Es más fácil apostar por el Estado que a la lotería, por lo menos en el Estado dominicano, por no decir en toda América latina y demás países, pero tomemos a la República Dominicana como ejemplo.
Desde que tengo uso de razón, he notado "ese afán" de mis amigos por integrarse a un partido político. Los he visto discutir acaloradamente, defendiendo su color o candidato del momento. Muchos, aspiran a una posición o "botella", entiéndase a cobrar sin trabajar.
Los más audaces aspiran a dirigir posiciones en donde sean los directores o encargados del control de una de las grandes corporaciones del Estado. Su interés, no es el que dicen tener, "hacer una buena gestión" ¡No! Su interés es el de desfalcar y hacerse ricos.
Me perdonarán si meto en un mismo saco a todo el mundo, pero, son tan pocos los honestos que hasta de ellos… tenemos nuestras dudas. No voy a traer las estadísticas, no solo porque no las tengo, sino porque tampoco las hay. No he visto a ninguna firma privada elaborar un estudio en donde se desglosen las vidas del "antes y el después" de todos los funcionarios públicos desde la época del Dr. Balaguer 1966.
En realidad, no hace falta demostrar esos hechos ya que solo nos bastaría con ver cómo viven los ex y actuales funcionarios. Cómo se matan por las posiciones, cómo hacen política en pro de llegar o mantenerse en el poder. Pareciera como si en verdad "desean" colaborar por el bienestar de todos.
¿De todos? Vamos a ver cómo estamos. Un país que crece día a día, que los edificios nuevos afloran como yerba mala por "toas" partes, empresas de servicio, centros comerciales y un nivel de vida "exquisito" que sería la envidia de cualquier país del mundo, sin embargo, los pobres también incrementan sus números.
Parecería que la riqueza solo circula en las clases privilegiadas, las cuales están mezcladas indisolublemente entre los políticos y los empresarios. Existe una sociedad, no secreta, ya que esto es un asunto abierto y hasta oficializado por todos, que se turna el mando y se pone de acuerdo en como, cuanto y salto.
Algo así como, una mafia oficial y públicamente establecida. Lo bueno de esta es que si usted quiere participar lo puede hacer. Solo tiene que gritar más duro que los otros, sacar su pecho y estar dispuesto a fajarse con tal de no dejar que otro le quite la silla, sí, porque es como aquel jueguito en donde todos vamos, a ritmo de música, dándoles vueltas a la silla y cuando apagan el sonido…
El pobre, que logró alcanzar la riqueza del Estado, será un nuevo miembro de la burguesía, bueno, eso si antes ha tomado un curso de ética y protocolo y ha "moderado" la gritería, sí, porque hasta la voz les cambia a estos tigres disfrazados de ovejas una vez están revueltos en la "alta sociedad de los millones"…
Ojo, que no debemos confundir aquí los apellidos de "alcurnia", ya que, para alcanzar ese grado, es menester "esperar" varias generaciones en donde la riqueza hurtada del Estado haya quedado allá… en el olvido.
En el olvido vivimos y gracias a este seguiremos siendo un país de mierda, pudiendo ser, en verdad, un país rico y abundante para todos. Con apenas diez millones de habitantes y 47 mil kilómetros cuadrados de riqueza, deberíamos estar a la altura de Suiza o de Taiwán, por solo tomar dos nombres cortos.
La riqueza del estado da para todos, sin embargo, por más de cien años hemos insertado en nuestro ADN un virus de mal hábito que nos ha sostenido en una zozobra estéril y vana. No han sido necesarios un Santana ni un Báez. Ni un Heraux o un Trujillo. Ni Balaguer o Mejía o Fernández o Medina.
Gozamos de apellidos nobles y dignos y, sin embargo, terminamos matándolos o enviándolos al exilio. La riqueza del Estado es maldita y está plagada de sangre y dolor y de una indiferencia que mata de la pena. Nos saca el animal implacable con tal de darle un mordisco al tesoro de la vergüenza.
Por nuestras calles andan ellos, son militares, banqueros, comerciantes, asesinos a sueldo y hasta simples ciudadanos vendiendo sus frutas o amolando cuchillos. Los cazadores de la riqueza a través del estado puede ser usted, su vecino y hasta yo mismo. Solo hay que abrir esa puerta para darnos cuenta…de cuál lado estamos parados. ¡Salud! Mínimo Raquetero