En la República Dominicana, donde más del 37% de la población tiene menos de 18 años, podría suponerse que el país coloca a la infancia y la adolescencia en el centro de su agenda social y económica. Sin embargo, la realidad dista mucho de esta aspiración. La niñez y adolescencia dominicana enfrenta desafíos estructurales que no solo limitan su desarrollo, sino que también comprometen el futuro del país. En un contexto donde el 60% de los niños vive en condiciones de pobreza, y donde el 48% de los adolescentes reporta haber sido víctima de algún tipo de violencia intrafamiliar, es imperativo replantear nuestras prioridades como nación.
La fragilidad de nuestras instituciones para garantizar los derechos de la infancia y la adolescencia no es un problema aislado. Como bien señala Douglass North en Institutions, Institutional Change, and Economic Performance (1990), el desarrollo sostenible depende de la capacidad de las instituciones para responder a las demandas de la sociedad. Cuando estas fallan, los más vulnerables pagan el precio.
En términos económicos, la situación de los niños y adolescentes no es solo una crisis social, sino también un costo significativo para la economía. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el impacto de la exclusión infantil y adolescente representa una pérdida de hasta un 3% del Producto Interno Bruto (PIB) en países con condiciones similares a las nuestras. Cada día que posponemos esta discusión es un día más en el que hipotecamos nuestro crecimiento a largo plazo.
El caso chileno ofrece una lección poderosa para la República Dominicana. En 2006, el país austral vivió un movimiento social conocido como la Revolución de los Pingüinos, liderado por estudiantes secundarios que demandaban una educación pública más equitativa y accesible. Este movimiento no solo logró poner la desigualdad educativa en el centro del debate nacional, sino que también impulsó reformas significativas en el sistema educativo chileno.
Manuel Antonio Garretón, en su obra El Protagonismo de los Movimientos Sociales en Chile (2012), destaca cómo los movimientos juveniles transformaron la percepción de los jóvenes en actores clave de cambio social. Los pingüinos demostraron que las voces jóvenes, cuando se organizan, pueden cuestionar las bases de sistemas injustos y proponer caminos hacia una sociedad más equitativa.
Inspirados por estas experiencias internacionales, el defensor del pueblo lanza una iniciativa que busca no solo escuchar, sino actuar. La Mesa Temática para Niños, Niñas y Adolescentes se convierte en un espacio donde las voces de los jóvenes serán amplificadas y se transformarán en propuestas concretas. Este esfuerzo culminará en marzo de 2024 con el Congreso Nacional Infantil y Adolescente, un evento sin precedentes en el que 1,000 niños y adolescentes de todo el país compartirán cómo están siendo violentados sus derechos y delinearán, desde su experiencia, las soluciones que esperan.
Este enfoque, que resalta el valor del diálogo inclusivo, está alineado con lo que Jürgen Habermas plantea en Theory of Communicative Action (1981): el cambio estructural solo es posible cuando las decisiones políticas son informadas por las voces de quienes más necesitan ser escuchados.
El futuro de la República Dominicana depende de cómo tratemos a nuestra infancia y adolescencia hoy. La literatura de desarrollo humano, liderada por autores como Amartya Sen en Development as Freedom (1999) y Martha Nussbaum en Creating Capabilities (2011), nos enseña que invertir en la niñez es una de las estrategias más efectivas para generar prosperidad sostenible. Cada dólar que destinamos a mejorar las condiciones de vida de nuestros niños y adolescentes genera un retorno de entre 5 y 10 dólares en crecimiento económico a largo plazo, según estimaciones de la CEPAL. Sin embargo, el gasto público en este sector sigue siendo insuficiente y está marcado por desigualdades regionales.
El caso dominicano también encuentra paralelismos en la teoría de Daron Acemoglu y James Robinson en Why Nations Fail (2012): las naciones fracasan cuando no logran construir instituciones inclusivas. La exclusión de nuestros niños y adolescentes del acceso equitativo a la educación, la salud y la protección social no es solo una falla moral; es una estrategia suicida desde el punto de vista económico.
El lanzamiento de esta mesa temática y la celebración del congreso no son fines en sí mismos. Son puntos de partida para una discusión más amplia y urgente sobre el tipo de sociedad que queremos construir. Para lograrlo, es fundamental que todos los sectores de la sociedad se involucren. Las instituciones públicas deben repensar sus prioridades presupuestarias; el sector privado debe ver la inversión en la niñez como un compromiso con el desarrollo sostenible; y la sociedad civil debe alzar la voz para exigir rendición de cuentas y resultados concretos.
Como señala Martha Nussbaum, “el desarrollo humano no es solo una cuestión de ingresos, sino de capacidades.” En ese sentido, garantizar que nuestros niños y adolescentes tengan acceso a una educación de calidad, a sistemas de salud efectivos y a un entorno seguro no es solo un acto de justicia, es un paso hacia el desarrollo integral de nuestra nación.
El camino por recorrer es largo, pero no podemos permitirnos el lujo de la inacción. Los ejemplos internacionales, las estadísticas y las teorías nos ofrecen un marco claro de lo que debe hacerse, pero la verdadera transformación vendrá de la voluntad política y del compromiso colectivo. Como nación, tenemos la oportunidad de convertirnos en un modelo regional de cómo las voces de los niños y adolescentes pueden transformar una sociedad. La pregunta que debemos hacernos no es si podemos lograrlo, sino si estamos dispuestos a asumir el desafío.
El futuro de la República Dominicana depende de cómo tratemos a nuestros niños y adolescentes hoy. Dejemos de hablar de ellos como el futuro y entendamos que son el presente. Su bienestar es la base sobre la que construiremos una República más justa, más inclusiva y más humana. Este es nuestro momento de actuar. Y no podemos fallarles.