédito, blando (específicamente RD$2,000,000), dirigido a los establecimientos privados de salud, para construcción, remodelación y equipamiento de estos.

Muy bien. Nunca me he opuesto al apoyo que el estado pueda dar a los emprendedores privados de salud, a fin de que estos brinden un mejor servicio a sus pacientes y, por qué no, aumenten los beneficios de su gestión comercial ¿O acaso no estamos en una sociedad capitalista, de mercado? Además apuesta al hecho de que la competencia (leal) entre los proveedores beneficia siempre al usuario.

Pero ¿Debe esa acción estar ubicada dentro de las prioridades del gasto público en salud por parte del gobierno? Por otro lado ¿Es éticamente correcto que el gobierno tome esta medida cuando más de uno de sus funcionarios es inversionista importante en establecimientos privados de salud?

Lamentablemente, las voces que se han levantado para criticar la medida caen en el error secular de afirmar que esos recursos deberían ir a los hospitales, sobre todo los del tercer nivel de atención y enumeran las carencias de estos.

Esas voces no están del todo equivocadas, porque sí, los grandes hospitales necesitan apoyo económico, pero si a mí me pidieran elaborar una lista con las tres prioridades que debería tener el gasto público en salud, sin vacilar, pondría como receptora principal del gasto la estrategia de atención primaria (Alma Ata, 1978), en segundo lugar, el primer nivel de atención, y en tercer lugar los hospitales del segundo y tercer nivel.

El pecado original y recurrente en el financiamiento del sector salud ha sido la mala calidad del gasto y no su cuantía, esto es lo que mantiene empantanado el sistema de salud, aunque haya hecho florecer los establecimientos de relumbrón.

Ahí está el meollo del asunto. Algunos de los principales actores del sector han exigido, insistentemente, más recursos para los hospitales y los médicos que laboran en ellos, mientras la mayoría se opone a que se establezca el primer nivel de atención como puerta de entrada al sistema, como establece la ley 42-01. El bloque CMD-sociedades especializadas se ha encargado de que eso no ocurra, no por razones entendibles, sustentadas teóricamente, sino por motivos pecuniarios.

En fin, el mejor y mayor rédito que puede dar la inversión en salud está precisamente en el nicho que menos recursos requiere para lograr su optimización: el primer nivel de atención, principal responsable de aplicar la estrategia de atención primaria. Eso ha probado estar fuera de discusión como buena práctica en experiencias de otros países.

Mientras los responsables de las decisiones no acepten esta realidad, el gran salto que debería -y puede- dar el sistema de salud dominicano se quedará en el deseo de quienes hemos empleado la mayor parte de nuestra vida en impulsarlo.