¿Qué es la confianza? Este término puede referir a varias cosas. Por ejemplo, la seguridad en uno mismo, la esperanza de que algo se desarrolle conforme a nuestras expectativas, o la familiaridad que tenemos en el trato con alguien. Como tal, es un sustantivo que deriva del verbo confiar. La confianza es una cualidad de gran valor en todos los ámbitos de la actividad humana. Es fundamental en la escuela, el trabajo, los negocios, así como en el medio empresarial, comercial, artístico o académico.
Asimismo, confianza también se llama la esperanza o fe de que algo suceda conforme imaginamos, o que alguien se comporte o actúe de acuerdo con lo que esperamos. La confianza, pues, vendría a ser la hipótesis que nos formulamos sobre la conducta futura de algo que no depende de nosotros. En este sentido, la confianza borra la incertidumbre. Y dependiendo del grado de correspondencia de lo que acontece con lo que esperábamos, nuestra confianza se fortalecerá o debilitará.
Precisamente ahí es que quiero detenerme para referirme a la trágica y sentida muerte de Orlando Jorge Mera, ministro de Medioambiente y Recursos Naturales del gobierno dominicano de quien todos coinciden en reconocer su don de gente, y ser una persona poco dada a las controversias, de trato agradable y amoroso para con los suyos y de quien incluso sus rivales políticos han tenido expresiones de pesar por ese deplorable asesinato.
A Orlando Jorge Mera no lo asesinó cualquiera, no fue un empleado suyo, una persona socia en un negocio, o un servicio de su casa que podrían definirse también como personas que reciben algún tipo de confianza. Pues no, a Orlando lo asesinó vilmente, una persona que creció y fue a la escuela junto con él. Una persona amiga de la familia e hijo de amigos de la familia. Una persona en la que la familia y el propio Orlando tenían fe de que siempre se comportaría o actuaria conforme con lo que se esperaba, por tanto, no había incertidumbres.
Eso es lo que hace este hecho abominable terriblemente triste y que nos fuerza a evaluarlo para extraer del mismo lecturas aleccionadoras.
En primer lugar, el ser humano que asesinaron que ya por si es terrible, no era cualquier persona, era un dignatario del gobierno dominicano. Que no fue asesinado en la calle o en algún acto social. No fue así. Al ministro Orlando Jorge Mera lo mataron en su despacho del ministerio de Medioambiente, en un espacio que simboliza el poder, un estamento del poder del Estado dominicano.
La culpabilidad de este asesinato recae en la institucionalidad que está representada, en este caso, por el equipo de la seguridad del ministro, no porque necesariamente fueran cómplices del asesino o se hubiesen asociado al asesino. Sino por la inobservancia de los protocolos de seguridad, lo que pone en duda la profesionalidad y la listeza que debería tener este personal, perteneciente al departamento especializado de protección de dignatarios. Que sabe muy bien que la seguridad no liga con confianza.
A algunos políticos no les gusta, por lo general, el uso de los dispositivos de seguridad para, entre otras cosas, no erigir una muralla entre ellos y el pueblo. Sin embargo, la protección es al dignatario, al funcionario y debe prevalecer. A lo mejor, observar una mayor discreción, pero nunca relajar los protocolos de seguridad.
El equipo de protección de un dignatario nunca deberá preguntar al dignatario que protege, si necesita o requiere protección, tiene que brindarle protección y seguridad, ese es su trabajo, lo que conlleva tomar todas las previsiones necesarias. Por eso, estos equipos humanos son profesionales experimentados en sus distintas disciplinas y en este tipo de actividad.
Tomemos por ejemplo el caso de los Estados Unidos. El presidente Joseph Robinette Biden Jr. (Joe Biden) puede llamar a cualquier legislador, a un funcionario, a un amigo cualquiera o a un familiar para invitarlo a la casa de gobierno, a la Casa Blanca.
El oficial que recibe a ese invitado, lo primero que le va a preguntar es si porta armas. Y aunque la o el invitado diga que no, es muy probable que el oficial le comunique: yo le creo señor, pero es mi deber confirmarlo. ¡Así de simple! Ni al presidente Biden, ni a nadie se le va a ocurrir violar ese protocolo.
Aquí en el patio, también nuestro presidente Luis Abinader se reúne con muchísimas personas de confianza constantemente, como cualquier presidente de cualquier Estado-nación. Pero a nadie se le va a ocurrir llegar hasta el presidente portando un arma, a menos que sea alguien de su propia seguridad.
Pero, mucho menos, a este personal de seguridad, se le va a ocurrir dejar acercarse hasta el ciudadano presidente de la República a una persona, cualquiera que sea, sin haber sido cacheada y/o revisada por algún medio mecánico.
Particularmente en el caso que nos ocupa, conozco personalmente al oficial director de la seguridad de ese ministerio, el coronel ERD Wascal A. Montilla Almánzar, DEM quien es a la vez el director de la prestigiosa Academia militar, Batalla de las Carreras y subdirector del Servicio Nacional de Protección Ambiental (SENPA). El día de la desgracia por coincidencia estaba fuera del ministerio cumpliendo asignaciones del extinto ministro.
Sin embargo, los errores cometidos por el personal, son de imberbes o podrían ser como se le dice en el argot militar: una guardia viejada, las cuales son estratagemas utilizadas por los militares dominicanos de experiencias para salir de ciertas situaciones y se emplean muchas veces también para estar en la gracia de los jefes aun violando preceptos protocolares.
Aquí por múltiples factores obvios no se ha reflexionado aun suficiente en este magnicidio para extraer importantes lecturas, de este terrible y trascendental suceso que se convierte en un gran desafío para la institucionalidad dominicana, que ya le dio la vuelta al mundo y del cual la prensa internacional se hizo eco, desde América hasta Europa. Lo que se puede constatar en medios como, BBC Mundo de Reino Unido, El País, de España, El Miami Herald, Europa Press, Telemundo, CNN, AP y AFP.
Pero en verdad, pienso que deberíamos poner todos desde ya las barbas en remojo y empezar a preocuparnos por el desorden institucional que hay en la República Dominicana un país donde na’ e’ na’ y to’ e’ to’. Si no se hace nada para rescatar la institucionalidad que se ha ido perdiendo, podríamos estar asistiendo en poco tiempo al comienzo de situaciones terribles y un aumento progresivo de los actos delictivos, capaces de poner en peligro la misma seguridad nacional, porque fue a un ministro de Estado que mataron, a un elemento institucional del Estado.
No podemos seguir con esa informalidad característica que se ha construido. Con ese relajamiento de la rigurosidad de los protocolos. Ni con el populismo y la chabacanería institucional que atentan contra el ordenamiento institucional funcional de la sociedad en cualquier Estado.
Encima de ese relajamiento protocolar la sociedad se comporta de una manera violenta lo que se refleja en los hogares. En el esposo con la esposa o con los hijos. En la calle ni se diga. Son muchísimas las veces que, hemos reaccionados alarmados cuando por un simple roce de vehículos un ciudadano cualquiera, la emprende a batazos y hasta a balazos a otro.
Ejemplos sobran de esposos que matan a sus esposas o madres que hasta queman las manos de sus hijos en supuestos castigos. Algo demencial y hasta cierto punto distópico. Pero igual, nos rasgamos las vestiduras cuando agentes de seguridad, principalmente policías se ven envueltos en ilegalidades en el bajo mundo y que sin observar ningún protocolo les entran a balazos muchas veces a los mismos ciudadanos que juraron proteger. Es un desprecio total por la vida humana, la decencia, el honor y por la vida institucional.
Siendo que, donde verdaderamente deberíamos alarmarnos y empeñarnos todos es en la necesidad de recuperar el honor, la decencia, el respeto por la vida, y la funcionalidad de las instituciones de nuestra sociedad. Recuperar el respeto de nuestras instituciones.
Esa falta de respeto al orden institucional, esa vagabundería, ese populismo institucional en que hemos caídos como sociedad fue quien terminó asesinando al ministro Orlando Jorge Mera. Porque en ese momento él estaba cumpliendo con la función institucional para la cual fue nombrado, no permitiendo ilegalidades, ni contubernios, ni tráfico de influencia.
Pero la chabacanería institucional no le podía dar protección al ministro Orlando Jorge Mera en ese momento porque precisamente para eso había corrompido la institucionalidad del propio Estado. Lo que se puso de manifiesto en la violación de todos los protocolos de seguridad, con la flaqueza y la falta de cumplimiento de estos frente a su gran amigo. Lo que terminó arrebatándole la vida a un hombre joven, decente y de bien como Orlandito.
Ojalá y con la muerte de Orlando Jorge Mera empecemos a construir experiencias para recuperar la institucionalidad y así evitar la repetición de otros hechos similares a este.