Desde el punto de vista de la historia crítica no tienen cabida héroes favoritos por caprichos o rindiendo culto a la espontaneidad, son las circunstancias políticas, económicas y sociales que determinan la función del individuo en el ámbito de la historia. En nuestro medio el generalísimo Gaspar Polanco ha sido sentenciado a un destierro histórico perpetuo, penado de modo severo con el despojo de su heroicidad por ordenar en un momento crucial de la Guerra Restauradora el fusilamiento de Pepillo Salcedo, imputado de connivencia con el enemigo. Este grave cargo contra Salcedo ha sido desestimado por la historiografía tradicional que lo ha considerado injusto, aspecto que pretendemos cuestionar en este trabajo.
Perseguimos evaluar el tema al margen de sentimentalismos y sin escudarnos en neutralidades hipócritas, solo rindiendo honor a los testimonios y documentación histórica fehaciente que hemos consultado de modo previo, procurando lo acontecido en realidad brote sin cortapisas de ninguna especie.
Fernand Braudel célebre historiador francés de la escuela de los Annales, admitía no se podía negar lo individual en la historia pero tampoco sobrepasarlo. Refiriéndose al concepto que sitúa el papel del hombre en la historia, agregaba: “No, la historia también hace a los hombres y modela su destino: la historia anónima, profunda y con frecuencia silenciosa, cuyo incierto pero inmenso campo se impone […] (Fernand Braudel. La historia y las ciencias sociales. Alianza Editorial. Tercera edición. Madrid, 1995. pp. 26-27). Estimo con Braudel que la historia debe definir como ocurrieron los acontecimientos que hacemos referencia. La verdad siempre es revolucionaria.
Gaspar Polanco guerrero forjado en las luchas contra los vecinos insulares, ascendió a general por su valor y pericia en los campos de batallas, que era el escalafón prioritario en esa época. Se inició en los combates en la batalla de Beler en 1845. Como la mayoría de sus colegas aceptó la anexión a España promovida por Pedro Santana. Cuando se produce el estallido glorioso del 16 de agosto de 1863 en Capotillo tras las victorias en Guayubín y otras localidades del Cibao, los rebeldes reunidos en asamblea deciden escoger un comandante en jefe, el honor correspondió a Gaspar Polanco, en esos momentos críticos era el único general de la antigua República que se había incorporado a la insurrección.
Hubiese querido escogieran a Luperón en calidad de comandante en jefe de las fuerzas rebeldes criollas (el más prominente continuador de Duarte), pero en esos instantes este era un joven revolucionario emergente. En la fracasada revolución de febrero de ese año, por su enorme valor fue designado brigadier en el campo de batalla por el general Lucas de Peña, jefe de la frustrada rebelión. Santiago Rodríguez se presenta como héroe máximo, en realidad no era general de la antigua República, sino alcalde de Sabaneta que hizo muy buen papel en la susodicha revolución de febrero de 1863 y tras el estallido de la nueva guerra fue investido como general.
Gaspar Polanco participó activamente en los momentos cumbres de la Guerra Restauradora, encargado de la jefatura máxima en los dos instantes capitales para el triunfo de los dominicanos. La batalla de Santiago del 6 de septiembre de 1863, donde los insurgentes asumieron el control de la segunda ciudad de importancia en la colonia y frustrando el intento de traicionar la revolución en octubre de 1864. Las dos grandes encrucijadas que pudieron sepultar la revolución surgida en Capotillo.
A partir de la soslayada batalla del 6 de septiembre en Santiago, la estrategia de la guerra cambió de modo radical. Para los anexionistas su objetivo central fue recuperar a Santiago sede de la República en armas, mientras los rebeldes se empeñaron en no perder este baluarte. Desde el enfoque de la política de guerra los dominicanos alcanzaron en esos momentos el grado de fuerza beligerante, dejando atrás la estela de simple movimiento guerrillero. La revolución adquirió un nivel de trascendencia que le permitió formar una supraestructura político-jurídica de Estado, clave en los futuros debates sobre el tema en el Congreso hispano.
El segundo aspecto de vital interés fue retomar la ofensiva revolucionaria en octubre de 1864, cuando el enemigo al mando del prepotente general José de la Gándara tras la captura de Montecristi en el mes de mayo tenía todas las posibilidades de doblegar a los criollos, por la actitud muy sospechosa del presidente Pepillo Salcedo.
Aunque se ventile de modo marginal, en esos momentos se debatía la rendición de los dominicanos, como espetó el capitán general Gándara a los comisionados criollos enviados por Salcedo a negociar la paz al campamento colonial de Montecristi. Con la petulancia que le caracterizaba Gándara dejo escrita para la historia su exigencia a los negociadores dominicanos:
“Que yo de ningún modo podía considerarlos de otra manera que como súbditos rebeldes de S. M. la Reina, y que en tal concepto no había medio de tratar ni entrar en arreglo de ninguna especie, sino bajo la base de una sumisión absoluta y el reconocimiento de nuestra autoridad; […] (José de la Gándara. Anexión y guerra de Santo Domingo. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1975. T. II pp. 325-326)
Un Gobierno que se respetara no podía continuar con las negociaciones ante esa propuesta infamante. No obstante, Salcedo insistió en reanudar las conversaciones con Gándara, como denunció Luperón:
[…] el Presidente Salcedo, ya fuese por ignorancia por mala fe, y contra el querer de sus ministros, aceptó las humillantes proposiciones de La Gándara, entrando en comunicación directa con el mencionado General español”. (Gregorio Luperón. Notas autobiográficas y apuntes históricos. Editora El Diario. Santiago, 1939, T. I p. 257).
En medio de la grave crisis fue convocada una asamblea del Estado Mayor de la revolución en Santiago, y se exigió la renuncia de Salcedo, este expresó solo abdicaría si era reemplazado por Báez, este último estaba con el enemigo. El general Rafael Rodríguez, apologista de Salcedo, presente en la asamblea dejó su testimonio para la historia: “Hay que decirlo todo: el gran pecado de Pepillo fue pronunciar el nombre de Báez entre los hombres del 7 de julio, […] (Pedro María Archambault. Historia de la Restauración. Editora Taller. Segunda edición. Santo Domingo, 1981 p. 244). Sí era un pecado mortal, Báez no podía dirigir la revolución porque se integró al enemigo investido con el rango de mariscal de campo. Eso sería poner la iglesia en manos de Lutero.
El muy ilustre historiador Alcides García Lluberes (hijo de José Gabriel García) de modo brillante enjuició estas embarazosas contradicciones en el campo rebelde, estableciendo las circunstancias del momento exigieron el fusilamiento de Pepillo Salcedo, añadiendo:
“Lo que deben lamentar los dominicanos es que su ejército no tuviera la potencia suficiente para repetir el escarmiento hecho con Salcedo, en más palmarios culpados: en Santana y en Báez, por ejemplo, como fulminaron a Agustín Iturbide y a Maximiliano de Austria, en México, las rigurosas tropas del Congreso Regional del Estado de Tamaulipas y del éneo Libertador Benito Juárez, respectivamente”. (Alcides García Lluberes. Duarte y otros temas. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 1971. p. 449).
La firmeza revolucionaria era necesaria ante la pretensión de extinguir el movimiento insurgente, sin embargo la historia clásica ha impuesto el sentimentalismo como aspecto dominante en este aspecto nodal, prefabricando un martirologio con el fusilamiento de Salcedo. Se debe recordar en febrero del año anterior había fracasado otra insurrección, que hoy nadie recuerda.
A 159 años de esos acontecimientos al escrutar la prensa colonial de la época, podemos confirmar el acierto de la asamblea de los rebeldes cuando enfrentó de manera radical la componenda contra la revolución, con la complicidad de Pepillo Salcedo. Conspiración que se frustró porque la prensa y las autoridades coloniales embriagadas de triunfalismo celebraron de antemano la cabildeada rendición de los dominicanos.
Veamos de modo sucinto algunas de las numerosas informaciones de la prensa ministerial jactándose, pronosticando la inminente claudicación de los criollos. La España, de Madrid, en su edición del 23 de julio de 1864, afirmaba que:
“Con referencias a noticias de la Corte dice un periódico que se confirman en el real sitio las que han circulado sobre las esperanzas de que pronto terminará la insurrección de Santo Domingo, y añadiendo que el general Gándara cree que muy en breve dejara pacificado aquel territorio de una manera tan digna para la honra de la nación, como beneficiosa para el país”.
El Diario de la Marina, de La Habana, también se sumó a las celebraciones anticipadas, como lo publicó el 30 de septiembre:
“Parece que suscitándose algunas dudas acerca de si los jefes rebeldes dispuestos a rendir las armas contarían con suficiente influjo para hacer que todos sus subordinados siguieran su ejemplo, dieron aquellos las mayores seguridades de que todos se someterían, pues estaban hartos de guerra, completamente desengañados y faltos de toda clase de recursos, añadiendo que si bien sería posible que alguno que otro díscolo se resistiese a lo que era ya un deseo general, esto tendría poca importancia, pues sería escasísimo el número de sus secuaces”
Mientras el 23 de octubre, El Clamor Público, cuyos editores en Madrid alardeaban de liberales, acotaba que viajeros llegados de las Antillas, revelaban: “Los rebeldes según dichos pasajeros, han hecho proposiciones de paz ofreciendo su sumisión a la Reina, siempre que se les indulte del delito de insurrección”. El Mundo Militar Panorama Universal, en su edición del 25 de octubre, aseguraba: “La cuestión de Santo Domingo se halla próxima a resolverse favorablemente y por sí misma, como siempre presumimos […]
En el mes de noviembre llegó a la metrópoli la información infausta para la jefatura monárquica, indicando los insurrectos habían cambiado su Gobierno de modo radical y ya no habría rendición. El Lloyd Español, de Barcelona, el 8 de noviembre al deplorar el nuevo curso de la guerra, informaba a sus lectores: “Ha llegado el correo de La Habana y todos los anuncios ampulosos y pomposos estrepitosos que se habían hecho de la paz de Santo Domingo se han quedado en anuncios”. La Epoca, el más retardatario de Madrid, en su edición del 19 de noviembre, advertía se frustró la esperada capitulación:
“Las noticias de Santo Domingo, están de acuerdo con las particulares en que la sumisión de los rebeldes no se ha realizado por haber estallado entre ellos la guerra civil y haber triunfado los partidarios de la revolución. […]
La prensa ministerial en la península Ibérica fue todo un mar de llanto ante la frustración de la promocionada rendición de los dominicanos y el retorno de la lucha sin cuartel bajo la dirección de Gaspar Polanco.
Tras la renovación dirigencial en el campo de los insurgentes la monarquía hispana en el mes de diciembre se convenció no podría vencer, ordenando la concentración de sus principales tropas en la Capital de la colonia dominicana, a la espera que el parlamento tomará una decisión. En esta coyuntura el Gobierno revolucionario envió una solicitud en términos diplomáticos a las autoridades hispanas solicitando la salida de sus tropas, tras múltiples debates fueron retiradas las tropas foráneas el 11 de julio del año siguiente.
El capitán colonial Ramón González Tablas escribió una obra muy virulenta sobre la guerra, en ella criticaba de modo acerbo la amplia cobertura de la prensa hispana a la anunciada claudicación de los dominicanos:
“Hay ciertas verdades que no deben pasar de las conversaciones de confianza, o de las cartas particulares; pero decirlas en los periódicos, que nuestros enemigos leían con afán y placer, es necesario decirlo y repetirlo mil veces para conocido el error no vuelva a repetirse, fue una imprudencia muy criminal, pues hizo derramar mucha sangre inútilmente”. (Ramón González Tablas. Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1974. p. 299).
El libro de González Tablas fue de los primeros publicados en España sobre la anexión y Guerra Restauradora, editado por capítulos en un periódico madrileño en 1870. Esa advertencia estaba dirigida a evitar errores con la propaganda en los momentos que en Cuba se libraba la Guerra de los 10 años.
¿Circulaban los periódicos ministeriales en las zonas liberadas por los insurgentes? Era muy difícil pero no imposible, por lo menos el muy retardatario Diario de La Marina, de La Habana, La Razón y la Gaceta de Santo Domingo, editados en la colonia criolla, algunos de sus ejemplares alcanzaban el territorio rebelde. Pero lo primordial fue que las acciones que se desarrollaron en la Capital para celebrar por adelantado la derrota dominicana fueron observadas con aflicción por todo el pueblo entre ellos los emisarios rebeldes, siempre los hubo y de modo furtivo pasaban esas informaciones a los patriotas, principalmente al comando móvil que accionaba en las localidades adyacentes a la parte amurallada de la Capital, dirigido por el general Marcos Adón.
Emilio Rodríguez Demorizi el más importante investigador del tema, hace seis décadas reproducía una nota del periódico madrileño La España, del 5 de noviembre de 1864, que informaba el 29 de septiembre fue celebrada una fiesta en la Capital de la colonia dominicana festejando el anunció de la inminente rendición de los rebeldes, de acuerdo a esta versión:
“Una orquesta improvisada recorrió las calles de esta capital en la mañana de este día (29), anunciando a su vecindario tan feliz nueva y preparándolos para que con ella se dispusiese a gozar de mayores demostraciones”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Actos y doctrina del Gobierno de la Restauración. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 1963. p. 189).
Fiestas callejeras ovacionando la supuesta rendición de los dominicanos, tenían que repercutir en el ámbito insurgente, en esos momentos zarandeado por los gestos suspicaces del presidente Pepillo Salcedo. Una evidencia clara lo fue el manifiesto que circuló en Santiago en octubre, pocos días después de la susodicha fiesta anexionista en la Capital, suscrito con el seudónimo de «Un soldado de Capotillo» (posiblemente redactado por Ulises Francisco Espaillat) alertando contra los traidores que concluía con una exhortación tajante: “Oh soldados libertadores de la Independencia, alerta! No haya compasión para los traidores vendedores de nuestras libertades. Alerta! Alerta! Alerta!”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Obra citada. p. 181). Rodríguez Demorizi al analizar este aspecto sumamente conflictivo, anotó para la historia:
[…] sin duda, la insidiosa noticia de las manifestaciones callejeras del 29 de septiembre, en Santo Domingo, trascendieron al campo dominicano, influyendo en el receloso Gaspar Polanco, cuyo feroz nacionalismo contribuyó de modo principal al triunfo de la causa dominicana. Los crímenes no se justifican, pero se explican”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Obra citada p. 189).
Don Emilio abandonando su posición generalmente conservadora, quedó convencido que el fusilamiento de Salcedo lo explicaba el grave curso de los sucesos, que amenazaban con aniquilar la revolución. La derrota de los dominicanos era inminente, estaba al doblar de la esquina, la coyuntura demandaba una acción enérgica para evitar sucumbiera la Guerra Restauradora. Salcedo vacilante ante el enemigo, pero intransigente frente a los patriotas, se hizo reo de lesa patria.
El funesto general Joaquín Jovellar, subsecretario de guerra hispano y futuro gobernador de Cuba, al cuestionar el nuevo repunte de la revolución, rumiando su frustración enfatizó debieron emplearse mayores medidas punitivas contra los rebeldes y su nuevo presidente: “Todo se hubiera reducido a dar a Polanco un par de lecciones para que entrara en las miras de su antecesor”. (José de la Gándara. Obra citada. p. 568)
No fue fortuito que Polanco fuera el líder militar más odiado por la jerarquía militar anexionista, como consignan los documentos históricos. Todo porque encabezó el proyecto de estropear la cabildeada rendición de los dominicanos, y con esto los rebeldes enviaban un hermoso mensaje a los pueblos de Cuba y Puerto Rico de que aún en medio de múltiples dificultades se podía vencer a la todopoderosa maquinaria militar hispana. La oficialidad colonial frustrada por el fracaso de sus planes promovió un expediente de calumnias contra el héroe, emitiendo todo tipo de epítetos zahirientes contra su persona: traidor, asesino, pirómano, ladrón, feroz, analfabeto, ignorante, etc.
La primera grave imputación fue de pirómano, supuestamente ordenó quemar a Santiago, versión propalada por los brigadieres españoles Buceta y Gándara. Mientras del lado dominicano, los generales Benito Mención y Manuel Rodríguez Objio la rechazaron, coincidieron por separado que para evitar un operativo envolvente o en pinzas por la vanguardia y la retaguardia (llegada de tropas anexionistas a Santiago por la Otra Banda procedentes de Puerto Plata rumbo a la Fortaleza San Luis y la salida de los españoles cercados en ese recinto) Polanco ordenó quemar una casa frente a la Fortaleza, que impidió los españoles atrincherados en el San Luis advirtieran la llegada de refuerzos y no salieran del fuerte, por eso no cercaron a los dominicanos entre dos fuegos, y no lograron arruinar el movimiento insurgente que tenía concentrado en ese lugar todas sus tropas. (Benito Monción. De Capotillo a Santiago. Clío. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.) 1948. Núm. 81 p. 37. Manuel Rodríguez Objio. Gregorio Luperón e historia de la Restauración. Editorial El Diario. Santiago, 1939. T. I p. 64).
El coronel Mariano Cappa jefe de los refuerzos coloniales provenientes de Puerto Plata, en su parte militar sobre la batalla, informaba al capitán general Felipe Ribero:
“Lástima es, Excmo. Señor que la guarnición del fuerte de San Luis ignorase, según me ha asegurado el comandante general (Buceta) mi ataque a la población de Santiago, porque de haber tenido conocimiento oportuno y dispuesto la salida de seis o setecientos hombres de los 1,200 de que constaba aquella guarnición, podía haber cargado sobre la retaguardia enemiga y terminado el día 6 la guerra, puesto que el enemigo tenía todas sus fuerzas reunidas sobre aquel punto”. (José de la Gándara. Obra citada T. I pp. 365-366).
El informe de Mariano Cappa intentaba justificar su ineficacia al ser engañado por Polanco, no explicaba porque aquello de la “lástima”. La experiencia guerrera de Polanco evitó los dominicanos quedaran entre dos fuegos y sucumbieran. Por su lado, Buceta achacaba su inacción en el momento oportuno para ellos: […] por el ruido producido por el incendio y el humo nada advirtió la guarnición”. (José de la Gándara. Obra citada T. I p. 362). ¿Ese fuego y humo frente a la fortaleza que le impidió ver las tropas que llegaban de Puerto Plata fue fortuito?
Sobre la falsa acusación de pirómano a Polanco, la historia recoge la versión de dominicanos rehenes que fueron testigos desde la fortaleza San Luis, cuando Buceta ordenó quemar toda la ciudad, para justificar su ineptitud ante el engaño que sufrió cuando Polanco ordenó quemar una casa frente a la fortaleza para que no observara la llegada de los refuerzos hispanos.
Alejandro Angulo Guridi en aquellos momentos servía a los españoles, al año siguiente tras salir del país publicó un opúsculo ofreciendo su versión de lo sucedido en el interior de la fortaleza San Luis, durante la batalla del 6 de septiembre:
“El ataque duro dos horas y cuarto, y cuando concluyó hizo Buceta pegarle fuego a la ciudad para que los patriotas no volvieran a parapetarse tras y entre las casas como lo hacían diariamente para asediar el San Luis. El incendio fue horrible, pues como reinaba un viento era muy fuerte, en un momento cogieron fuego todos los edificios de Santiago”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Antecedentes de la anexión a España. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.). 1955. p. 369).
También fueron rescatados por Emilio Rodríguez Demorizi los testimonios de un grupo de munícipes retenidos por Buceta en la Fortaleza San Luis, que fueron testigos de la orden de quemar la ciudad por el oficial hispano. Veamos una de estas versiones a cargo del ciudadano Juan Pablo Tolentino:
“Yo me encontraba en el Fuerte, junto con otros muchos dominicanos, y con mis ojos vi disparar diferentes cañonazos, ir a diferentes puntos de la ciudad con camisas llenas de brea inflamable, por medio de las cuales principiaron a incendiarse las dos primeras casas próximas al Fuerte y pertenecientes a la señora Josefa Julia la una, la otra al señor Francisco Viñals; que esto fue cuatro días ante del incendio general de la población; que visto esto por el General José Hungría y Sr. Julián Belisario Curiel, se aproximaron al Brigadier Señor Manuel Buceta, Jefe del Fuerte, y por cuya orden se tiraban los cañonazos y esto no lo hacían muy público, solo un poco reservado; suplicaron aquello dos señores al Brigadier para ver si se apagaba el fuego de las dos casas, […] (Emilio Rodríguez Demorizi. Actos y doctrina del Gobierno de la Restauración. p. 49).
Tolentino indicó se apagó el fuego de una de las dos casas, añadiendo en otro apartado: “Que el incendio del resto de la población, mejor dicho, de la mayor y más notable parte central de ella, fue ejecutado de la misma manera, y con cañonazos con camisas inflamables”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Obra citada p. 49). Se usaron camisillas embreadas para quemar la ciudad con los cañones instalados en la Fortaleza San Luis.
De manera lógica los dominicanos que perseguían tomar el control de Santiago para instalar su comando general, no podían pretender ocupar una ciudad destruida. Los colonialistas desde el caer la tarde del 6 de septiembre se vieron derrotados, solo les quedaba incendiar a Santiago e intentar una fuga a sangre y fuego hacia Puerto Plata, como ocurrió el día 13.
Entre el cúmulo de acusaciones contra Polanco hay una muy “tierna”, se le imputó era un general analfabeto. Eso no era, ni es un delito, el 95% de los dominicanos no sabían leer ni escribir. La oficialidad con grandes excepciones como Rodríguez Objio y Luperón no podía escapar a una grave dificultad de los dominicanos de esa época, Pedro Santana también era analfabeto.
El capitán Ramón González Tablas en su libelo (libro) sobre la guerra, fue el promotor de encasillar a Polanco a modo de delito el capirote de analfabeto. Con sus delirios de “master en gramática castellana” González Tablas de paso confirmó algo que era conocido en la época, Santana también era analfabeto, cuando apuntó: “Poseía muy mal castellano y decía con frecuencia tantos terminachos que costaba mucho trabajo oírle sin tener ganas de reír”. (Ramón González Tablas. Obra citada p. 268). Tener mal castellano en esa época era ser analfabeto. Consecuente con su iletrado jefe, el capitán no lo ubicaba como analfabeto, le adjudicaba un eufemismo: “poseía muy mal castellano”. Mientras Gándara lo describía con falta de educación y escasa cultura. (José de la Gándara. Obra citada. T. II p. 61).
González Tablas promovió la campaña de Polanco analfabeto, a sabiendas que la mayoría de los oficiales eran iletrados. Sí Polanco era analfabeto, pero para dirigir tropas en combates no era imprescindible la condición de letrado, sino conocer los aspectos básicos de la guerra, o acaso pretendían que escribiera una novela de caballería o algo parecido a La guerra del fin del mundo al estilo Vargas Llosa.
Todavía en 1870 pesaba mucho la derrota hispana y este inefable capitán asumió la tarea de fabricar un “monstruo” en el líder militar que le asestó las más importantes derrotas, empezaba señalando: “Para general en jefe de las operaciones militares se eligió al mulato Gaspar Polanco, que si bien no sabía leer ni escribir, estaba deseoso de títulos y pompa […] (Ramón González Tablas. Obra citada. p. 210).
En otro capítulo González Tablas volvía a la carga con lo de analfabeto, al describir a Polanco anotaba: “Era mulato, de color pardo claro, feo y enjuto de cara, de cinco pies y cinco pulgadas de estatura, pero doblado y desgarbado de cuerpo. No sabía leer ni escribir”. (Ramón González Tablas. Obra citada. p. 305).
Es González Tablas el encargado de enrostrarle a Polanco el “delito” de ser analfabeto, en vez de autocriticarse porque ellos no fueron capaces en cuatro años de anexión de instalar escuelas para alfabetizar los guardias analfabetos. Luperón en su presidencia provisional de 1878-79 inauguró una escuela para alfabetizar los guardias.
El capitán general José de la Gándara en su obra publicada en 1884, tampoco se ahorró denostar a su principal adversario, además de calificarlo como “el más sanguinario y revoltoso”, soslayaba las derrotas que les infligió y lo acusaba de “ignorancia de los usos de la guerra” (José de la Gándara. Obra citada T. I p. 372). Mientras el coronel José Velasco, que fue prisionero de los dominicanos lo juzgó como un “demente” (Emilio Rodríguez Demorizi. Diarios de la guerra dominico-española de 1863.1865. Homenaje de las Fuerzas Armadas. Santo Domingo, 1963. p. 95).
Adriano López Morillo, también prisionero de los dominicanos, en su obra se vuelca en elogios para Pepillo Salcedo, siguiendo la tónica de los demás oficiales y la prensa colonial sataniza a Polanco, lo llamó “feroz y sanguinario”, sin quedarse aquello de “zafio y terco”. (Adriano López Morillo. Memorias sobre la segunda reincorporación de Santo Domingo a España. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1983). T. I p. 42. Libro tercero p. 189).
En la guerra si el enemigo te describe carente de toda virtud, generalmente es por los éxitos obtenidos. Por el contrario héroes que escribieron sobre la guerra como Duarte, Luperón, Espaillat, Rodríguez Objio y Monción entre otros, resaltaron el papel primordial del generalísimo Gaspar Polanco en aquellos comprometidos momentos para la patria. Veamos como el ínclito Gregorio Luperón definió el Gobierno revolucionario surgido en octubre de 1864:
“El advenimiento del General Gaspar Polanco al poder, fue un suceso, sin la menor duda, de la mayor importancia, por que fue un golpe mortal para los reaccionarios, que desde algún tiempo trabajaban con la mayor actividad para fomentar la reacción, y mucho más terrible para los españoles que, contando con aquella, lo consideraban como un gran desastre, y en realidad lo era para las secretas combinaciones de los dominadores. El General Gaspar Polanco y los esclarecidos patriotas que le acompañaban en su Gobierno, significaban en aquellos momentos de grandes inquietudes, más que un simple cambio de Gobierno. Eran la renovación formal de la declaratoria de guerra a todo trance, sin transición ni transferencia poderosa de la revolución, levantada de nuevo, con la energía de un gigante que no podía más que luchar y vencer a los enemigos de su independencia; que venía con verdadero vigor a revivir el ánimo nacional, angustiado por tantos reveses, debido a una mala dirección del movimiento iniciado tan felizmente el 16 de Agosto, y a vivificar el deseo de llegar a la fórmula de la revolución, que era la independencia definitiva de la patria”.
“El pueblo saludo con entusiasmo indescriptible al nuevo Gobierno, y le brindó su apoyo, mientras que en los campamentos realistas causaba duelo general, porque era menos hacedera la empeñada misión de La Gándara en su vanidosa pretensión de contrarrestar el adelanto de la revolución, fomentando la reacción […] (Gregorio Luperón. Obra citada T. II p. 258).
Manuel Rodríguez Objio el cronista revolucionario de la guerra, al evaluar el mandato de Polanco, anotó para la historia:
“Gobierno de transición nacido en medio del peligro, tenía que desplegar, para conjurarle una gran suma de habilidad, de fuerza y de virtud. La oleada reaccionaria se agitaba de una manera amenazante; era preciso oponerle un dique revolucionario que la hiciese retroceder”. (Manuel Rodríguez Objio. Obra citada T. I p. 214).
Como sentenció Gregorio Luperón la llegada de la administración de Gaspar Polanco fue un golpe mortal para los reaccionarios, refrendado por Manuel Rodríguez Objio quien calificó ese régimen como un dique contra la oleada reaccionaria. Juan Pablo Duarte de la misma corriente ideopolítica de estos, también respaldó esa jefatura revolucionaria, al dirigirse a su canciller precisamente Rodríguez Objio, le manifestaba:
“Por la nota del 26 de octubre No. 10, quedó impuesto de las razones del Gobierno respecto de su conducta con los traidores, y no puedo menos que decir a usted que mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones: el Gobierno debe mostrarse justo y enérgico en las presentes circunstancias o no tendremos Patria y por consiguiente ni libertad ni independencia nacional”. (Rosa Diarte. Apuntes de rosa Duarte. Archivo y versos de Juan Pablo Duarte. (Editores: E. Rodríguez Demorizi, C. Larrazábal Blanco y V. Alfau Durán). Instituto Duartiano. Santo Domingo, 1970. p. 24).
Gaspar Polanco falleció el 28 de noviembre 1867 durante el Gobierno «Azul» de Cabral, el periódico oficial El Monitor, en una nota necrológica publicada el 7 de diciembre reconocía sin ambages ante sus coetáneos su máximo aporte en la Guerra Restauradora:
[…] Polanco fue llamado a ocupar la Presidencia, en la que permaneció hasta el 21 de enero del año 1865. Entonces fue cuando la Revolución Restauradora cobró todo el vigor que había menester para quedar de hecho consumada”.
Gaspar Polanco es el máximo héroe militar de la Guerra Restauradora. ¡La misión de la historia es fomentar la verdad y extirpar la mentira!