Es sobreentendido que para que un Estado-Nación pueda existir debe de contar con un territorio claramente delimitado, una población que desarrolle su quehacer cotidiano dentro del mismo, el legítimo monopolio de la violencia, entiéndase el control efectivo sobre los instrumentos de defensa y protección, y legitimidad. Esta última, alcanzada por medio de los mecanismos definidos dentro del mismo Estado y por el pleno reconocimiento de los demás actores del Sistema Internacional en el cual el Estado-Nación así exista.

En el caso de Haití, podemos ya hablar de un territorio en el cual las condiciones delimitantes de Estado-Nación han desaparecido, a tal punto de que hablar de Estado fallido sería nada más que una consideración diplomática. En la parte occidental de la isla lo que tenemos es una población captiva de la violencia tribal, presa de diferentes grupos de poder que luchan abiertamente por el control de los mecanismos que les permitan aumentar dicho poder y enriquecerse, dejando de lado el bienestar de la población. El experimento de la primera nación de esclavos libres ha fracasado, dejando en su lugar como legado una de las más graves crisis humanitarias y de seguridad, que el nuevo mundo ha conocido.

Se puede debatir ampliamente acerca de las razones del colapso del experimento haitiano, desde la culpa que tienen las Grandes Potencias por haber boicoteado económicamente al incipiente Estado, el cómo Francia y su reclamo de la deuda impidió que Haití prosperase, hasta entrar en lo sociológico y discutir sobre como Haití nunca fue una nación, confabulándose esto para que nunca se diesen los procesos de cohesión interna necesarios para que grupos de poder legítimos se convirtiesen en grupos de presión que llevasen a la formación de un Estado funcional.

En fin, discutir sobre las razones por las cuales Haití como Estado ha fracasado es algo que debe de discutirse y estudiarse a fondo. Pero este no es el espacio para esto. En este artículo nos estaremos refiriendo a las consecuencias que este colapso tiene para la República Dominicana en temas de seguridad desde el punto de vista de la geopolítica.

El colapso del experimento haitiano representa dos peligros simultáneos a nivel geopolítico para la República Dominicana. El primero es el más discutido, el de la migración irregular que se derrama a través de nuestras fronteras. En el caso de esta, la actual administración ha tomado medidas para desalentar la misma por medio de la construcción de una verja perimetral en los puntos más sensibles de la frontera, y el reforzamiento de las medidas de control tanto fronterizo como interno. Pero, aun cuando esto es parte de la solución, las medidas a tomar deben de verse de manera más integral e ir más allá.

Es sabido que las migraciones descontroladas sirven como variable desestabilizadora en los países recipientes. Desde las migraciones de los pueblos del mar que causaron, o coadyuvaron al colapso de la época de bronce; las migraciones que aceleraron la descomposición del imperio romano de occidente; hasta las mismas migraciones europeas que causaron estragos en las poblaciones nativas de lo que hoy conocemos como américa; los proceso migratorios irregulares y descontrolados son un peligro para la estabilidad de cualquier nación. Más aun tomando en consideración la disparidad de poblaciones entre la población haitiana y la dominicana. La República Dominicana, como país de ingresos mediano alto, ha estabilizado la velocidad de su crecimiento poblacional en la última generación al mismo tiempo en que su población va madurando. Mientras que la población haitiana, mayor que la dominicana, cuenta con una población más joven con mas altos niveles de reproducción, menores niveles de educación y una relación cuestionable con las instituciones democráticas.

Es necesario entonces, ver el problema de la migración haitiana desde el punto de vista de la supervivencia del Estado dominicano. Una población del tamaño de la nuestra no puede, en ningún escenario, asumir la responsabilidad de recibir, dar cobijo y aliento a una población migrante irregular cuyos números representan, en las estimaciones más conservadoras, más de medio millón de personas o un 5% de la población total de dominicanos residentes en el país.

A mayor crecimiento y desarrollo de nuestro país, mayor será el atractivo para que diferentes migrantes vean a República Dominicana como un país idóneo para asentarse. Esto debe de ser bienvenido y promovido, más teniendo en consideración de que República Dominicana es, y siempre ha sido, un país de migrantes. Pero esta migración debe de ser regulada y controlada, tomando siempre en cuenta el interés nacional, el desarrollo sostenible, la estabilidad y la permanencia de la integridad del Estado dominicano.

En segundo lugar, las consecuencias de la descomposición del estado de derecho en la parte oriental de la isla, representan un peligro para la expansión del turismo y del comercio de la República Dominicana.  Durante el 2022 más de 1 millón de turistas arribaron a la República Dominicana vía cruceros, cifras que van en aumento año tras año. Con el empuje puesto en el desarrollo del sur, vía Pedernales, el restablecimiento de las zonas turísticas del norte y la continua expansión de la oferta del Este, República Dominicana está posicionada para convertirse en el destino por excelencia para la recepción de cruceristas de toda la región.

De igual manera, con un aumento constante de la importación y exportación de productos, la ampliación y readecuación de diferentes puertos, la agilización de los procesos aduanales y la expansión de la producción en Zonas Francas, la República Dominicana fortalece su posición como centro logístico marítimo de la región, lo cual aumenta el peligro que representa Haití para el mismo.

En una población abandonada por la comunidad internacional, donde toda forma de gobierno formal es inexistente y donde las bandas criminales se han hecho con el control de diferentes regiones, Haití es un caldo de cultivo perfecto para la propagación de ideologías extremistas, para la promoción de actividades criminales como la piratería, en un reflejo de las condiciones somalíes. De igual forma Haití se presta para que agentes foráneos la utilicen como base para la diseminación de operativos que tengan por norte la desestabilización de rutas comerciales que afecten los intereses de los Estados Unidos y de sus aliados de la región.

No es la primera, ni será la última vez en la historia, en la cual las Grandes Potencias utilizan a poblaciones sumidas en el caos, para promover sus agendas de desestabilización regional con la finalidad de afectar los intereses cercanos de otras potencias. En este caso, es en el interés de la República Dominicana aumentar la capacidad de protección de sus aguas territoriales, y más allá, para poder contener cualesquiera acciones desestabilizadoras que puedan surgir del territorio occidental de la isla.

Debemos tener presente que la piratería somalí, claro ejemplo de otro Estado colapsado, ha costado miles de millones de dólares en daños y pérdidas directas e indirectas en lo que va de siglo. Permitir que semejante ejercicio antisocial pueda desarrollarse en costas tan cercanas a la nuestra será catastrófico para el buen desarrollo y crecimiento de la República Dominicana. Un país que tiene previsto, de continuar por el camino en que se encuentra, duplicar el tamaño de su economía en la próxima década.

Sin obviar la terrible situación en la cual se encuentran los pobladores de la parte occidental de la isla, debemos de tener muy claro de    que no es responsabilidad de la República Dominicana el resolver el problema haitiano.

La principal responsabilidad de la República Dominicana es protegerse de las consecuencias del colapso haitiano y garantizar la integridad y permanencia del Estado dominicano. Luego de esto, y de que sus intereses estratégicos se vean asegurados, es deber moral de los dominicanos el ver con compasión a nuestros vecinos y colaborar con las iniciativas que sean consensuadas por la comunidad internacional, para así trabajar todos de manera conjunta en aliviar el sufrimiento de un pueblo que ha visto como el sueño de Louverture fue mancillado y masacrado por cada uno de sus herederos, hasta terminar con la desintegración total de lo que en algún momento fue la República de Haití.