Iba a que nuestro equipo ganaba. Sin embargo, no tenía cómo demostrarlo. No tenía idea de lo que iba a lanzar el pitcher en ese momento. Lo cierto es que los Tampa Bays la sacaron del parque en una noche que fue notoria.
“A uno le pasan cosas misteriosas”, le digo a alguien. Se reúne toda esta gente para irle a este otro equipo, y de buenas a primera reciben una paliza. Sería bueno cronometrarla para el Sporting News.
En otros años, recibía quien esto escribe ese periódico desde Baltimore, una hazaña de los envíos del correo. El asunto del envío no tiene nada que ver con UPS. Lo cierto es que uno tenía información: ahora podría decir alguien, está todo en la web. La sabermetría te da la opción de saber lo que podría hacer este pitcher antes de que el agua caiga. Curvas, rectas, sliders, splitfinger fast ball, todo en un paquete para disección de cada minuto.
Cayó tanta agua ese día en Santo Domingo que la gente se entusiasmó pensando en que le pusieran nombre de huracán a toda esta lluvia. Meteorología había dicho que eran cuatro días de agua. La gente se preparó, no tanto como en otras islas del área –Puerto Rico, Antigua, Guadalupe, Martinica, Nevis, Barbuda–, que no es cierto que recibieron tanto embate de las lluvias.
Tengo un plan claro: si el juego no tiene un buen picheo puede dejarse al lindero nefasto de los cambios en el control. Sin embargo, uno piensa que todo resultará a eso de las nueve de la noche.
La gente de Tampa celebró, como aquí la gente se ponía las sombrillas y los paraguas. Me preguntaron: ¿a qué equipo le vas? Le contesté que no sabía y ya eran las dos de la tarde, algo imposible.
En los ochentas, cuando me llegaba el periódico este estaba en buen estado. En una de las páginas se narraba la cáustica historia de que Akeen Olajuwon era un intimidador. Lo decía así mismo en el titular el gran periódico de deportes de los ochentas. En esos días, Akeen demostró que no solo era esto sino también un gran encestador bajo presión.
El periódico tenía otras noticias que uno no recuerda, pero se entiende toda la ciencia de las estadísticas que entonces reinaban en las Grandes Ligas. Los numeritos sirvieron para diseñar todos los motivos a mano, para comprender lo que podría ser un juego.
Con los años, todo esto de los números se refinó a tal punto que ahora tenemos estadísticas para casi todo, aunque faltan: cuántos fanáticos comen hot dogs en el estadio, algo que elucubraba George Steinbreiner. Lo cierto es que se llega a una comprensión global del Cosmos, cuando te diriges al estadio, cuando miras lo que ocurre frente a ti, como aquella noche de Rolando Blackman o la tarde en que Michael Cooper no fallaba uno de tres.
Está claro también que hay empresas muy viejas en las que los mercadólogos diseccionan todo este tipo de datos. En el Sporting News tenían claro lo que decían sobre las estrellas del momento. Son crónicas coleccionables las que se hicieron sobre jugadores que marcaron la década: Bird o Magic, por ejemplo. Uno piensa que estas crónicas las vemos todos los días en la web, pero antes era otra cosa. El sentimiento es que a la realidad solo la salva un juego lento, prístino y de grandes lanzamientos.