La rivalidad es una característica añeja de la política dominicana y es usual que surjan de lo fue alguna vez y parecía un nudo irrompible. Es y ha sido siempre así. La más costosa de todas las que hoy todavía gravita sobre el panorama nacional se dio en el inicio mismo del más prolongado poder de un partido posterior al dominio del liderazgo de Joaquín Balaguer, ocho veces presidente de la República.

Me refiero, por supuesto, a la rivalidad que el ejercicio del poder le trajo al Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Rivalidad que nació dos días después de la ascensión de Leonel Fernández al poder a mediados de agosto de 1996 y que Balaguer, con su amplio conocimiento de la naturaleza humana, abonó con una breve pregunta y una sonrisa sardónica, sentado en su sillón de cuero, en la pequeña sala contigua a su dormitorio de su residencia en la Máximo Gómez.

Fui testigo presidencial de ese momento histórico. Al día siguiente de su juramentación, Fernández hizo una visita protocolar a Balaguer. Yo le acompañé, en mi condición de vocero presidencial. Solo otras dos personas entraron a la reunión. Tras el saludo formal y un breve intercambio de saludos, Balaguer preguntó por Danilo Medina: “¿Y el estratega, no lo trajo?”

Perplejo, Fernández no respondió, pero era obvia la intención del expresidente que, totalmente ciego y enfermo, no abandonaba su pretensión de regresar al poder pese a su avanzada edad y sus débiles condiciones físicas. Al regreso al Palacio, Fernández me dijo: “¿Viste que tenía un libro tuyo abierto en su mesita?” Con los años, los hechos en el PLD me han confirmado que la intencionada observación de Balaguer fue el fruto de su convicción de que la lucha por el poder le llegaría al PLD. Veintiséis años después, Fernández, como Balaguer en su tiempo, se cree el único capaz de dirigir a la nación. Lo que no podían ver sus ojos estaban en la mente de Balaguer con toda la claridad que brota de su conocimiento de la ambición humana.