Cuando se inició la Revolución de Abril en el 1965, hace 57 años, tenía 18 y me movía desorientado entre el PRD, 14 de junio y MPD. Reuniones políticas con gente que nunca había visto, metido en frecuentes movilizaciones y protestas callejeras repitiendo lo que otros decían y las tradicionales reuniones en el parque San Miguel viendo las chicas que paseaban a su alrededor mirando a los chicos que les gustaban.

Así pasaron los meses previos a la revolución y me envolví en la política como lo hacía toda la juventud de entonces, sin ninguna claridad ideológica.

Cuando todo comenzó, me fui con unos amigos a las calles de Ciudad Nueva y a la Zona Colonial, más como espectador que como combatiente. En los primeros días de la guerra, varios civiles y militares constitucionalistas querían tomar el control de la fortaleza Ozama. La ciudad era un hervidero y el patriotismo brotaba en cada hombre y mujer que decidió unirse a la revolución.

Yo aun estaba en el limbo.

Después de muchos combates y tiros por doquier, de repente un tanque abrió un hueco en la pared de la fortaleza y cientos de personas comenzaron a entrar, algunas armadas y otras a mano pela. Había miles de armas en ese recinto.

Oímos el estruendo en la 19 de marzo, corrimos hacia el lugar y entramos a la fortaleza que había sido prácticamente saqueada. De repente uno de nuestros amigos del barrio nos gritó “vengan que aquí hay armas”

Efectivamente, salimos corriendo a donde él estaba y en una especie de mueble incrustado a la pared aparecieron varios tipos de armas. Así terminé con una ametralladora FAL en las manos, que no tenía ni ida de como manejarla.

Volvimos al barrio San Miguel donde vivía, y a mi madre le dio un ataque de nervios cuando vio el arma. Le dije que iba a devolverla al día siguiente.

Pero el destino y un amigo lo cambio todo. Él era un miembro del MPD y me dijo “vamos para la Escuela Argentina que se están formando un comando”

Entré a la escuela con mi fusil sin tener idea de quienes eran los que formaban el comando, aunque unos días después supe de qué se trataba. El comando estaba dirigido por miembros del MPD encabezado por Maximiliano Gómez (El Moreno) y Otto Morales.

Así me integre a la Revolución de Abril del 1965, pero sin darme cuenta de que estaba entrando a un recinto militar con una estricta disciplina y un intenso adoctrinamiento político.

De repente mi vida cambió totalmente porque me encontré prácticamente encarcelado en una unidad de combate que no permitía libertades burguesas ni figureos callejeros.

Me pasaba 16 horas diarias entre ejercicios militares, enseñanza política y estrategias de combate. Terminé comiendo y durmiendo en una de las aulas de la escuela.

En una ocasión el Moreno me dijo: “Dile a tu mamá que no te traiga comida y come lo que hacemos aquí, eso te dará más fortaleza revolucionaria”. Y le respondí: “la comida la reparto entre varios porque me traen mucha”. Él solamente se rió.

Terminé yendo a mi casa solo los domingos porque mi familia emigró a San Pedro de Macorís, pero mi mamá nunca me abandonó y seguía llevándome comida al comando. Su muchachito no podía pasar hambre cuando lo podían matar en cualquier momento.

En los primeros meses, todo fue tranquilo, la misma rutina diaria, sin acción y sin disparos salvo de práctica. Nunca supe lo que era la Calle el Conde o lo que pasaba en otras zonas controlada por los constitucionalistas. Apenas nos llegaban noticias esporádicas de lo que sucedió en el Hotel Matun o en San Francisco de Macorís.

Pero llegó el día clave. Era la noche del 15 de junio y los ataques comenzaron. En el norte de la ciudad los comandos comenzaron a dispersarse y a huir hacia la Mella y más abajo.

Entre el 15 y el 17 de junio debieron caer más de mil monteros en la Escuela Argentina y sus alrededores. Entonces nos apertrechamos en las ruinas de San Francisco y rodeamos la escuela. Llegaron los Hombres Rana para reforzarnos y durante tres días sin dormir, mi FAL no paró se sonar.

Logramos detener el avance de las tropas en la avenida Mella y evitamos que controlaran la zona de bancos y las aduanas, donde muchos de mis compañeros cayeron en combate. Ahí todo terminó.

Después, comenzaron las negociaciones y acuerdos para terminar la revuelta hasta septiembre, cuando entregué mi arma y regresé vivo a la casa, pero hecho otra persona.

Aun llevo en la memoria esos tres días de terror porque el miedo me invadió hasta la médula y dejé de pensar. Simplemente, lo olvidé todo excepto que estaba a punto de caer junto a mis compañeros.

Hoy pienso que Dios me protegió porque en aquel entonces Dios no existía para mí, pero yo si para Él.