La insurrección popular de 1965 constituye el acontecimiento de masas más importante ocurrido en el país en el presente siglo. Sus proyecciones han marcado la historia dominicana y han impregnado con su sello a todas las clases sociales.

En mi obra “El Gobierno de Bosch, El Triunvirato, la Guerra Civil y la Intervención Norteamericana de 1965” ( pág. 299), ya había expresado los siguientes juicios acerca de ese hecho histórico: “Culminación inevitable de las luchas de masas escenificadas en el país desde 1960, de las luchas partidarias y de la inestabilidad política que estas luchas llevaron consigo, la guerra civil  elevó grandemente la conciencia política de las masas. Se destacaron decenas y decenas de anónimos combatientes al nivel de dirigentes populares. El surgimiento del liderazgo del coronel Caamaño constituyó a su vez un acontecimiento de grandes proyecciones para la supervivencia en ese momento de la dignidad de la nación. Todo eso demostraba que es en el proceso de la lucha de masas donde se forjan, se educan y se reeducan los dirigentes”.

Estos conceptos, hoy, a muchos años de distancia, son reforzados por la reflexión histórica.

Ahora bien, la derrota de la insurrección de 1965 y el reflujo que se enseñoreó sobre el país prepararon las condiciones políticas para el advenimiento del régimen de Balaguer de los doce años. Este gobierno inauguró una nueva etapa de las luchas de clases en la sociedad dominicana.

Este período se caracterizó por rasgos de orden político y económico que modificaron sensiblemente la coyuntura. Algunos de estos rasgos son nuevos, mientras que otros, por el contrario, representan la continuación de la evolución política anterior.

Ante todo, el hecho mismo de que el régimen de Balaguer se haya podido mantener en el poder durante doce años se explica precisamente por esos importantes cambios sobrevenidos después de la guerra civil de 1965. Hay gente que cree que Balaguer se mantuvo gobernando gracias a la represión que caracterizó su régimen. Craso error. La represión no explica por sí solo la estabilidad de dicho gobierno hasta 1975. Otros factores combinados aportan una respuesta más racional a esta interrogante.

En primer lugar, la clase dominante dominicana, para prevenir toda eventualidad de ver renovarse la experiencia del poder popular de 1965, colocó a un lado sus contradicciones, se “unificó” y apoyó en los primeros años el régimen conservador de Balaguer, esto es, se colocó al servicio de los neotrujillistas, fracción hegemónica. En consecuencia, el Estado cohesionado bajo estas condiciones no sufrió fisuras importantes, lo cual no fue el caso entre 1961-1965.

En segundo lugar, la consolidación del Estado y el surgimiento de una capa burocrática sirvió para que la fracción en el poder acumulase un enorme capital económico. Como se sabe, la génesis del capitalismo de Estado en la sociedad dominicana es de orden político. En efecto, fue el derrocamiento de los trujillistas en 1961 lo que permitió que todas las empresas que le pertenecían fueran confiscadas, pasando estas al control del Estado.

En esos años, la existencia de este importante emporio económico (en 1962, el 51% del capital invertido en el país era controlado por el Estado) tuvo repercusiones importantes al nivel de las luchas entre las diversas fracciones políticas. Ciertamente, el grupo que controlara el gobierno  administraba por este mismo hecho las principales empresas y decidía el destino de la economía dominicana, pudiéndose afirmar que la lucha entre las fracciones políticas después de Trujillo ha sido la historia del forcejeo entre estas por el control de esta inmensa riqueza confiscada, como fuente de acumulación.

En consecuencia, la existencia del capitalismo de Estado dio nacimiento durante los doce años a potentes fortunas privadas (casi en su mayoría ligadas a la fracción neotrujillista). La concentración de grandes capitales sobre la base del usufructo del capital estatal, del fraude fiscal y de la corrupción en todas sus manifestaciones fue impresionante. Esto formó la base material de los “nuevos ricos” de la década del 1970.

En tercer lugar, otro de los rasgos que caracterizan la sociedad dominicana a partir de la derrota de la Revolución de Abril es la acentuación del dominio neocolonial. Esta acentuación confirma la tesis según la cual a cada derrota del movimiento de masas corresponde un reforzamiento de la dominación de las clases superiores. En la historia tenemos innumerables casos que confirman esta tesis. Francia en 1861, la derrota de la Comuna de París, el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende en 1973, son algunos entre muchos ejemplos.

En efecto, a partir de 1966 el flujo de capitales invertidos en nuestro país ha ido creciendo paulatinamente. En sus inicios, el propio capitalismo dominicano se desarrolló “salvajemente”. Mas luego la regulación estatal se ha ideo imponiendo. Esto corrió parejo al reforzamiento de la ayuda militar por parte de los Estados Unidos.

Y, en cuarto lugar, tenemos el problema de la represión. Los tres factores arriba enunciados no hubieran podido desarrollarse sin la coerción. En efecto, existe una relación estrecha entre la derrota de la Revolución de Abril y el reflujo del movimiento de masas, el cual se prolongó durante muchos años. Las principales organizaciones sindicales fueron, si no liquidadas, por lo menos duramente combatidas, las fuerzas políticas revolucionarias se dividieron y algunas de ellas escogieron el erróneo camino del aventurerismo, una represión sangrienta se cernió sobre las masas, centenares de revolucionarios fueron asesinados y otros miles cayeron en prisión. La inmigración hacia los Estados Unidos tomó una amplitud sin precedentes en la historia y un gran número de esos inmigrantes eran en verdad combatientes constitucionalistas que escogían el exilio para escapar a la represión.

Resultado de esos factores, durante los primeros años del régimen de Balaguer la vida política se redujo a la lucha por la supervivencia del movimiento democrático, incluido el propio PRD, partido político que fue arrinconado, aislado y reprimido mientras los neotrujillistas en el poder se aliaron a los “cívicos” (sus enemigos de 1961-1962) para ampliar su base social de poder.

Al mismo tiempo, el aparato del Estado se reforzó. Las Fuerzas Armadas fueron cohesionadas, los servicios de inteligencia se perfeccionaron, los tribunales civiles cayeron bajo la dependencia completa del gobierno y los resortes del propio poder se centralizaron a un grado jamás conocido desde la ejecución física de Trujillo.

Los efectos negativos de la derrota de la Revolución de 1965 se prolongaron hasta 1975. O sea, en diez años la vorágine de la marea conservadora ahogó todo el panorama político y social dominicano.

En 1978 esa marea fue detenida por el dique construido por el pueblo en las calles. El PRD gobernó durante 8 años. Sin embargo, producto de las circunstancias, el retroceso político se impuso. Los conservadores, con Balaguer a la cabeza, volvieron a gobernar. Se produjo la crisis política del 1994 y en el 1996 un grupo emergente, el PLD, con el apoyo del Partido Reformista, se impuso y gobernó por 4 años. En el 2000 el PRD retornó al gobierno después de 14 años fuera del poder. Pero en el 2004 comenzó el verdadero ciclo del PLD que gobernó hasta el 2020, creando una clientela inmensa, donde la corrupción y la impunidad reinaron sin cortapisas. Las positivas enseñanzas de Juan Bosch, el fundador del PLD, fueron pronto olvidadas.

Es así que se origina una nueva coyuntura, una marea humana se adueñó de las calles y catapultó al poder al PRM, fruto de una división del viejo partido del jacho, que había ya perdido su encanto en el seno de las masas.

Y es ahora el PRM que porta la antorcha del proceso y del cambio Sus dirigentes, la mayoría de los cuales provienen del viejo PRD, aleccionados por las experiencias pasadas, tienen todas las condiciones para trazar un sendero diferente, evitar las disputas estériles internas y producir una verdadera transformación en la conducción de las políticas públicas.

La opinión pública está atenta y vigilante, observando pacientemente la coyuntura actual para sacar sus propias conclusiones en el veredicto que debe rendir en el 2024 otorgando o no un nuevo mandato al PRM.

La Revolución de Abril: una epopeya, una hazaña, cuyas experiencias no debemos olvidar y que nos deja un claro mensaje sobre la importancia de la unidad popular, de la necesidad de preservar la democracia, avanzar hacia una verdadera separación de poderes y el respeto a la Constitución.

(Este texto fue escrito el 16 de abril del 1988 y se le introdujeron algunos cambios para adaptarlo al 2023)