En marzo de 1936, las tropas militares alemanas marcharon hacia Renania retomando y remilitarizando aquella zona que, como parte del Tratado de Paz de Versalles de 1919, luego refrendado en el Tratado de Locarno de 1925, había sido ideada como una zona libre del control militar alemán. Este paso, al igual que el cese de los pagos de las “reparaciones” impuestas por los aliados, fue la primera estocada al disfuncional Sistema Internacional creado en la víspera de la Primera Guerra Mundial. Este sistema, apuntalado sobre el endeble precursor de las Naciones Unidas, se enfocó en la desarticulación y contención de Alemania. Siguiendo los principios generales de la política de Richelieu de limitar el poder germano a toda costa, se establecieron una serie de medidas que buscaban reducir su capacidad de accionar, sin tomar en cuenta las realidades históricas que habían llevado a la existencia de esta y obviando la legitimidad de algunos de los reclamos que esta pudiese tener.
Como era de esperarse, un sistema que, en su génesis nació para castigar y contener, fue desafiado por las ideologías reaccionarias del momento, sumergiendo a Europa en un conflicto bélico sin comparación alguna en la larga y violenta historia de occidente.
De las cenizas y los escombros de la Segunda Guerra Mundial surgieron dos sistemas paralelos; el idealista multilateral encumbrado en la existencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y el de la realpolitk bilateral que enfrentaba a los Estados Unidos (EE. UU.) y a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Aún cuando el sistema de la ONU ha logrado establecer una serie de mecanismos que han facilitado la inclusión de la mayoría de los países al concierto de naciones, el modelo que en última instancia terminó siendo más determinante fue el bilateral que tuvo como escenarios alternos a todas aquellas naciones que se vieron influenciadas por uno y otro bloque.
Con la disolución de la URSS y el inicio del “momento unipolar” de los EE. UU., la complacencia arropó a un occidente que olvidó las lecciones históricas, que creyó que los Sistemas Internacionales eran cosas del pasado y que los reclamos revisionistas de las potencias (re)emergentes podían ser apaciguados por el brillo enceguecedor del triunfo de occidente.
Pero a las sombras del momento unipolar se encontraba una China que aún recordaba las humillaciones de los últimos tres siglos y que nunca tuvo ni voz ni voto en la configuración del Sistema Internacional; y una Rusia que, postrada, nunca aceptó la disolución no solo de la URSS, si no de todo el sistema de esferas de influencia y zonas dependientes que había venido construyendo desde la expansión hacia occidente que inició con Pedro el Grande hace ya casi cuatro siglos.
Y es sobre esto que se desarrolla la crisis más reciente de Europa Oriental, en el reclamo de una Rusia que sí actúa en consecuencia de las realidades de los Sistemas Internacionales y que ve como una alianza estratégica de defensa colectiva (la OTAN) se va atrincherando en aquellas zonas que por más de trescientos años han sido, de manera natural, parte de su esfera de influencia. Del otro lado nos encontramos con una Europa dependiente y avejentada que ha renunciado a participar en el Sistema Internacional al verse protegida por la sombrilla imperial de los EE. UU., los cuales han despertado en el último lustro a la realidad de que su “hegemonía” está siendo desafiada tanto por la impetuosidad de los reclamos de las otras potencias, como por la desidia de una Europa que le ha dado la espalda a su justo lugar en el Sistema.
Es así, como vemos que un conflicto que a todas luces tiene una salida diplomática, se ha elevado al punto de conflicto bélico, todo por la tozudez de los actores diplomáticos que confunden el idealismo aspiracional de la teoría multilateral de organización internacional, con la cruda realidad práctica de la implementación de medidas pragmáticas que los reajustes de Sistemas Internacionales requieren.
De no tomarse medidas contundentes, a favor o en contra de los reclamos que empujan a la reorganización del sistema en esta nueva crisis, se estará abonando el terreno para que a corto o mediano plazo las fuerzas reaccionarias que de vez en vez asoman sus cabezas en aquellas naciones que sienten que sus reclamos no son justamente atendidos en el Sistema Internacional de turno, arrastren a todo occidente a una nueva guerra mundial de la cual, tal vez, no se puedan recuperar.