La prensa ha sido reconocida, tal como lo indicara el filósofo inglés Thomas Carlyle (citando al intelectual y político irlandés, Edmund Burke) como el Cuarto Poder. No es casual que a través de la historia personas influyentes han tratado de subvertir la independencia con que deben producirse los procesos de obtención, interpretación, tratamiento y difusión de información y análisis periodístico, para manipular el sentir y comportamiento social y no son poco los comunicadores que se han visto seducidos por el poder social de sus funciones para propiciarse ventajas económicas y políticas.

 

En las etapas previas a la proliferación de los medios digitales, el control de la calidad de los medios de comunicación resultaba algo más sencillo; puesto que los mismos eran fundados por profesionales de la comunicación e integrados por equipos de periodistas de vocación, conscientes de su misión en la sociedad; con altos estándares éticos en el manejo de las fuentes, la información, el lenguaje; la calidad editorial; la forma en que las noticias eran transmitidas al conglomerado e incluso las imágenes adecuadas para ser mostradas al público. Sin embargo, a partir de entrado el siglo XX, con la adquisición de los principales medios por grandes grupos económicos, el concepto de libertad de prensa fue seriamente cuestionado; en vista de que, según percibían las mayorías, ya los principales medios noticiosos no estaban sirviendo para informar con equilibrio, sino que se habían constituido en meros defensores de las agendas de sus respectivos patrocinadores.

 

Lo anterior dio lugar a una reacción, que se manifiesta inicialmente en la aparición de los medios de prensa independientes, patrocinados por las donaciones de los suscriptores y posteriormente, de aquellos apoyados en la revolución propiciada por la invención del motor de búsqueda y las redes sociales, los cuales son emprendidos por cualquier interesado, sin importar su formación; sin que nadie identifique su agenda; sus medios de obtención de recursos y que en muchas oportunidades llegan a ser vistos como modernos Robin Hoods sin que nadie pueda determinar a ciencias cierta los intereses a los que sirven.

 

En el caso particular de la República Dominicana la comunicación oral del mensaje es de la mayor influencia, en vista de que tal como se desprende de un estudio realizado por World Vision, bajo el título “Desafíos y Debilidades del Sistema Educativo Dominicano”, publicado el 23 de agosto de 2019, sólo 28.57% de los estudiantes dominicanos para la fecha podía leer y comprender un texto simple.

 

Esta situación ha sido bien aprovechada por ciertos personajes que se han posicionado en el liderazgo de unas comunicaciones en medios digitales, que aunque son de consumo masivo, apoyadas y defendidas por las mayorías como modelos de éxito y reacción del oprimido contra una clase dominante “abusadora y avasallante”; no es otra cosa que el triunfo de un modelo que vende la idea de que el disfrute desenfrenado, la diatriba sin control; la destrucción verbal, moral e incluso física del oponente, y la acumulación de capitales sin reparar en la forma debe ser el estándar social. Todo mostrado al aire y en tiempo real!

 

Los promotores de estos nuevos modelos de comunicación deben tener pendiente que ciertamente están amparados en derechos constitucionales que les son inalienables; sin embargo, no deberían olvidar que con todo derecho se producen obligaciones para los beneficiarios de los mismos. El ejercicio irresponsable de actividades que afectan vidas y patrimonio puede llegar a comprometer la responsabilidad corporativa e incluso personal de los administradores, accionistas y en algunos casos de aquellos personajes responsables penalmente por sus actos reñidos con la legislación positiva del país. Hay que tener pendiente que tal como reza el famoso adagio alusivo a la leyenda de la espada de Damocles, de alrededor del siglo I A.C.: “la posesión de un gran poder implica necesariamente una gran responsabilidad”.